Un minero vaga en busca de trabajo, acompañado de su hijo de
corta edad. En este deambular llegará hasta un extraño pueblo fantasma, donde
solo vive una mujer que regenta una pequeña tienda. Allí es atacado por un
misterioso hombre de traje y guantes blancos... (FILMAFFINITY)
encontrar -como continuación documental- imágenes de archivo
que denuncian la situación que por aquellos años sufrían los mineros en Japón.
También, en el texto de Kôbô Abe (cinco colaboraciones con Teshigahara),
encontramos inclinaciones contrarias a la política que se ejercía en el
gobierno:
- Yo quiero trabajar en algún lugar donde haya un sindicato de trabajadores.
- ¿Un sindicato?
- Sí. Por una vez me gustaría tener voz y voto, y darle a mi jefe una buena patada en el culo.
De grandes planos generales y vibrantes panorámicas, Teshigahara animaliza al ser humano que ante situaciones peligrosas se defiende atacando (destacamos la secuencia final que contrapone a unos animales subiendo montaña ladera arriba). El bestiario queda esparcido a lo largo del metraje y siempre recogido con la suficiente pericia para que no quede burdo -la violación de la mujer de la tienda por el policía- ni se disperse en un magnífico guión tan cerrado, que parece abierto. Queda la mirada ociosa del niño como elemento especulativo del hombre primario (y paradigmáticamente de instintos animales menos atroces), aún no viciado.
Encontramos una atmósfera rala, porque en sí, la película también da la sensación de quedar desperdigada, como un intento de juntar varios géneros sin que se consiga la fusión del núcleo. Mientras que el thriller casa bien con esos primeros compases y con la investigación criminal, el tema fantástico amputa la atmósfera conseguida, pero da un tono tan diferente que la ruptura -buscada a sabiendas- rejuvenece la película.
Teshigahara parece tentado por el encuentro con su doppelgänger, aunque durante toda la investigación, las pistas -y el título- basculan hacia la trampa. Hasta que no le queda más remedio que completar el círculo y dejarnos al hombre de los guantes blancos encantado de que los planes siempre le salgan bien (como diría Hannibal Smith). (Chagolate con churros, FilmAffinity)
- Yo quiero trabajar en algún lugar donde haya un sindicato de trabajadores.
- ¿Un sindicato?
- Sí. Por una vez me gustaría tener voz y voto, y darle a mi jefe una buena patada en el culo.
De grandes planos generales y vibrantes panorámicas, Teshigahara animaliza al ser humano que ante situaciones peligrosas se defiende atacando (destacamos la secuencia final que contrapone a unos animales subiendo montaña ladera arriba). El bestiario queda esparcido a lo largo del metraje y siempre recogido con la suficiente pericia para que no quede burdo -la violación de la mujer de la tienda por el policía- ni se disperse en un magnífico guión tan cerrado, que parece abierto. Queda la mirada ociosa del niño como elemento especulativo del hombre primario (y paradigmáticamente de instintos animales menos atroces), aún no viciado.
Encontramos una atmósfera rala, porque en sí, la película también da la sensación de quedar desperdigada, como un intento de juntar varios géneros sin que se consiga la fusión del núcleo. Mientras que el thriller casa bien con esos primeros compases y con la investigación criminal, el tema fantástico amputa la atmósfera conseguida, pero da un tono tan diferente que la ruptura -buscada a sabiendas- rejuvenece la película.
Teshigahara parece tentado por el encuentro con su doppelgänger, aunque durante toda la investigación, las pistas -y el título- basculan hacia la trampa. Hasta que no le queda más remedio que completar el círculo y dejarnos al hombre de los guantes blancos encantado de que los planes siempre le salgan bien (como diría Hannibal Smith). (Chagolate con churros, FilmAffinity)
FA 5145
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