Fat City: Ciudad dorada
Tully y Ernie Munger son dos hombres absolutamente
desencantados. Uno es un granjero alcohólico que intenta volver al mundo del
boxeo después de varios años de retiro. El otro es un luchador que intenta
enseñar todos sus conocimientos sobre el boxeo a un discípulo. (FILMAFFINITY)
1972: Nominada al Oscar: Mejor actriz de reparto (Tyrrell)
No hay esperanza, no hay alivio, no hay alegría, sólo la vida, que es una puta mierda. Intentemos que nos cojan para poder segar el campo, para ganar unos billetes que nos ayuden a seguir tirando. Cojamos la botella y perdámonos en su ayuda, ella se ocupará de que todo vaya mejor, relajémonos. Despertémonos y veamos nuestra habitación formada por paredes con grietas que se extienden a un techo que parece que está cayendo ante nosotros, pero no se cae, es un resacón. Todo el mundo sigue tirando, van haciendo sus compras pensando en sus cosas, ¿qué pensarán?, ¿en su soledad, en su trabajo, en su felicidad?. A lo mejor todos somos felices y no nos damos cuenta. A lo mejor. Preparémonos para el combate, probablemente lo ganemos y recuperemos nuestra honra. El tipo parece fuerte, y en el primer asalto le hemos dado fuerte en el estómago. Parece dolido. Mientras le golpeamos el tipo nos da fuerte y nos tumba, qué cabrón, y nosotros preocupándonos por él. Ataquemos fuerte, machaquémosle, un directo, otro, parece que sangra, se rinde y cae sobre nuestros hombros recorridos por sudor. No es un abrazo fraternal, es un abrazo de perdedores, porque aquí no ha ganado nadie, el combate estaba perdido de antemano para todos. Cien pavos de recompensa, esto no da ni para comprar la felicidad. La botella abre sus brazos de par en par y nos ofrece su compañía. Quién puede resistirse. En un momento de retorno de la embriaguez reconocemos la realidad en un espejo, miramos nuestra cara, está recorrida por cicatrices, se nos cae el pelo, nos hacemos viejos. La vida sigue su curso y no nos espera, nos trata con desprecio. Nos despertamos en nuestro fracaso y el sol nos ciega, va a hacer calor en el trabajo.
Este drama no es el nuestro, es el de esta película. Sin embargo, la película no sólo nos transmite la tristeza y la agonía, sino que nos las cede. Estamos todos jodidos viéndola, el drama se convierte en nuestro. No es cine, es la pura esencia del fracaso, es el dolor rodado. Es atroz y terrible. Me resulta imposible criticar esta película porque no es una película. Es la amargura de la vida. (GVD, FilmAffinity)
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Si Eddie Felson encarna en nuestro particular santuario cinéfilo la figura del perdedor, sin duda alguna Billy Tully refleja la viva imagen del desencanto, del desaliento, del nihilismo más brutal y acojonante. La peli de Huston constituye un formidable homenaje a la galería de fracasados de la América profunda. Esa puta América blanca y pija ( con tu permiso, Txarly ) que avanza cansinamente..., melancólicamente..., a ritmo de country. Porque el viejo John ( no, no es Ford. Es Huston. ¿OK? ) nos atrapa con una peli sin historia, sin argumento, sin guión... sólo con retazos de nuestra mísera cotidianeidad. Un puto día a día sin ambición, sin misterio, sin venganza, ni lección moral que valga.
Un otrora afamado boxeador se arrastra por bares de dudosa reputación, por cochambrosos gimnasios, por cuadriláteros de tercera, por hoteles de mala muerte... por quilométricos y ampulosos campos de cebollas. Siempre sudoroso, resacoso..., apestando a alcohol, pero siempre alzando la ceja, el mentón y alentando, con ese fétido hálito, a quien le pida ayuda, a quien le implore protección. Porque aunque Keach no es Gary Cooper ni John Wayne, nuestro antihéroe tiene más cojones que los otros dos juntos. Porque el valor no estriba en desenfundar con mayor rapidez o en soltar frases lapidarias con cara de palo. El valor consiste en encajar los golpes que te da la vida con entereza. El valor consiste en abrazar a una infeliz borrachuza, echarle un polvo y freirle un filete. El valor consiste en levantarte por las mañanas para ir a recolectar cebollas. El valor consiste en ir a recoger esa caja de cartón de manos de un expresidiario negro cuando tu pareja te echa de casa. El valor consiste en echar el resto por un amigo. Porque para mi tiene más coraje cualquier pobre diablo de Stockton que el más duro entre mil más allá de Picketwire. El viejo John ( Huston, of course ) me lo demostró. Congeló planos y corazones al final de su película y el muy cabrón me obligó, por vez primera, a derramar una lagrimilla entre los marcados acordes de esa amarga balada country.
Porque la vida es muy, pero que muy jodida... y muy pocos supieron dibujarla tan bien. (Taylor, FilmAffinity)
FA 7343
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