Maté a Einstein, caballeros
En un futuro próximo un grupo terrorista provoca un
accidente nuclear. La espantosa consecuencia de la radiación supone que a todas
las mujeres… les crece la barba. Científicos y gobernantes se unen para hallar
una solución al problema, pero todo esfuerzo parece inútil. El prestigioso
profesor Moore parece haber encontrado la solución: ha ideado una máquina del
tiempo. Con ella piensa trasladarse hasta 1911 y asesinar a Einstein antes de
que este descubra la teoría de la relatividad. De este modo conseguirá abortar
el peligro nuclear y evitar cualquier atentado. Pero una vez en el pasado la
misión no va a ser tan sencilla como en un principio parecía. (http://www.abandomoviez.net/)
Hay maneras y maneras de empezar una película, y esta es sin
duda una modélica muestra de cómo dejar en jaque al público. La cinta empieza
con dos señores barbudos pegándose el lote, pero pasados unos segundos el
espectador se dará cuenta de que uno de ellos no es tan señor como parece, sino
que más bien es señora. Una señora, eso sí, con hermosos pechos y abundante
vello facial. Esta es la bienvenida que nos da Oldrich Lipský al delirante
mundo de Maté a Einstein, caballeros, una imposible comedia de ciencia ficción
en la estela de la Nueva Cosa checoslovaca.
La historia es la siguiente: en el futuro, en el año 1999, los terroristas han lanzado diversas bombas atómicas que han provocado el desastre. No, no me refiero a un invierno nuclear o al apocalipsis, sino a algo que resultaría impensable para el mismísimo Carl Sagan: el envenenamiento radioactivo ha provocado que la población femenina se quede estéril, y lo que es más inquietante, ¡que les crezca la barba! Ante tal estropicio el caos se apodera del mundo, se producen manifestaciones, huelgas y divorcios, por lo que la ONU decide tomar cartas en el asunto. Primero prueban suerte con una gigantesca maquinilla de afeitar, un invento que se revela completamente inútil, y luego toman una decisión mucho más radical y disparatada, aunque no exenta de cierta lógica extraña. Deciden viajar al pasado en una máquina del tiempo y matar a Albert Einstein, así la revolución de la física moderna iría en una dirección muy distinta y las bombas atómicas nunca existirían.
Maté a Einstein, caballeros no es, evidentemente, una película de ciencia ficción dura, es más bien una comedia dura. Lipský se ríe de los convencionalismos del género tal y como se ríen del terror y el misterio El joven Frankenstein (1974) o Terrorífica Luna de Miel (1986), pero a diferencia de Mel Brooks y compañía, el director checo sabe cuando desmontarse del material original para crear una obra con entidad propia y no caer en la mera parodia. En este sentido la película entronca con El dormilón (1973) de Woody Allen, aunque no llega a la agudeza del genio neoyorquino y tiene una afinidad mayor que éste a la expresión más popular del género.
Lipský se arma de conciencia pop y grandes dosis de humor absurdo para crear una obra claramente antiprogresista y que pone sobre el tapete cuestiones morales de gran calado, porque demonios, ¿se os ocurre algo más paradójico que viajar en una máquina del tiempo para matar a Einstein? ¿Existe un asesinato más pretendidamente ideológico que éste? La película, en un tono de aparente inocencia, elije el arte y la música antes que la ciencia y la física, y utiliza el amor como fuerza redentora.
El filme juega con el concepto de la creación de futuros alternativos, el efecto mariposa y las paradojas, una serie de elementos que trata de manera frívola y socarrona, y que sitúa en el distendido ambiente de una comedia de enredos temporales. Como nos demuestra el hecho de que uno de los viajeros en el tiempo ponga en peligro su propia existencia al conocer a su padre cuando tan solo era un niño de 10 años, uno de esos contrasentidos que años más tarde Robert Zemeckis utilizaría en la trilogía de Regreso al futuro (1985-1990). Una saga que nos viene a la cabeza en más de una ocasión, como cuando el profesor Moore dibuja en la pierna de una mujer, al más puro estilo Emmett Brown, el desdoblamiento de la línea temporal.
