Mariano Cohn y Gastón Duprat han mantenido una coherencia estética en todos los terrenos audiovisuales que frecuentaron. Ya sea en aquel ciclo de antología que fue Televisión abierta, en el documental, en los formatos disparatados de Much Music o en la ficción cinematográfica, siempre hicieron gala de un humor paródico pero a la vez medido, en donde la ironía es la figura retórica central. Ese camino que vienen construyendo desde hace años encuentra su mejor forma en El hombre de al lado, película premiada en el Festival de Cine de Mar del Plata del 2009.
La anécdota es bien conocida: un hombre quiere construir una ventana en la pared que da a la cocina del vecino. Ese “hombre de al lado” es la intromisión, es el enemigo, pero a la vez representa el deseo de incidir sobre los demás y –en un plano más universal- la otredad misma. Sobre todo en este caso, si comparamos a Leonardo (Spregelburd) con Víctor (override=). El primero, un prestigioso diseñador y padre de familia, de porte cool y verba seductora. El otro, un soltero desprolijo e irreverente que añora “unos rayitos de sol”. El guión no abandonará nunca la puesta en superficie de los rasgos que oponen a los personajes, pero –en el movimiento más interesante de su propuesta- también mostrará la decadencia moral y los puntos de contacto que los aúna. Para ello se solventa en dos actores excepcionales, es difícil ver el film e imaginar a otros intérpretes en sus roles.
Como espacio absoluto, otra de las virtudes que tiene la película es desarrollarse en la única casa en América Latina que construyó el arquitecto Le Corbusier hacia fines de los ’40, más precisamente en La Plata. A tono con las particularidades de este espacio, se genera un clima enrarecido en el cual Leonardo y su familia se mueven como peces en el agua. Del otro lado se encuentra Víctor, enmarcado en un fondo oscuro una vez que tira abajo la superficie deseada. Este desarrollo espacial, como vemos, opera dentro de un plano simbólico que pone en jerarquía los valores y las contradicciones de ambos bandos. ¿Hasta dónde está dispuesto a ceder Leonardo? ¿En qué medida puede sostener su discurso frente a una familia que se presenta como el ideal pero que en verdad no lo es? ¿En qué punto desea ser aquel otro que es al mismo tiempo quien lo amenaza?
La película tiene algunas secuencias memorables, como aquella en la que el arquitecto escucha música con uno de sus amigos (Juan Cruz Bordeu en clave referencial: acierto del casting) y éste confunde los golpes contra la pared con una manifestación de la creatividad del músico. Esta fusión entre el desarrollo dramático y la comicidad, le da al relato una distensión que permite introducir los aspectos más cuestionables (y por ello los más atractivos) de los personajes, hasta llegar a un final tan impredecible como siniestro.
La anécdota es bien conocida: un hombre quiere construir una ventana en la pared que da a la cocina del vecino. Ese “hombre de al lado” es la intromisión, es el enemigo, pero a la vez representa el deseo de incidir sobre los demás y –en un plano más universal- la otredad misma. Sobre todo en este caso, si comparamos a Leonardo (Spregelburd) con Víctor (override=). El primero, un prestigioso diseñador y padre de familia, de porte cool y verba seductora. El otro, un soltero desprolijo e irreverente que añora “unos rayitos de sol”. El guión no abandonará nunca la puesta en superficie de los rasgos que oponen a los personajes, pero –en el movimiento más interesante de su propuesta- también mostrará la decadencia moral y los puntos de contacto que los aúna. Para ello se solventa en dos actores excepcionales, es difícil ver el film e imaginar a otros intérpretes en sus roles.
Como espacio absoluto, otra de las virtudes que tiene la película es desarrollarse en la única casa en América Latina que construyó el arquitecto Le Corbusier hacia fines de los ’40, más precisamente en La Plata. A tono con las particularidades de este espacio, se genera un clima enrarecido en el cual Leonardo y su familia se mueven como peces en el agua. Del otro lado se encuentra Víctor, enmarcado en un fondo oscuro una vez que tira abajo la superficie deseada. Este desarrollo espacial, como vemos, opera dentro de un plano simbólico que pone en jerarquía los valores y las contradicciones de ambos bandos. ¿Hasta dónde está dispuesto a ceder Leonardo? ¿En qué medida puede sostener su discurso frente a una familia que se presenta como el ideal pero que en verdad no lo es? ¿En qué punto desea ser aquel otro que es al mismo tiempo quien lo amenaza?
La película tiene algunas secuencias memorables, como aquella en la que el arquitecto escucha música con uno de sus amigos (Juan Cruz Bordeu en clave referencial: acierto del casting) y éste confunde los golpes contra la pared con una manifestación de la creatividad del músico. Esta fusión entre el desarrollo dramático y la comicidad, le da al relato una distensión que permite introducir los aspectos más cuestionables (y por ello los más atractivos) de los personajes, hasta llegar a un final tan impredecible como siniestro.
FA 3560
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