Deliverance: viaje a la América Profunda
Hay varias formas de disfrutar Deliverance. Se puede
apreciar el film como un espectacular y tenso thrillerde acción y terror
al uso, con sus protagonistas acosados por un peligroso cazador que busca
venganza. Sea como fuere, lo que es innegable es que la película de John
Boorman ya se ha convertido en un clásico del cine. Sumerjámonos en ella.
Sumerjámonos en la
América Profunda.
Lewis Medlock (Burt Reynolds) es un joven empresario de
Atlanta que disfruta de las excursiones campestres, donde da rienda suelta a
sus masculinos instintos de aventura y supervivencia. Cuando la mayor parte del
valle del río Cahulawasse, que fluye revoltoso bajo las montañas de los
Apalaches, va a ser sepultado por un lago artificial, decide organizar un
descenso por su curso con tres amigos: Ed Gentry (Jon Voight), Drew Ballinger
(Ronny Cox) y Bobby Trippe (Ned Beatty), que si bien no gozan del contacto con
la naturaleza tanto como él, se deleitan con triviales divertimentos
"exóticos" como el sorteo de peligrosos rápidos o la pesca al aire
libre. Pero el segundo día de excursión se separan, y cuando Ed y Bobby se
acercan a una orilla para solicitar ayuda a unos ariscos lugareños, éstos, sin
prácticamente mediar palabra, retienen al primero violentamente y le obligan a
presenciar cómo violan con brutalidad al segundo. Por suerte, Lewis aparece con
su arco y de un certero disparo en el pecho de uno de los rednecks zanja
la cuestión. A partir de aquí, los cuatro chicos de ciudad se verán envueltos
en una pesadilla en la que deberán centrar sus esfuerzos en seguir vivos y
planear la defensa que da nombre a la película.
Hay varias formas de disfrutar Deliverance (John
Boorman, 1972). Se puede apreciar el film como un espectacular y tenso thriller de
acción y terror al uso, con sus protagonistas acosados por un peligroso cazador
que busca venganza. En este caso, lo mejor es relajarse en la medida de lo
posible- y dejarse llevar por la aventura de supervivencia que viven Reynolds y
compañía. Las Apalaches regalan un marco incomparable a la acción, y el salvaje
río, preñado de mortales rocas de afilados contornos, incomoda tanto al
espectador como a los propios personajes por su violencia y atroz eco salvaje.
Pero por otra parte, la película tiene una fuerte carga simbólica. El
hipervitaminado Lewis Medlock organiza la excursión como parte de su obsesión
con la lucha del hombre con la naturaleza, furioso por la acción industrial en
la zona. Todo ese hermoso marco natural va a desaparecer, y eso es indignante;
hay que disfrutar una última vez, antes de que el futuro sepulte al pasado. La
eterna dicotomía ciudad-campo y progreso-tradición encuentra aquí una visceral
expresión. En este caso, la película se convierte en un cuadro de emociones y
sentimientos, agradables al principio pero aterradores a partir de la violación
del personaje de Beatty, que acontece sin preámbulos ni avisos. Esta manera de verla
encuentra su mejor expresión en la interpretación de Jon Voight como Ed Gentry,
cuyos ojos reflejan de manera increíble todo lo que sucede, desde la diversión
al pavor y la desolación final, cuando todo acaba y la situación es
irreversible. Todos se han enfrentado a sus miedos, se han puesto a prueba en
una situación extrema, y el resultado ha sido terrible. Sea cual sea el prisma
bajo el que el espectador se siente a ver la película, en ninguna medida
aliviará la carga de tensión que refleja cada minuto del metraje, inquietud
subrayada hasta la exasperación por el manso ritmo narrativo que Boorman
mantiene durante todo el film, una tranquilidad inalterable y desquiciante
tanto en los momentos más plácidos como en los más brutales.
