Basada en una novela de Larry McMurtry y adaptada por el propio autor junto a Bogdanovich, La última película es un vastísimo fresco comunitario e intergeneracional, en el que la vejez y muerte del patriarca (el icónico Ben Johnson) emblematiza la decadencia y muerte de un pueblito texano –y, con él, de toda una idea de América– a comienzos de los años ‘50. La reiteración de una misma y desoladora imagen, que abre y cierra la película (las calles despobladas del pueblito, barridas por el viento), es de las que, una vez que se vieron, no se borran jamás. Allí y en cada plano, corte y transición de La última película, Bogdanovich logra recuperar una potencia visual, una capacidad de elocuencia, emoción y concisión, que eran la marca del cine de los viejos maestros. Aquellos a quienes el por entonces joven Peter aspiraba a heredar. (Horacio Bernades)
Si la primera película norteamericana fue un western, la última también lo será. Y en la última función del teatro Royal, en Anarene, Texas, no se traicionó tal frase. Red River (1948), el mítico western de Howard Hawks, sirve para decir adiós -con altura- a un teatro que conoció mejores épocas. Es precisamente esa postrer función la que da título a La última película (The Last Picture Show, 1971), el aclamado film de Peter Bogdanovich. Sobre la elección de esa última cinta del Royal, él explicaba que, "Para mí tenía que ser una película que de alguna forma transcurriera en Texas. Y quería que fuera una película acerca de los días cuando Texas tenía gloria y una especie de razón para existir. Quería una película de aventura, una película acerca de dejar senderos". Senderos que se dejan, caminos que se abren, rutas todas que, sin embargo, confluyen en Anarene, con sus 1131 habitantes, con sus calles polvorientas, con el silencio que sólo interrumpe el viento. Bogdanovich hace un homenaje a una época ya ida, a un estado de las cosas que ya no existía al realizar su filme, ambientado en el pasado, a fines de 1951 y filmado en un glorioso blanco y negro, los colores con los que nuestra memoria -contagiada de cine- asocia a ese periodo. Inspirado en la novela homónima de Larry McMurtry, a su vez coguionista del filme, Bogdanovich se convierte en un cronista objetivo, y nada complaciente, de un momento muy especial y definitivo de la historia reciente de su país, pero lo mejor es que lo hace desde una perspectiva de altura humana, con una puesta en escena casi mínima, y lleno de sensibilidad y respeto por sus personajes y por la precisa narración que nos está ofreciendo. El propio escritor McMurtry calificaba a Bogdanovich mencionando que "Él está tan conmovido como yo por el final de las cosas, por el ocaso de los periodos, las generaciones, las parejas, una ciudad. Pude haberlo deducido por su gusto por Ford o Hawks, el más elegíaco de nuestros directores". Y a esas influencias hace honor.En Anarene la gente no es feliz y el relato de La última película está acorde con ese sentimiento -mezcla de inconformidad, tedio y dolor- que invade por igual a jóvenes y a adultos. La historia, coral en origen, se centra en seis personajes: tres muchachos y tres adultos, pero realmente hay muchos más, gracias a un guión que les dio espacio y aire, y a una excelente elección de reparto, que no permitió que hubieran personajes menores. Al principio del filme conocemos a Sonny (Timothy Bottoms) y a Duane (Jeff Bridges), estudiantes del último año de secundaria. Ambos provienen de hogares escindidos y para sostenerse realizan trabajos menores, sin realmente tener muchas opciones, sin poseer una perspectiva clara sobre su futuro. Con Duane vemos a Jacy (Cybill Shepherd, en su primer papel en el cine), una frívola e inestable compañera de estudios, la más hermosa y deseada del lugar. Los tres muchachos tienen sólo cuatro opciones de diversión: un billar, un restaurante, un cine y el sexo, este último una novedad apenas por descubrir. El despertar sexual, el coming of age de tantas películas norteamericanas, aquí no está cubierto de glamour ni de ilusiones. En Anarene no hay muchos sueños, quizá algo de curiosidad por las urgencias del cuerpo, sobre todo si eso sirve de antídoto al tedio incalculable que los rodea. En la oscuridad del teatro, mientras ven -ironicamente- discurrir una realidad feliz que más parece ciencia-ficción en El padre de la novia (Father of the Bride, 1950), Sonny juguetea con Charlene, una noviecita fugaz, mientras sueña con Jacy; tras la aparente seguridad de Duane se esconde una enorme inexperiencia y una fragilidad casi insolente, mientras Jacy busca deshacerse de una incomoda virginidad que le impide acceder a otras experiencias más mundanas, lejanas al ideal de un amor romántico que parece no caber en su cabeza. Duane será su primer pareja, en un encuentro intimo desafortunado. Es el fin de la inocencia -no sólo sexual- nunca mejor representada que por Billy (Sam Bottoms), el jovencito retrasado mental, a quien Sonny y sus amigos obligan a tener una humillante y fracasada primera relación sexual y que después encontrará la muerte en las calles de Anarene. Los