martes, 2 de septiembre de 2014

Au hasard Balthazar (Robert Bresson, 1966)

Baltasar es un burro que vive sus primeros años rodeado de la alegría y los juegos de los niños hasta llegar a la edad adulta, en que es utilizado como una bestia de carga y maltratado por sus diferentes amos. (FILMAFFINITY)

Séptimo largometraje del francés Robert Bresson, considerado uno de los mejores de su filmografía. Escrito por él, se inspira en un pasaje de "El idiota" (1869), de Dostoievski. Se rueda en exteriores y escenarios reales de Guyancourt (Yvelines, Francia). Obtiene el premio OCIC, de Venecia. Producido por Mag Bodard ("Moustache", "Piel de asno"), se estrena el 25-V-1966 (Francia).

La acción dramática tiene lugar en una villa indeterminada de la campiña francesa. Tras su nacimiento en una granja, el burro es adquirido por el padre de Marie, que lo usa como animal doméstico de juegos y compañía de los hijos. La bancarrota le obliga a venderlo y a partir de entonces su propiedad pasa de mano en mano. Sirve sucesivamente como animal de carga, de tiro, de arrastre, de trabajo agrícola, de reparto domiciliario de pan, de atracción de circo, etc. El burro es noble, paciente, sufrido, sacrificado, resistente y diligente. Con su sencillez y naturalidad se gana el corazón del espectador. El padre de Marie (Asselin) es orgulloso e inmensamente terco. Gérard (Lafarge), líder de la pandilla de chicos, es vanidoso y malvado. La gente del pueblo es miserable, cruel, egoísta y estúpida.

El film se presenta dividido en episodios o viñetas, que cubren el ciclo vital completo de Baltasar. Muestra los cambios azarosos que sufre su vida y, a cierta distancia, expone algunos de los cambios que experimenta la vida de Marie (Wiazemsky) entre la infancia y la adolescencia. De la mano de ambos explora la naturaleza del ser humano, su crueldad innata, sus impulsos violentos, sus conductas destructivas, su debilidad y su perversidad natural.

Frente a esta realidad, el burro simboliza la virtud, la perfección y la gracia. Para Bresson el asno viene a ser en cierto modo la imagen de las personas humanas: el burro y éstas no tienen el control del mundo que les rodea y de los acontecimientos que marcan sus vidas. Para Bresson la facultad de pensar no permite al ser humano gestionar ni sus decisiones de respuesta ni su entorno. Lo ilustra con un ejemplo: Marie a la hora de elegir entre la bondad y el afecto de Jacques, su amigo de la infancia, y la brillante perversidad de Gérard, opta por éste, pese a que la maltrata, abusa de ella y la desprecia. La perversidad ejerce sobre el ser humano una fuerza de atracción tan grande y eficaz que convierte la libertad en una ilusión. El bautismo de Baltasar revela la creencia del realizador de que todos los seres vivos, no sólo los humanos, están destinados a la inmortalidad.

La narración es austera, depurada y clasicista. Lleva la sobriedad a posiciones extremas. Excluye de la imagen todo lo que suscita intriga, todo lo pintoresco, todo lo que puede llamar la atención, todo lo que trasmite respiración y pálpito (el paisaje).

Los intérpretes, no profesionales, lucen una impasibilidad psicológica inquietante y dramática. No ponen de manifiesto ni sus pensamientos, ni sus emociones. El espectador es invitado a imaginarlos, suponerlos y a especular sobre ellos, para luego extraer las conclusiones que en su opinión corresponda. Para Bresson el burro es el actor ideal, porque no comunica sus emociones. Sólo se ven sus reacciones primarias ante la nieve, el fuego en la cola, la comida, la fatiga, los petardos, etc.

Presenta una notable galería de personajes, como el vago alcohólico, el joven delincuente, el comerciante avaro, el administrador más tozudo que un burro, el panadero hosco y taciturno, etc. El film está construido sobre unas coordenadas filosóficas, teológicas y estéticas, que revelan la formación religiosa del realizador, sus estudios de filosofía y su pasión por la pintura y el piano. Son escenas memorables la visita del burro a los animales enjaulados del circo (tigre, elefante, orangután), la búsqueda de Marie apaleada por la pandilla del pueblo, el encuentro de las ovejas y el burro, etc.

La música ofrece fragmentos de la "Sonata núm. 20", de Schubert, complementados con música ambiental festiva y de baile. La fotografía, de Ghislain Cloquet ("Las señoritas de Rochefort", Demy, 1967), exhibe un cuidado y preciso trabajo de cámara, numerosos primeros planos, encuadres de detalle y partidos (piernas) y una austera simplicidad de las imágenes. La estética es rigurosa, sobria y clasicista. Es una de las cintas más celebradas de Bresson y para muchos es la mejor después de "Diario de un cura rural" (1950), su obra maestra. (Miquel, FilmAffinity)

FA 2416

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