domingo, 12 de enero de 2014

Moon (Duncan Jones, 2009)

Moon es una buena síntesis de 2001: Odisea del espacio y Solaris – en su versión soviética -. Y si funciona así es porque retoma la trama probablemente más interesante de la ciencia ficción: la que propone la toma de conciencia de los sujetos sobre su relación con el poder y de sus propias capacidades – más o menos – humanas. La fórmula es simple, pero con infinitas opciones de evolución: un hombre aislado en el espacio, interactuando con máquinas como mímesis de las relaciones sociales, cuya cotidianidad es monótona hasta la locura y donde la razón a tal sinrazón se justifica con la sentencia implacable del trabajo. El trabajo que se presenta como fuerza apodíctica, donde aún en la soledad total del vacío encadena a sus sujetos con la mismas promesas de prosperidad futura, de disciplinamiento hasta el final, de construcciones deshumanizadas para conformar la ilusión de un interior regulado, bajo control, en medio de lo que es la exterioridad absoluta y aniquiladora: la fuerza del vacío, lo que realmente existe detrás de todo dispositivo del orden. Ese riesgo constante de la revelación del simulacro lleva al capital a reducir su fuerza de trabajo a una persona, eficientizando la soledad para maximizar los resultados con riesgos mínimos. ¿Qué huelga vale la pena en la soledad? Una huelga de uno es un oxímoron, pero no una falacia. Moon nos enfrenta con nuestras propias falacias, porque no se trata ya de llamar a la huelga sino a la deserción. Y no a la capacidad de deserción solamente, sino a la deserción como acontecimiento, ahí donde un punto de quiebre señala que, salgan como salgan las cosas, todo ha cambiado para siempre y toda nueva ilusión de orden ha quedado pospuesta hasta nuevo aviso.

FA 7536

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