Supervivientes
Cuando llegan al idílico lugar de acampada, los cuatro
colegas mantienen esa actitud cosmopolita de superioridad frente a las gentes
de campo. Sin ningún tipo de maldad, hay que reseñar. Desoyen las advertencias
de los lugareños acerca de la peligrosidad del río, alardeando de sus más que
sobradas aptitudes para afrontar la aventura. Lo típico. En este primer
contacto con los habitantes del bosque se produce una de las escenas más
recordadas: el inolvidable duelo de banjos entre Drew y el extraño niño albino
(Billy Redden), secuencia en la que es más que destacable la capacidad del
actor Ronny Cox, en su primer papel cinematográfico, de reflejar con su rostro
el auténtico disfrute de la situación, auténticamentehillbilly. La unión de los
dos universos, totalmente distintos, es perfecta, unos y otros participan de la
situación bailando, aplaudiendo, silbando. Este dominio de las circunstancias
hace que el cuarteto se crezca aún más: si estamos a la altura incluso en los
aspectos más folclóricos de esta gente, ¿qué problema puede haber? Pero el
pequeño muchacho abandona el dueto repentinamente Es parte del aura
premonitoria que rodea a los protagonistas, un ambiente en el que abundan los
sutiles mensajes, intuidos pero palpables, de que algo malo va a suceder. Y, en
ciertos momentos, da la impresión de que lo saben, de que participan de ello
con resignación, dispuestos a acatar cualquier cosa que pase.
Cuando inician el descenso por el río, la personalidad de
los cuatro personajes se va definiendo. Lewis es el jefe natural de la banda,
fuerte, de pecho peludo y aguerrida actitud, capaz de lanzar flechas con
precisión y pescar y cazar como un auténtico superviviente. A lo largo de toda
la trama diserta continuamente sobre la naturaleza, la lucha, el instinto
animal, se jacta de conocer un medio en el que se desenvuelve con aparente
soltura. Pero algo no encaja del todo; en una ocasión, Drew dirá de él que
"ha estudiado el bosque, pero no lo siente. Quiere fundirse con la
naturaleza, pero no lo consigue". Y es cierto.
Ed es, de alguna forma, el mejor compañero de batalla; es en
el que más confía, cuya compañía le es más placentera -en este sentido, su
relación similar a la que mantienen Robert DeNiro y Christopher Walken en El Cazador (The
deer hunter, Michael Cimino, 1978)-. Tendrá una prueba personal al enfrentarse
a un ciervo en el bosque, cuando todos duermen: no podrá matarlo, y su rostro
será reflejo del temor que le causa el provocar daño a otro ser vivo, miedo que
habrá de abandonar más adelante de forma radical.
En cuanto a Bobby y Drew, ni siquiera se plantean la
situación de forma tan vital. Para ellos, este fin de semana han cambiado el
golf por una pequeña e insignificante aventura. Drew es un tipo afable,
simpático, un tanto bobalicón incluso. Y Bobby se lleva la peor parte. La
violación es, sencillamente, salvaje: obligado a desnudarse, es perseguido y
sodomizado por uno de lo lugareños, que le obliga a chillar como un cerdo
mientras su amigo desdentado contempla la escena y ríe histéricamente. Cuando
Lewis y su arco entran en acción, el paleto sin dientes huye y nuestros chicos
se quedan observando, aturdidos y en silencio, cómo el violador agoniza, exhala
su último aliento y muere. Y durante toda la secuencia, ni una sola nota
musical, tan sólo los sonidos del bosque. Al decidir enterrarlo, la presa que
sepultará el tan apreciado entorno se llevará el terrible secreto, salvando sus
futuros.
Por todo ello el giro de la acción es tan bestial. La
actitud de todos cambia, su papel en la obra da un vuelco. Obviamente, Lewis
debería defender al grupo, guiarlos a la salvación. Pero en la huida, cuando
vuelcan las canoas, se rompe una pierna: se ha convertido en una carga para
todos, es un bulto inútil. Bobby ha sido violado, su mente está en otra parte,
traumatizado. Y es físicamente el menos ágil de los cuatro, orondo y poco
hábil. Drew es la voz de la razón, partidario de acudir a la policía y confesar
lo que ha pasado; pero Lewis ha matado a uno de los violadores y todos lo
han enterrado, un hecho que puede arruinar sus vidas. En el accidente con las
canoas, Drew sale disparado y muere horriblemente, su cuerpo roto contra unos
troncos flotantes ironías del destino, la oportunidad y la desgracia se unen en
la tragedia. Allí mismo hunden su cuerpo, abandonado para ser comido por los
peces. ¿Quién queda? Ed, sólo él. Tendrá que salir a buscar al que les acecha,
llevar esta espantosa situación a una solución feliz. Y cumple: encuentra a su
presa, se arma de valor y dispara, alcanzando su cuello de un flechazo. Bobby
grita, alborozado, al ver el cadáver:
-"¡Lo has hecho, Ed! ¡Lo has matado! Pero ¿es él?"
