Metal y melancolía
Metal y Melancolía es el primer documental de
Heddy Honigmann después de haberse dedicado durante 15 años al cine de ficción.
En el inicio de la década de 1990, como reacción a la inflación económica de
Perú y a un gobierno desequilibrado por la corrupción y por el terrorismo de
Sendero Luminoso, muchos profesionales de clase media usaban sus coches
particulares para trabajar algunas jornadas como taxistas.
El tema es conciso y bien delimitado. Perú,
años 90. La capital, Lima, espejo de los graves problemas económicos de toda la
nación. En esta crisis permanente muchos limeños se dedican a hacer de taxistas
con sus propios vehículos en su tiempo libre, pues los paupérrimos sueldos que
cobran son insuficientes para vivir.Su estética es también depurada.
Prácticamente no sale de dentro del taxi en toda la película. Ésa es la
realidad que deben vivir éstas personas, y por lo tanto es el plató que
Honnigman elige, así de sencillo. Con la cámara de copiloto, y la realizadora y
el sonidista en los asientos traseros. La dura realidad externa (gente pobre
vendiendo lo inimaginable en cualquier semáforo) se ve desde la ventanilla del
taxi. Algunas ocasiones se sale del auto, bien para fotografiar al chofer o
para entrar un poco en sus vidas y conocer a esposas y familia, pero muy
brevemente.Esta sencillez esconde complejidad ,“una paleta visual y argumental
muy reducida (…) pero no es una obra pobre en recursos, sino el resultado de
una depuración de lo más esencial, de lo más íntimo que puede ofrecer ese grupo
humano en su lucha diaria frente a una situación sumamente adversa”. (Pere Alberó, revista Tercer-Ojo,
2003)
(...) En Metal y melancolía, la directora
dispone testimonios de diversos taxistas que se suceden, unos tras otros,
mientras conducen sus autos. Así, oímos y vemos diversas situaciones que
sorprenden, divierten o cautivan por su desparpajo o por el ingenio con que sus
protagonistas hacen frente a la crisis. La sucesión continúa hasta que esta
acumulación se resuelve en la cristalización del sentido fílmico que es mayor
que la suma de sus partes: el filme aborda la vida de esos taxistas, pero,
sobretodo, ese movimiento anímico que en portugués se denomina saudade y que no
tiene un exacto correspondiente en español. No equivale, por cierto, a la
melancolía que el título propone, pues este sentimiento sugiere una tristeza
indescifrable y sin objeto que sus personajes no manifiestan. Tampoco podríamos
identificarlo con la nostalgia, porque a este sentimiento le falta justamente
esa tenue vivacidad y esa sensación de volver a la vida que deja tras de sí el
recuerdo de aquello hermoso o pleno que alguna vez se tuvo y que, por la magia
de la evocación, acaricia el presente. No otra cosa es la saudade, ese estado
de ánimo al que la directora ha conducido a sus personajes conversando
horizontal y empáticamente con ellos, y de ninguna manera entrevistándolos.En
los inicios de la década de los noventa, la sociedad peruana estaba todavía
aturdida por la hiperinflación desencadenada en el primer gobierno de Alan
García, quinquenio en el que la clase media dejó de serlo para sumirse, con
decrépita dignidad, en la pobreza (la hiperinflación, en 1989, llegó a picos de
2775%). Tal vez por eso, en M y m, la directora elige como personajes a
profesionales que deberían haber pertenecido a esa casi extinta clase social y
que hacen taxi para poder sobrellevar la crisis. Conocemos así los más extravagantes
relatos, entre los que destaca aquel en el que un taxista sostiene que su auto
viejo y destartalado resulta más deseable que uno nuevo porque disuade a
cualquier ladrón de robarlo. Diversos testimonios se suceden hasta que, de
pronto, esas varias historias se reconfiguran en el fresco que está pintando
Honigmann: la saudade que siente esa clase media por la discreta bonanza y
seguridad que se les escurrió entre los fierros herrumbrados de sus autos (y
sus sueños).Por eso, Metal y melancolía es, junto a Compadre de
Mikael Wiström, La teta asustada de Claudia Llosa, Días de
Santiago de Josué Méndez y La boca del lobo de Francisco
Lombardi, una de las películas peruanas que mejor han abordado nuestra historia
de los últimos 30 años y de una manera mucho más contundente y eficaz que
muchos libros que se han escrito sobre el tema, pero sobretodo de una manera
más íntima y personal. En esa encrucijada de individuo e historia, Metal y
melancolía nos cuenta, a través de la reconstrucción social de esa saudade de
nuestra extinta clase media, algo mucho más edificante y menos poético: el
valor de la resiliencia, ese mecanismo psicológico que hace que, en condiciones
adversas, el ser humano despliegue sus recursos para sobrevivir y minimizar el
impacto de lo adverso, lo que disgrega y mata. (...) (Texto de Joel Calero, tomado
de Cinencuentro)
"En mi obra , en mis películas, muchos
personajes están luchando contra algo, y están sobreviviendo, sobrevivir y
recordarse son dos temas que casi siempre están presentes en casi todas las
películas, entonces yo diría que es una obra de carácter humanista, en el
sentido de que el ser humano es central, (...), pero no es solamente un interés
por las personas sino por algo más profundo, es un buscar en las personas
algunas esencias que les permiten sobrevivir, aprender a sobrevivir y ser al
mismo tiempo alegre, lo cual es un arte enorme, entonces ese arte de sobrevivir
es lo que trato de encontrar en casi todas mis películas." Heddy
Honigmann
FA 5014
No hay comentarios:
Publicar un comentario