espíritus puros desaparecen, no tienen ya cabida en este mundo contaminado, donde sólo se vive por el placer momentáneo, parece gritarnos el filme. Pero, y era de esperarse, no sólo los mas jóvenes ven en el sexo una escapatoria valida. Los adultos de Anarere comparten sus mismas angustias: la madre de Jacy, Lois (Ellen Burstyn) no encuentra satisfacción en su matrimonio, con el jefe de la petrolera local, y busca aventuras con uno de los empleados, quién más tarde seducirá a la propia Jacy. A su vez, Ruth (Cloris Leachman), la esposa del entrenador de la escuela, busca refugio para su enorme soledad y desamparo en los brazos dubitativos de Sonny. Será Jacy quién los separe temporalmente, convenciendo a Sonny para que se casen a escondidas de sus padres, en una jugada que busca, ante todo, que la saquen de Anarene. Como vemos, los enredos de cama están a la orden del día allí, pero despojados de todo rasgo de aventura cosmopolita o de travesura erótica. Aquí no hay sino, tristemente, hastío y asco por tener que vivir unas vidas vacías y desesperadas.El único que parece tener claro su papel es Sam "el león" (un magnífico Ben Johnson), el experimentado dueño de los tres negocios del lugar. Sam es el viejo sabio de la tribu, uno de esos seres con mil batallas a cuestas, marinero en tierra que presiente el fin de sus días. Y no sólo los suyos, sino los de una época entera, a la que seres como él pertenecían. De ese tipo de presagios es que se nutre La última película, de ahí su tono trágico, su perfil pesimista y amargo. Por momentos pareciera que Anarene fuera un pueblo fantasma, poblado de espectros sin memoria y sin futuro.Quizá ese destino sea tan precario como el del teatro Royal, obligado al cierre por el advenimiento de la televisión, por ese intruso que se coló en cada hogar e hipnotizó a los espectadores hasta el punto de hacerles creer que no había una realidad distinta a la que ofrecía esa pequeña caja con imágenes en blanco y negro. En una población donde parece que nadie puede escapar a las miradas y los comentarios de los demás, el televisor se antojaba ideal, pero lo que no vieron fue que cerró aún más su mundo, los encerró en casa, los hizo más solos y aislados. El cine de Anarene, incapaz de responder a ese reto doméstico, sucumbió. Cuantas cosas desaparecieron en ese entonces...
El neoyorquino Bogdanovich, hijo de padres yugoslavos, escritor y crítico de cine, parecía llevar la cinefilia en las venas, a pesar de haber estudiado teatro con Stella Adler. Hawks, Welles, Hitchcock, Ford y Wilder fueron sus ídolos y sujetos así mismo de sus reportajes y ensayos para Esquire, Harper´s y el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Sin embargo su llegada al cine se debió a un curioso mentor, el amo absoluto de la serie B, el inefable Roger Corman. Junto a él, como asistente de dirección de The Wild Angels (1966), aprendió lo que ninguna escuela de cine iba a enseñarle. Corman tenía un remanente de dos días de un contrato previo con Boris Karloff y le propuso a Bogdanovich dirigir una película, que incluyera al ya decadente actor de películas de terror. El filme, en cuya elaboración argumental tuvo que ver Samuel Fuller, y que fue fotografiado por Laszlo Kovacs, se convertiría en Targets (1967), su primer largometraje, y ya considerado por muchos un filme de culto.Poco tiempo después, Bogdanovich encontró la novela de McMurtry en un supermercado, cautivado por el cinéfilo título. "Sonaba como el de una película que yo debería hacer" - recordaba. Desilusionado por descubrir que la acción transcurría en Texas, sitio que desconocía, el director perdió interés en el texto, pero -casualmente- volvió a sus manos recomendado por uno de sus amigos, el actor Sal Mineo, a quien le pareció que era un material valioso para ser filmado. McMurtry ya no tenía interés en su libro, pero Bogdanovich lo convenció para que ambos escribieran el guión, basándolo principalmente en la novela. "Mientras más conocía el material, más quería hacer la película". -recuerda el director. "En ese entonces tenía la firme creencia, y todavía la tengo, en el hecho de retarse uno mismo como director. El reto era gran parte de la calidad de película que saldría, porque también se requiere cierta cantidad de inspiración. Y la inspiración a menudo resulta de las limitaciones o de algo nuevo que a uno le esté pasando, algo fresco". Posteriormente ambos se dedicaron a buscar una locación apropiada para filmar, dando al final con Archer City, curiosamente el mismo poblado en el que se inspiró McMurtry para su texto. Pero si en el libro esa ciudad se llamaba Thalia, Bogdanovich la rebautizó Anarene, como un homenaje a Abilene, Kansas, en Red River. El director también optó por concretar la acción a un periodo específico de tiempo -un año- entre la temporada de football estudiantil de 1951 y 1952, lo cual le ayudó incluso a elegir con precisión una banda sonora que reflejara ese momento. De igual forma fue Orson Welles quién le sugirió filmar en blanco y negro, para lograr la profundidad de campo pretendida. La cinematografía fue encomendada