Moon es una buena síntesis de 2001: Odisea del
espacio y Solaris – en su versión soviética -. Y si funciona así
es porque retoma la trama probablemente más interesante de la ciencia ficción:
la que propone la toma de conciencia de los sujetos sobre su relación con el
poder y de sus propias capacidades – más o menos – humanas. La fórmula es
simple, pero con infinitas opciones de evolución: un hombre aislado en el
espacio, interactuando con máquinas como mímesis de las relaciones
sociales, cuya cotidianidad es monótona hasta la locura y donde la razón a tal
sinrazón se justifica con la sentencia implacable del trabajo. El trabajo que
se presenta como fuerza apodíctica, donde aún en la soledad total del vacío
encadena a sus sujetos con la mismas promesas de prosperidad futura, de
disciplinamiento hasta el final, de construcciones deshumanizadas para
conformar la ilusión de un interior regulado, bajo control, en medio de lo que
es la exterioridad absoluta y aniquiladora: la fuerza del vacío, lo que
realmente existe detrás de todo dispositivo del orden. Ese riesgo constante de la
revelación del simulacro lleva al capital a reducir su fuerza de trabajo a una
persona, eficientizando la soledad para maximizar los resultados con riesgos
mínimos. ¿Qué huelga vale la pena en la soledad? Una huelga de uno es un
oxímoron, pero no una falacia. Moon nos enfrenta con nuestras propias
falacias, porque no se trata ya de llamar a la huelga sino a la deserción. Y no
a la capacidad de deserción solamente, sino a la deserción como acontecimiento,
ahí donde un punto de quiebre señala que, salgan como salgan las cosas, todo ha
cambiado para siempre y toda nueva ilusión de orden ha quedado pospuesta hasta
nuevo aviso.
FA 7536
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