Baltasar es un burro que vive sus primeros años rodeado de
la alegría y los juegos de los niños hasta llegar a la edad adulta, en que es
utilizado como una bestia de carga y maltratado por sus diferentes amos.
(FILMAFFINITY)
Séptimo largometraje del francés Robert Bresson, considerado
uno de los mejores de su filmografía. Escrito por él, se inspira en un pasaje
de "El idiota" (1869), de Dostoievski. Se rueda en exteriores y
escenarios reales de Guyancourt (Yvelines, Francia). Obtiene el premio OCIC, de
Venecia. Producido por Mag Bodard ("Moustache", "Piel de
asno"), se estrena el 25-V-1966 (Francia).
La acción dramática tiene lugar en una villa indeterminada de la campiña
francesa. Tras su nacimiento en una granja, el burro es adquirido por el padre
de Marie, que lo usa como animal doméstico de juegos y compañía de los hijos.
La bancarrota le obliga a venderlo y a partir de entonces su propiedad pasa de
mano en mano. Sirve sucesivamente como animal de carga, de tiro, de arrastre,
de trabajo agrícola, de reparto domiciliario de pan, de atracción de circo,
etc. El burro es noble, paciente, sufrido, sacrificado, resistente y diligente.
Con su sencillez y naturalidad se gana el corazón del espectador. El padre de
Marie (Asselin) es orgulloso e inmensamente terco. Gérard (Lafarge), líder de
la pandilla de chicos, es vanidoso y malvado. La gente del pueblo es miserable,
cruel, egoísta y estúpida.
El film se presenta dividido en episodios o viñetas, que cubren el ciclo vital
completo de Baltasar. Muestra los cambios azarosos que sufre su vida y, a
cierta distancia, expone algunos de los cambios que experimenta la vida de
Marie (Wiazemsky) entre la infancia y la adolescencia. De la mano de ambos
explora la naturaleza del ser humano, su crueldad innata, sus impulsos
violentos, sus conductas destructivas, su debilidad y su perversidad natural.
Frente a esta realidad, el burro simboliza la virtud, la perfección y la
gracia. Para Bresson el asno viene a ser en cierto modo la imagen de las
personas humanas: el burro y éstas no tienen el control del mundo que les rodea
y de los acontecimientos que marcan sus vidas. Para Bresson la facultad de pensar
no permite al ser humano gestionar ni sus decisiones de respuesta ni su
entorno. Lo ilustra con un ejemplo: Marie a la hora de elegir entre la bondad y
el afecto de Jacques, su amigo de la infancia, y la brillante perversidad de
Gérard, opta por éste, pese a que la maltrata, abusa de ella y la desprecia. La
perversidad ejerce sobre el ser humano una fuerza de atracción tan grande y
eficaz que convierte la libertad en una ilusión. El bautismo de Baltasar revela
la creencia del realizador de que todos los seres vivos, no sólo los humanos,
están destinados a la inmortalidad.
La narración es austera, depurada y clasicista. Lleva la sobriedad a posiciones
extremas. Excluye de la imagen todo lo que suscita intriga, todo lo pintoresco,
todo lo que puede llamar la atención, todo lo que trasmite respiración y
pálpito (el paisaje).
Los intérpretes, no profesionales, lucen una impasibilidad psicológica
inquietante y dramática. No ponen de manifiesto ni sus pensamientos, ni sus
emociones. El espectador es invitado a imaginarlos, suponerlos y a especular
sobre ellos, para luego extraer las conclusiones que en su opinión corresponda.
Para Bresson el burro es el actor ideal, porque no comunica sus emociones. Sólo
se ven sus reacciones primarias ante la nieve, el fuego en la cola, la comida,
la fatiga, los petardos, etc.
Presenta una notable galería de personajes, como el vago alcohólico, el joven
delincuente, el comerciante avaro, el administrador más tozudo que un burro, el
panadero hosco y taciturno, etc. El film está construido sobre unas coordenadas
filosóficas, teológicas y estéticas, que revelan la formación religiosa del
realizador, sus estudios de filosofía y su pasión por la pintura y el piano.
Son escenas memorables la visita del burro a los animales enjaulados del circo
(tigre, elefante, orangután), la búsqueda de Marie apaleada por la pandilla del
pueblo, el encuentro de las ovejas y el burro, etc.
La música ofrece fragmentos de la "Sonata núm. 20", de Schubert,
complementados con música ambiental festiva y de baile. La fotografía, de
Ghislain Cloquet ("Las señoritas de Rochefort", Demy, 1967), exhibe
un cuidado y preciso trabajo de cámara, numerosos primeros planos, encuadres de
detalle y partidos (piernas) y una austera simplicidad de las imágenes. La estética
es rigurosa, sobria y clasicista. Es una de las cintas más celebradas de
Bresson y para muchos es la mejor después de "Diario de un cura
rural" (1950), su obra maestra. (Miquel, FilmAffinity)
FA 2416