Cachivaches que emiten sonidos de dibujos animados, mujeres barbudas, hombres con grandes pechos y el profesor Albert Einstein, son algunos de los estimulantes elementos que coexisten en esta caótica comedia de ciencia ficción. Una película que no atiende a fórmulas y que resulta algo indisciplinada e irregular, pero a pesar de ello totalmente reivindicable, por su singularidad, su colorida estética y su sugestiva virilidad pulp, aunque extrañamente será del gusto de quien rehúse por defecto la ciencia ficción más rara y radical.
La historia es la siguiente: en el futuro, en el año 1999, los terroristas han lanzado diversas bombas atómicas que han provocado el desastre. No, no me refiero a un invierno nuclear o al apocalipsis, sino a algo que resultaría impensable para el mismísimo Carl Sagan: el envenenamiento radioactivo ha provocado que la población femenina se quede estéril, y lo que es más inquietante, ¡que les crezca la barba! Ante tal estropicio el caos se apodera del mundo, se producen manifestaciones, huelgas y divorcios, por lo que la ONU decide tomar cartas en el asunto. Primero prueban suerte con una gigantesca maquinilla de afeitar, un invento que se revela completamente inútil, y luego toman una decisión mucho más radical y disparatada, aunque no exenta de cierta lógica extraña. Deciden viajar al pasado en una máquina del tiempo y matar a Albert Einstein, así la revolución de la física moderna iría en una dirección muy distinta y las bombas atómicas nunca existirían.
Maté a Einstein, caballeros no es, evidentemente, una película de ciencia ficción dura, es más bien una comedia dura. Lipský se ríe de los convencionalismos del género tal y como se ríen del terror y el misterio El joven Frankenstein (1974) o Terrorífica Luna de Miel (1986), pero a diferencia de Mel Brooks y compañía, el director checo sabe cuando desmontarse del material original para crear una obra con entidad propia y no caer en la mera parodia. En este sentido la película entronca con El dormilón (1973) de Woody Allen, aunque no llega a la agudeza del genio neoyorquino y tiene una afinidad mayor que éste a la expresión más popular del género.
Lipský se arma de conciencia pop y grandes dosis de humor absurdo para crear una obra claramente antiprogresista y que pone sobre el tapete cuestiones morales de gran calado, porque demonios, ¿se os ocurre algo más paradójico que viajar en una máquina del tiempo para matar a Einstein? ¿Existe un asesinato más pretendidamente ideológico que éste? La película, en un tono de aparente inocencia, elije el arte y la música antes que la ciencia y la física, y utiliza el amor como fuerza redentora.
El filme juega con el concepto de la creación de futuros alternativos, el efecto mariposa y las paradojas, una serie de elementos que trata de manera frívola y socarrona, y que sitúa en el distendido ambiente de una comedia de enredos temporales. Como nos demuestra el hecho de que uno de los viajeros en el tiempo ponga en peligro su propia existencia al conocer a su padre cuando tan solo era un niño de 10 años, uno de esos contrasentidos que años más tarde Robert Zemeckis utilizaría en la trilogía de Regreso al futuro (1985-1990). Una saga que nos viene a la cabeza en más de una ocasión, como cuando el profesor Moore dibuja en la pierna de una mujer, al más puro estilo Emmett Brown, el desdoblamiento de la línea temporal.
Cachivaches que emiten sonidos de dibujos animados, mujeres barbudas, hombres con grandes pechos y el profesor Albert Einstein, son algunos de los estimulantes elementos que coexisten en esta caótica comedia de ciencia ficción. Una película que no atiende a fórmulas y que resulta algo indisciplinada e irregular, pero a pesar de ello totalmente reivindicable, por su singularidad, su colorida estética y su sugestiva virilidad pulp, aunque extrañamente será del gusto de quien rehúse por defecto la ciencia ficción más rara y radical.
La frase: “Maté a Einstein, caballeros. ¿Pero preguntadme por qué? Para que madres sin barba puedan parir a sus inocentes hijos, para que la felicidad se extienda por el mundo como un arco iris, por eso sacrifiqué a una persona que ya había muerto cuando yo tenía 13 años, ¿o eran 14?” (Cecil B. Demente, http://quesitorosa.blogspot.com/)
FA 5142
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