Enamorarse, cumplir años, enfermar, morir. Un recorrido no del todo especial, salvo que los años cumplidos sean apenas 12 y esas cuatro estaciones se sucedan, apuradas, en un puñado de meses. Así es la historia que narra la última película de Fesser, inspirada en varios casos reales de lo que ha dado en llamarse “olor a santidad”: la de una niña llamada Camino, postrada por culpa de un raro tumor. Camino (la luminosa Nerea Camacho, ganadora de uno de los seis premios Goya que obtuvo el film) tiene el nombre de un libro escrito por el fundador del Opus Dei, porque su familia pertenece a ese grupo católico –que, previsiblemente, puso el grito en el cielo por la forma en que es representado por Fesser–, y unas lucidez y presencia de espíritu extraordinarias para su edad. Y aunque este relato para llorar a mares, con momentos de auténtico terror religioso y gore quirúrgico, parezca alejado del universo habitual del director, tiene espacio también para la fantasía (en los sueños de Camino) y para la ironía (en paralelos que no por directos son menos efectivos). Pueden preguntárselo al duende de cuento infantil Mr. Peebles, un hombre muy sabio pero con un problema: si no se cree en él, deja de existir.
La zona 3194
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