-"Creo que sí"
-"Creo que sí"
Al regresar por fin al pueblo, tienen que explicar lo
sucedido. Su amigo Drew ha muerto en un accidente fluvial, al no llevar el
chaleco salvavidas. Es difícil que la policía encuentre el cadáver, sobre todo
ahora que van a construir la presa que lo inundará todo, a pesar de la
tenacidad del sheriff Bullard (James Dickey, autor de la novela en que se basa
la película), que desconfía de la versión de estos señoritos de ciudad. Los
días que pasan aquí, a la espera de que Lewis reciba el alta del hospital, asemejan
en su aspecto y actitud veteranos de guerra, traumatizados, decrépitos,
llorosos y magullados, vestidos todos con ropas idénticas, prestadas por los
ancianos que les acogen. Solamente Bobby parece disfrutar de esta hospitalidad,
sin duda un falso placebo con el que trata de engañar a su cerebro; prueba de
ello es la insustancial conversación durante la cena. Ed, por su parte, no
puede olvidar nada de lo acontecido, teniendo que encargarse, además, de dar la
mala noticia a la viuda de Drew y sus hijos. Pero tienen que seguir con sus
vidas
En un plano final tan alarmante como premonitorio, la mano
de Drew emerge del fondo del nuevo lago. Es una pesadilla de Ed, sólo una
pesadillaLos títulos de crédito dan por finalizada la película. Ni un ápice de
humor. Fin.
Cowboys de ciudad
Esta metáfora sobre la inutilidad de las convenciones y
estructuras sociales frente los instintos primarios optó a tres Oscars en
1972: mejor película, dirección y edición. No ganó ninguno, porque era el año
de El Padrino (The stepfather) de Coppola, que le arrebató el
primero, y, sobre todo, del Cabaret de Bob Fosse, que se llevó los
otros dos -y seis más-. Más allá, cabe destacar el fabuloso trabajo tras las
cámaras del operador Vilmos Zsigmond, en buena medida responsable de que la
película soporte de forma estupenda el paso del tiempo. Salvo algunos problemas
de iluminación en determinadas escenas las condiciones de rodaje fueron
complicadas-, las imágenes reflejan la belleza del entorno y la brutalidad de
la situación a partes iguales, grabando en el recuerdo del espectador buena
parte de lo que acontece. Desde el ya citado dueto musical inicial al plano
final, no se abandona fácilmente el recuerdo de la violación, a medio camino
entre lo intuido y lo brutalmente gráfico y que marcó a un joven Tarantino
hasta el punto de reproducirla en las carnes de Ving Rhames en su Pulp
Fiction (1994). El cuerpo roto de Cox, los descensos por el río, el
accidente con el arco de Voight y su accidentada escalada por la roca un buen
puñado de recuerdos grabados a fuego en el cerebro de los aficionados gracias
al trabajo del tándem Boorman/Zsigmond; no en vano, el maestro húngaro trabajó,
en esos mismos años, en títulos clave como Encuentros en la tercera fase (Close
encounters on the Third Kind, Steven Spielberg, 1977) o la ya mencionada El
cazador.
Lo que es evidente es la influencia que ha tenido en los
años posteriores, hasta hoy mismo; sin ir más lejos, en la comedia escatológica
de 2004 De perdidos al río(Without a paddle, Steven Brill), el mismo Burt
Reynolds parodia su papel en la película. Títulos como Cabin Fever (Eli
Roth, 2003) o Big Fish (Tim Burton, 2003), por ejemplo, homenajean en
algún sentido el clásico, e incluso Luis Mandoki reconoce haber aceptado
dirigir Atrapada (Trapped, 2002) porque el guión le recordó a sus dos
películas favoritas: Perros de paja (Straw dogs, Sam Peckinpah, 1971)
y la propia Deliverance. Viendo la trayectoria del realizador no se nota
nada, la verdad. Más allá del cine, la influencia de este éxito fue tal que
durante los años siguientes a su estreno treinta personas murieron ahogadas
intentando cruzar el tramo del río donde la película fue rodada.
