Ploy es un drama psicológico de alto contenido erótico en el
que tres extraños se encierran en una habitación de hotel. Comienza con una
sutil sospecha convertida en celos con la aparición de una joven mujer que
provoca devastadoras consecuencias en el matrimonio. Seleccionada en la
Quincena de Realizadores de Cannes. (FILMAFFINITY)
Pen-ek Ratanaruang construye un film que es en sí mismo un
amanecer o despertar emocional, tanto es así que la "acción"
(realmente queda raro decirlo así) de la película transcurre en apenas unas
horas, las que transcurren desde las 4 o 5 de la mañana hasta las 10.30 horas
del día. En un hotel de Bangkok se encuentran un matrimonio en crisis, una
joven (la Ploy del título) que asiste a ese resquebrajamiento y en otra
habitación, ajenos a todo, en otro mundo pero cerca, una mujer de la limpieza y
un barman se dedican al amor. Todo sospechoso de ser volatil, inexistente,
producto de la imaginación del autor o de sus personajes. Y en cambio es un
llamamiento al conocimiento sentimental de los personajes, de sus dudas y
soledades. Todo ello sumergido en ese ritmo pausado acompañado además del hecho
de que los escasos personajes intentan todo el tiempo dormir un poco hacen que
"Ploy" sea un film no apto para ver en horas susceptibles de dar una
cabezadita. Se desmorona un tanto hacia el final con algún giro decepcionante
pero en tanto y cuanto a producción introspectiva y original es un acierto. Si
además le ponemos esa música de fondo de Hualampong Riddim y Koichi Shimizu que
recuerda al Badalamenti más minimalista y denso, nos hallamos con una película
hipnotica, diferente, interesante. (Vargtimmen, FilmAffinity)
A lo largo de su vida, el director tailandés Pen-ek
Ratanaruang (Last life in the universe, Invisible Waves) pasó mucho tiempo
en países extranjeros, y los viajes y el contacto con otras culturas fueron
constantes desde su juventud. En sus películas los personajes normalmente se encuentran
de paso, lejos de su tierra, suspendidos temporalmente en espacios transitorios
(apartamentos alquilados, barcos, bares, habitaciones de hotel), como si
atravesasen etéreos limbos. La pareja protagonista de Ploy viaja
desde Estados Unidos a Tailandia, debido a la muerte de un familiar. Al
comienzo de la película se los muestra en un tedioso viaje en avión y en
seguida en su arribo a un hotel de Bangkok. Hay muchos detalles llamativos en
estas primeras escenas: en primer lugar, la pareja aparece en una toma, él
despierto y ella dormida; luego al revés. La idea de incomunicación, de cierta
desconexión entre los miembros de la pareja se planta desde un comienzo. Luego,
el sonido. A lo largo de toda la película existe un murmullo de fondo que
propicia un estupor permanente. Primero los apagados sonidos de las turbinas
del avión, luego, sofocados ruidos provenientes de la calle, más adelante la
banda sonora, tenues y sostenidas notas de órgano que refuerzan el embotamiento
y un constante estado de somnolencia.
La primera vez que Ploy entra en pantalla, surge como una aparición, como un sueño. La toma es breve y sutil, pero absolutamente atípica. La chica pide fuego al protagonista, entra y sale fugazmente del cuadro. Al irse, la cámara queda quieta, fuera de foco durante unos segundos, apuntando hacia la nada. Queda instalada la idea de que pasó algo asombroso, una ilusión, un espectro capaz de cortar el aliento y la reflexión. No pasaron ocho minutos de película y Ratanaruang ya demostró que es un director sumamente inquieto e innovador, y un detallista puntilloso a nivel plástico. Su cámara filma a los personajes en encuadres atípicos, por lo general situada por debajo de su cintura, y con lentos y cadenciosos movimientos.
La pareja se encuentra visiblemente aturdida por el desfasaje horario, y, pronto se descubrirá, atravesando una determinante crisis conyugal. En este panorama aparece Ploy, quien despierta celos en la mujer y vaya uno a saber qué sentimientos en el protagonista, que por la edad podría ser su padre. El conflictivo triángulo instala cierta tensión en el cuadro, y llega a desencadenar inesperados y crudos estallidos de violencia. Paralelamente, en otra habitación del mismo hotel, una mujer de la limpieza y un barman tienen sexo en largas y distendidas escenas de alto voltaje erótico.
La primera vez que Ploy entra en pantalla, surge como una aparición, como un sueño. La toma es breve y sutil, pero absolutamente atípica. La chica pide fuego al protagonista, entra y sale fugazmente del cuadro. Al irse, la cámara queda quieta, fuera de foco durante unos segundos, apuntando hacia la nada. Queda instalada la idea de que pasó algo asombroso, una ilusión, un espectro capaz de cortar el aliento y la reflexión. No pasaron ocho minutos de película y Ratanaruang ya demostró que es un director sumamente inquieto e innovador, y un detallista puntilloso a nivel plástico. Su cámara filma a los personajes en encuadres atípicos, por lo general situada por debajo de su cintura, y con lentos y cadenciosos movimientos.
La pareja se encuentra visiblemente aturdida por el desfasaje horario, y, pronto se descubrirá, atravesando una determinante crisis conyugal. En este panorama aparece Ploy, quien despierta celos en la mujer y vaya uno a saber qué sentimientos en el protagonista, que por la edad podría ser su padre. El conflictivo triángulo instala cierta tensión en el cuadro, y llega a desencadenar inesperados y crudos estallidos de violencia. Paralelamente, en otra habitación del mismo hotel, una mujer de la limpieza y un barman tienen sexo en largas y distendidas escenas de alto voltaje erótico.
En la película comienzan a sucederse situaciones que, se descubrirá luego, son sólo ensoñaciones de los protagonistas. En este sentido, el filme está lleno de escenas tramposas, que muestran cosas sin que sucedan realmente; en algunos casos sólo representan deseos inconscientes, en otros, situaciones que podrían haber sucedido, rumbos que la película podría haber tomado pero que sólo quedan sugeridos.
Ploy (la imponente Apinya Sakuljaroensuk) es uno de los principales enigmas del filme; la singular belleza de esta lolita tailandesa es de lo más inquietante: su enigmático rostro revela a una niña y una mujer madura al mismo tiempo, su mirada, un pasado denso y mil turbulencias. Demasiado joven y desgarbada para los 19 años que dice tener, viste una remera semiandrajosa -¿se habrá rasgado o será una moda?- y lleva un ojo levemente amoratado. El contenido de su cartera también amplía el misterio: maquillaje abundante, una yilé junto a un vidrio espejado. Ratanaruang es maestro en el arte de insinuar, dejando asomar todo el tiempo zonas de sombra que el espectador debe llenar con su propia intuición. La película se inscribe en esa clase de filmes ingrávidos y atmosféricos que parecen sueños, y que detrás de ellos esconden a auténticos autores, maestros del artificio y el lenguaje cinematográfico. A medio camino entre el cine de Wong Kar-wai y el de David Lynch, sin los desbordes característicos de uno y otro, Ploy sobresale como el mejor filme que Ratanaruang ha pergeñado hasta la fecha, y uno de los más importantes del cine tailandés actual.
FA 5091
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