El diablo probablemente
Un joven de 20 años, Charles (Antoine Monnier), aparece
muerto en el cementerio parisino de Père-Lachaise. ¿Se trata de un suicidio o
de un asesinato? Charles vive entre dos amores, Alberte (Tina Irissari) y
Edwige (Laetitia Carcano), deambulando entre conversaciones existenciales con
su amigo Michel (Henri de Maublanc), despreciando tanto “la felicidad de la
tarjeta de crédito” como el compromiso político, y pasando por encima de las
posibles opciones que le ofrecen el anarquismo, la militancia ecologista, o las
drogas. Una serie de encuentros casuales le llevan a reconocer su propio
instinto de autodestrucción... (FILMAFFINITY)
En no pocas ocasiones las obras de grandes realizadores, con
el paso del tiempo han revelado su alcance visionario. Esa es, bajo mi punto de
vista, la impresión que desprende LE DIABLE PROBABLEMENT (El diablo
probablemente, 1977. Robert Bresson) prácticamente tres décadas después de su
realización, en el que sería el penúltimo título de una filmografía. Quizá en
aquel periodo, en el que un determinado sector juvenil de la sociedad urbana
francesa se enfrentaba con un hastío existencial heredado de la revolución
estudiantil de finales de la década precedente, la presencia de esta película
pudiera suponer un reflejo de un sentimiento latente. Y no obstante, es
innegable destacar que los postulados del film de Bresson –en su momento
bastante controvertido-, se pueden aplicar con mucha mayor propiedad en los
tiempos que vivimos, en donde aquellos síntomas de una sociedad occidental
basada en el éxito, la alienación, el consumismo y la superficialidad, no solo
permanecen vigentes, sino que desgraciadamente se han agudizado de forma
clamorosa. Es por eso que quizá contemplar hoy día LE DIABLE... puede provocar
en un espectador reflexivo una profunda sensación de incomodidad y,
fundamentalmente, de comprobar que lo que hace algunos años era un malestar ya
palpable, en nuestros días lamentablemente se erige como un paradigma del
escepticismo y el pesimismo sobre nuestra sociedad civilizada.
Creo que una mirada de estas características, solo puede inducir a dejar en un lugar secundario la valía cinematográfica de esta pavorosa mirada al fracaso de la civilización occidental, que gravita en todo momento en las imágenes de una película en la que el realizador francés agudizó aún más si cabe, sus rigurosas formas y métodos expresivos. Y es que quizá en pocas obras de su filmografía, el ascetismo, la potenciación del fuera de campo, el extraordinario cuidado de la banda de sonido, o la deliberada desdramatización de los actores –siempre elegidos entre intérpretes sin experiencia-, se ponen al servicio de una historia tan aparentemente banal y cotidiana. Un recorrido del que en sus primeros instantes ya sabemos su irremisible conclusión, y que nos remite a los meses previos de andadura vital del joven Charles (Antoine Monnier). Se trata de un muchacho de mente despierta y mirada triste, definido en su manejo de las matemáticas y que, como le confesará al psiquiatra, su gran problema es ser demasiado clarividente. El proceso autodestructivo del protagonista se verá incrementado al comprobar como no le satisface ni la amistad, ni el amor, ni las drogas, ni la religión ni, por supuesto la psiquiatría. Los rigurosos encuadres del film de Bresson saben plasmar esa angustia, desdramatizando la andadura existencial de Charles por medio de una narración en la que en muchas ocasiones se prescindirá incluso de los rostros de los actores, en una búsqueda del vacío y la ausencia alguna de sentimentalismo. Sus personajes parecen autómatas, integrados en un mundo que ni siquiera adquiere la aparente felicidad de los personajes de la célebre novela de Aldoux Huxley. Por el contrario, los autómatas de esta película, jamás esbozan una sonrisa, se ven ahogados entre automóviles, paseos sin sentido y adelantos electrodomésticos, envueltos además por la iluminación lívida que proporciona la fotografía de Pascualino De Santis.
Muchos han señalado que a sus casi ochenta de edad, Robert Bresson plasmó en esta película la propuesta temática más arriesgada de toda su carrera cinematográfica. Es probable que así sea, y es probable también que esa misma cualidad fue la que en el momento de su estreno, desconcertara a muchos comentaristas y aficionados, que incluso afirmaron que el veterano cineasta “chocheaba”. Es evidente que nada de ello era cierto, y no solo sus formas cinematográficas permanecían vigentes, sino que además su sabiduría intelectual se manifestaba con la fuerza de una visión de un hombre experimentado en la observación del ser humano.
Dentro de las innumerables sugerencias que plantea el conjunto de la película, su ascetismo, la radicalización de sus rasgos de estilo o la propia extrañeza que un título de estas características se inserte dentro del cine de los años setenta –y que tendría su continuidad en los inicios de la década posterior con L’ARGENT (El dinero, 1983), su última obra-, hay dos detalles que me llaman poderosamente la atención. Ambos están relacionados, y se trata de las dos posibilidades que la sociedad occidental podía ofrecer al individuo, y en las que de alguna manera se plasmaba una salida enfocada por un lado al materialismo y de otro lado a la espiritualidad. En el primer concepto, Bresson plasma la psiquiatría, manifestada en la película con esa finalmente frustrada visita que el lúcido protagonista realiza a un profesional de la materia. El encuentro parece tener consecuencia al menos permitiendo que Charles exteriorice una angustia vital que en el fondo demuestra estar dosificada en un muchacho que abiertamente confiesa ser más inteligente que los individuos que le rodean. Pero muy pronto este, podrá comprobar –mediante un inserto y una alusión a los importes de las sesiones psiquiátricas que le invita a realizar-, no es más que una pieza que la sociedad consumista ha introducido para exorcizar esas angustias vitales que en su seno afloran. Pero es en el terreno de la espiritualidad, donde realmente Bresson se arriesga en sus planteamientos, puesto que si bien se muestra totalmente crítico ante el anacronismo de la religión organizada como forma de acercamiento de la religiosidad en el individuo contemporáneo, no es menos cierto que “fuerza” la aparente poco creíble inquietud trascendente de un personaje de las características del protagonista. Sin embargo, ese arrojo y esa valentía serán uno más de los elementos a destacar en LE DIABLE..., y que además entroncan de forma radical con ese sentimiento de ascesis del individuo, que definió la trayectoria cinematográfica de uno de los autores más personales del cine europeo. Magnífica, austera, personal y asumida, atrevida y visionaria, LE DIABLE PROBABLEMENT es uno de las grandes películas de la segunda mitad de la década de los setenta.
