La película comienza con la llegada del hijo de Andrei desde la URSS a París, después de que las autoridades soviéticas aceptaran un viaje prohibido durante más de dos años. Tarkovski le recibe en la cama del hospital y sin levantarse abraza a su querido Andriushka. Desde allí sigue dando indicaciones a su equipo para terminar el montaje y la posproducción de su última película, Sacrificio. A partir de ahí, Marker plantea una lúcida y hermosa lectura de los films de Tarkovski a través de la cual queda en evidencia la conexión entre la vida y la obra del gran cineasta ruso, como una misma cosa, inseparable. Se trata, por un lado, de una magistral clase de análisis cinematográfico realizado con los propios medios que proporciona el cine; pero al mismo tiempo, y con la misma intensidad, la película plantea una reflexión sobre "el sacrificio" de un cineasta o sobre la vida sacrificada por la verdad cinematográfica. Debido a la potencia emocional de ver a Tarkovski luchando por la que sabe que es su última película, Un día en la vida de Andrei Arsenevich se convierte, finalmente, en una confesión: la admiración que un cineasta monumental como Chris Marker siente por Tarkovski.
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