Un colectivo avanza por un camino de tierra en medio de la
noche, frena y baja un hombre desgarbado. Mientras el vehículo continúa su
camino, el hombre enciende una linterna y comienza a caminar solo. Hasta que a
su lado se detiene un camión, cuyos ocupantes lo fuerzan a subir. Con esta
escena, Margarethe von Totta da inicio a su retrato fílmico sobre la filósofa
judía-alemana Hannah Arendt. Porque fue el secuestro del criminal de guerra
nazi Adolf Eichmann, en la provincia de Buenos Aires en 1960, y su posterior
juicio en Israel, lo que dio origen a la publicación Eichmann en
Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal (1963), de Arendt.
En Hannah Arendt (2013), von Trotta elige narrar
el proceso del criminal nazi en Israel, que la pensadora cubrió para la revista The
New Yorker; y se detiene en la controversia que despertó el concepto “la
banalidad del mal”. La directora cuenta que este filme cierra la trilogía sobre
pensadoras alemanas que había comenzado con Rosa Luxemburgo (1986), y
continuó con Rosenstrasse (La calle de las Rosas) en 2003.
"En 1983, quería hacer una película sobre Rosa
Luxemburgo porque estaba convencida de que fue la pensadora más importante del
siglo pasado y me interesaba descubrir a la mujer detrás de la luchadora
revolucionaria. Pero ahora, al comenzar el siglo XXI, Arendt se presenta como
una figura aún más fuerte: su concepto "la banalidad del mal",
entonces duramente criticado, hoy es fundamental a la hora de discutir y pensar
los crímenes cometidos durante el nazismo", asegura von Trotta.
Integrande del Nuevo Cine Alemán de los 70, von Trotta
trabajó primero como actriz en las películas de Rainer Werner Fassbinder y
luego como guionista en varias películas de quien fuera su marido, el director
alemán Volker Schlondorff. Junto a él, debutó en 1975 en la co-dirección de El
honor perdido de Katharina Blum (Die verlorene Ehre der Katharina Blum).
Dirigió en solitario, en 1978, El segundo despertar de Christa Klages (Das
zweite Erwachen der Christa Klages). Y recibió el León de Oro en el Festival de
Venecia 1982 por Marianne & Juliane (Die bleierne Zeit),
estrenada en Argentina como Las hermanas alemanas. Además obtuvo numerosos
galardones porRosa Luxemburg en 1986 y Rosenstrasse (La calle de
las Rosas) en 2003.
A lo largo de toda su obra, von Trotta demostró siempre su
preferencia por el cine político y reivindicativo, y por abordar problemáticas
que atraviesan a la sociedad alemana. En su último filme, vuelve a trabajar
junto a Barbara Sukowa, actriz que protagonizó cuatro de sus películas, y que
construye a una vibrante Hannah Arendt que debe mantenerse firme en sus ideas,
ante los ataques tanto de sus amigos como de desconocidos enojados por sus
publicaciones en The New Yorker.
La película muestra cómo en 1961 Arendt llega entusiasmada a
Jerusalén para seguir el proceso contra Adolf Eichmann, jerarca de las SS que
llevó adelante la logística de "La solución final", y exterminó a
seis millones de personas en los campos de concentración nazis en toda Europa.
Desde las primeras declaraciones que realiza Eichmann en el juicio –dentro de
una cabina de vidrio– la pensadora se da cuenta de que en vez de estar frente a
un ideólogo del nazismo, se encuentra con un mediocre burócrata, orgulloso de
haber cumplido su tarea con eficiencia. Es un acierto que von Trotta haya
elegido utilizar el registro documental que se realizó del juicio, y se pueda
ver y escuchar al verdadero Eichmann contestando las preguntas de jueces y
fiscales. Es en estas filmaciones que irrumpe lo real, y se puede observar “la
lógica siniestra de la obediencia debida” con la que se excusa Eichmann de sus
crímenes.
La teórico política alemana regresa a los Estados Unidos,
donde estaba radicada, luego de haber presenciado buena parte del juicio y
relee todas las declaraciones, mientras espera el veredicto que sentenció a
Eichmann a la horca, en mayo de 1962. Recién en febrero de 1963, Hannah Arendt
comienza a publicar su reporte del proceso, en una serie de artículos en la
revista neoyorquina, y a partir de la primera entrega debe afrontar todo tipo
de críticas e incluso amenazas para que cambie sus ideas.
La película profundiza en esa gran controversia que
despiertan los escritos de Arendt, sobre todo en la comunidad judía, que la
acusa de justificar al criminal nazi con su concepto sobre “la banalidad del
mal”; que no entiende por qué incluye en su informe el accionar de los líderes
de los Consejos Judíos, que le entregaron a Eichmann las listas de deportación
de las personas encerradas en los guetos hacia los campos de concentración.
Sobre el final del filme, Arendt regresa a la universidad en
que enseñaba en la piel de Barbara Sukowa, para dar un brillante discurso en
que se defiende de las acusaciones. Allí explica que durante el juicio,
Eichmann repetía una y otra vez que él no había hecho nada que hubiera sido su
iniciativa. “El no tuvo intenciones, cualquiera fueran, buenas o malas, él
únicamente había obedecido órdenes. Esta es una típica defensa que usaron los
nazis. Dejar claro que la peor maldad que se cometió en el mundo, fue una
maldad de la que nadie es responsable”, asegura de forma enérgica Arendt. Y
continúa: “Estos crímenes fueron cometidos por hombres, no por monstruos. Por
seres humanos que se negaron a ser personas. Y es éste el fenómeno al que he
llamado la banalidad del mal”.
FA 7369
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