(http://thecinema.blogia.com/2006/113001-le-diable-probablement-1977-robert-bresson-el-diablo-probablemente.php)
Creo que una mirada de estas características, solo puede inducir a dejar en un lugar secundario la valía cinematográfica de esta pavorosa mirada al fracaso de la civilización occidental, que gravita en todo momento en las imágenes de una película en la que el realizador francés agudizó aún más si cabe, sus rigurosas formas y métodos expresivos. Y es que quizá en pocas obras de su filmografía, el ascetismo, la potenciación del fuera de campo, el extraordinario cuidado de la banda de sonido, o la deliberada desdramatización de los actores –siempre elegidos entre intérpretes sin experiencia-, se ponen al servicio de una historia tan aparentemente banal y cotidiana. Un recorrido del que en sus primeros instantes ya sabemos su irremisible conclusión, y que nos remite a los meses previos de andadura vital del joven Charles (Antoine Monnier). Se trata de un muchacho de mente despierta y mirada triste, definido en su manejo de las matemáticas y que, como le confesará al psiquiatra, su gran problema es ser demasiado clarividente. El proceso autodestructivo del protagonista se verá incrementado al comprobar como no le satisface ni la amistad, ni el amor, ni las drogas, ni la religión ni, por supuesto la psiquiatría. Los rigurosos encuadres del film de Bresson saben plasmar esa angustia, desdramatizando la andadura existencial de Charles por medio de una narración en la que en muchas ocasiones se prescindirá incluso de los rostros de los actores, en una búsqueda del vacío y la ausencia alguna de sentimentalismo. Sus personajes parecen autómatas, integrados en un mundo que ni siquiera adquiere la aparente felicidad de los personajes de la célebre novela de Aldoux Huxley. Por el contrario, los autómatas de esta película, jamás esbozan una sonrisa, se ven ahogados entre automóviles, paseos sin sentido y adelantos electrodomésticos, envueltos además por la iluminación lívida que proporciona la fotografía de Pascualino De Santis.
Muchos han señalado que a sus casi ochenta de edad, Robert Bresson plasmó en esta película la propuesta temática más arriesgada de toda su carrera cinematográfica. Es probable que así sea, y es probable también que esa misma cualidad fue la que en el momento de su estreno, desconcertara a muchos comentaristas y aficionados, que incluso afirmaron que el veterano cineasta “chocheaba”. Es evidente que nada de ello era cierto, y no solo sus formas cinematográficas permanecían vigentes, sino que además su sabiduría intelectual se manifestaba con la fuerza de una visión de un hombre experimentado en la observación del ser humano.
Dentro de las innumerables sugerencias que plantea el conjunto de la película, su ascetismo, la radicalización de sus rasgos de estilo o la propia extrañeza que un título de estas características se inserte dentro del cine de los años setenta –y que tendría su continuidad en los inicios de la década posterior con L’ARGENT (El dinero, 1983), su última obra-, hay dos detalles que me llaman poderosamente la atención. Ambos están relacionados, y se trata de las dos posibilidades que la sociedad occidental podía ofrecer al individuo, y en las que de alguna manera se plasmaba una salida enfocada por un lado al materialismo y de otro lado a la espiritualidad. En el primer concepto, Bresson plasma la psiquiatría, manifestada en la película con esa finalmente frustrada visita que el lúcido protagonista realiza a un profesional de la materia. El encuentro parece tener consecuencia al menos permitiendo que Charles exteriorice una angustia vital que en el fondo demuestra estar dosificada en un muchacho que abiertamente confiesa ser más inteligente que los individuos que le rodean. Pero muy pronto este, podrá comprobar –mediante un inserto y una alusión a los importes de las sesiones psiquiátricas que le invita a realizar-, no es más que una pieza que la sociedad consumista ha introducido para exorcizar esas angustias vitales que en su seno afloran. Pero es en el terreno de la espiritualidad, donde realmente Bresson se arriesga en sus planteamientos, puesto que si bien se muestra totalmente crítico ante el anacronismo de la religión organizada como forma de acercamiento de la religiosidad en el individuo contemporáneo, no es menos cierto que “fuerza” la aparente poco creíble inquietud trascendente de un personaje de las características del protagonista. Sin embargo, ese arrojo y esa valentía serán uno más de los elementos a destacar en LE DIABLE..., y que además entroncan de forma radical con ese sentimiento de ascesis del individuo, que definió la trayectoria cinematográfica de uno de los autores más personales del cine europeo. Magnífica, austera, personal y asumida, atrevida y visionaria, LE DIABLE PROBABLEMENT es uno de las grandes películas de la segunda mitad de la década de los setenta.
(http://thecinema.blogia.com/2006/113001-le-diable-probablement-1977-robert-bresson-el-diablo-probablemente.php)
FA 1644
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