al veterano Robert Surtees, otrora asistente de Gregg Toland, y quien fotografiara, entre otras, a Mogambo (1953) y Ben-Hur (1959). Su trabajo aquí, colmado de sombras y contrastes, es de una limpieza y sobriedad absolutas, en un momento del cine en que lo deseable era quebrar las convenciones estilísticas y narrativas vigentes. Es por su clasicismo que le filme permanece completamente actual."Tienes que aceptar. Con este papel vas a obtener una nominación de la Academia" - le insistía Bogdanovich a un reticente Ben Johnson, incomodo por la cantidad de diálogo que debía asumir al interpretar a Sam, así como por las groserías que debía pronunciar su personaje. El director debió recurrir a John Ford, quién tuvo a sus ordenes a Johnson en Wagon Master (1950), para que por fin lo convenciera. El actor obtendría el Oscar al mejor actor secundario por este rol. Tanto Jeff Bridges como Timothy Bottoms tenían cada uno un crédito actoral previo, el primero en Halls of Anger (1970) y el segundo en Johnny Got His Gun (1970), cuando fueron convocados a interpretar Duane y a Sonny, los jóvenes antagonistas del filme; Cybill Shepherd, era una modelo de veinte años que Bogdanovich vio en la carátula de una revista y que buscó para que interpretara a Jacy, la coqueta joven que no sabe querer. Lo más llamativo es que durante el rodaje se involucró sentimentalmente con el director -en ese entonces de 31 años- disolviendo su largo matrimonio con Polly Platt, quién se había encargado del diseño de producción del filme. Posteriormente Bogdanovich sería pareja de Dorothy Stratten, la malhadada playmate asesinada en 1980. Al momento de su estreno, en noviembre de 1971, en el Festival de cine de Nueva York, la película fue aclamada y Bogdanovich considerado "el siguiente Orson Welles", calificativo al que contribuyó el hecho de que paralelamente estrenara Directed by John Ford (1971), un documental tributo compilado para el American Film Institute, y que además ya estuviera rodando su siguiente filme, What's Up Doc? (1972). Muchos críticos se precipitaron a opinar que La última película más que reflejar por completo la textura de los filmes de los años cincuenta, "era una de las mejores películas realizadas en los cincuenta". Pero viendo las cosas con el filtro de los años, es evidente que se trata un filme realizado con la mentalidad de los años setenta, intentando rendir homenaje al cine de Hawks y hecho con un desapasionamiento, una falta de romanticismo y un pesimismo que no eran posibles en el cine de la época de Eisenhower, cuando los valores familiares y la prosperidad social y laboral tenían que exhibirse en las pantallas. Además la película tiene una franqueza sexual -con desnudos frontales- que era imposible en los tiempos del retrogrado código moral de Will Hays. Bogdanovich quiere ser crítico, antes que meramente nostálgico. Su aproximación busca la telaraña en el rincón, no la mesa reluciente de cera. Sin embargo, el amor por sus personajes lo previene del sarcasmo y lo acerca a la denuncia. Los hogares perfectos de ese momento, con esposos consagrados y jóvenes saludables, de conductas intachables, escondían una doble moral que en este filme sale a flote. Es por su honestidad que esta película impacta, porque Bogdanovich no cae en las trampas de la nostalgia fácil, deteniéndose -y afortunadamente así fue- sólo para captar la profunda humanidad de cada personaje. Los miembros de la Academia e Hollywood percibieron esto y la cinta obtuvo nominaciones a ocho premios Oscar, incluyendo mejor película y mejor director. Además del premio a Ben Johnson, también Cloris Leachman ganaría el premio a la mejor actriz de reparto. Tanto McMurtry como Bogdanovich, éste último necesitado del éxito que todos predijeron pero que no obtuvo, volverían a retomar el tema en una segunda parte de la novela y del filme, llamado Texasville (1990), que logró reunir a prácticamente todo el reparto, pero que carecía de sentido, pues la historia inicial ya estaba completa en el filme original. Bolas de polvo, ramas y escombros se ven pasar por las solitarias calles de Anarene, dignas de un western melancólico. Ellas arrastran también las ilusiones de sus habitantes, anhelos que empiezan y terminan en ese lugar perdido del mapa, en ese lugar olvidado por la suerte y por los hombres. En Anarene empieza y termina el mundo. Quién se atreve a salir no volverá. Quién se atreve a quedarse desconoce su porvenir. Al final de la película, con Jacy fuera de su alcance, con Duane rumbo a la guerra de Korea y con Billy absurdamente muerto, Sonny -sin más sueños- no ve nada que hacer en esas calles, distinto a tomar su camioneta y huir buscando otros caminos. Sale de los límites del pueblo a toda velocidad y de repente gira de nuevo y regresa. Lo entendemos. No hay nada más allá de Anarene. Sonny está condenado a habitarlo, girando claustrofóbico en tristes círculos sobre su geografía. No es posible otro destino. (Texto de Juan Carlos Gonzalez Arroyave, publicado en la revista Kinetoscopio No. 65 en 2003)
FA 3698
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