En principio el director elegido había sido el propio
Peckinpah, maestro de la acción y la violencia, pero los derechos de la novela
fueron adquiridos por el inglés John Boorman, que venía de dirigir dos
películas con Lee Marvin como protagonista, A quemarropa (Point Blank,
1967) e Infierno en el Pacífico (Hell in the Pacific, 1968).
Inconformista a lo largo de toda su filmografía, se ha ganado el respeto de
cierta parte de la crítica y el público, que disfrutan de sus historias en las
que personajes corrientes se ven envueltos en aventuras épicas que les pondrán
a prueba enfrentándose a grandes desafíos vitales. Títulos como Zardoz (1973), El
exorcista II: el hereje (The exorcist II: the heretic, 1977), Excalibur (1981), La
selva esmeralda (The emerald forest, 1985), Esperanza y gloria (Hope
and glory, 1987) oEl general (The general, 1998), entre otros, figuran su
haber. En principio Boorman quería que Jack Nicholson interpretara el papel de
Ed, a lo que el actor accedió si su amigo Marlon Brando se metía en la piel del
aguerrido Lewis. Pero los honorarios de ambos ascendían a un millón de dólares
de la época, la mitad del presupuesto.
El reparto quedó definitivamente encabezado por Burt
Reynolds, unos de los iconos por antonomasia del cine moderno que tiene en el
de Lewis Medlock uno de los mejores papeles de su carrera. Orson Welles dijo
una vez que "él éxito es Burt Reynolds", y no sin razón; desde
mediada década de los setenta, era cierto que su nombre era sinónimo de triunfo
en el cine americano del momento: Sam Whiskey(Arnold Laven, 1969), El
rompehuesos (The longest Yard, Robert Aldrich, 1974), Los
caraduras (Smokey and the Bandit, Hal Needham, 1976), Los locos
del Cannonball(The Cannonball Run, Hal Needham, 1981), Ciudad muy caliente (City
Heat, Richard Benjamin, 1984), son algunos ejemplos de su más que extensa
filmografía. La década de los noventa no se le dio muy bien hasta que Striptease (Andrew
Bergman, 1996), vehículo de lucimiento para las operaciones estéticas de Demi
Moore, le recordó a la industria que aún existía. Paul Thomas Anderson contó
con él para su exitosa Boggie Nights (1997), que le valió una
candidatura al Oscar, gracias a lo que su carrera se ha visto relativamente
relanzada aunque siga protagonizando castañazos como Driven (Renny
Harlin, 2001).
Jon Voight, por su parte, no ha tenido ningún problema en
mantenerse como actor de prestigio desde que comenzara su carrera en 1967 con El
intrépido Frank(Fearless Frank, Phillip Kaufman). En su segunda película tuvo
la suerte de conseguir el papel por el que a la larga sería más recordado, el
gigoló sensible deCowboy de medianoche (Midnight cowboy, John Schlesinger,
1969). Fue nominado al Oscar por su interpretación, galardón que logró nueve
años más tarde gracias aEl regreso (Coming home, Hal Ashby, 1978); en 1985
volvió a ser nominado por El tren del infierno (Runaway train), de
Andrei Konchalovsky. Tras cabalgar entre las causas sociales y el cine durante
los últimos veinte años, hoy se ha convertido en uno de esos actores que sirven
para engrandecer producciones al incluir su nombre en los créditos: Anaconda (Luis
Llosa, 1997), Se busca (Most Wanted, David Hogan, 1997), Enemigo
público (Enemy of the State, Tony Scott, 1998), Pearl Harbor(Michael
Bay, 2001) o Tomb Raider (Simon West, 2001).
Ronny Cox y Ned Beatty entraron por la puerta grande del
séptimo arte con esta película, aunque no han alcanzado la relevancia de sus
otros dos compañeros de reparto, manteniéndose en un discreto segundo plano a
lo largo de sus carreras. A Cox se le reconoce, más allá de su papel de policía
honesto en Superdetective en Hollywood (Beverly Hills Cop, Martin
Brest, 1984) por ser el villano de dos de los títulos de la filmografía del
irreductible Paul Verhoeven: Dick Jones, dueño de la O.C .P. en Robocop (1987)
y el tiránico Cohaagen de Desafío total (Total Recall, 1990). Ned
Beatty es otro de esos rostros que todo el mundo reconoce pero cuyo nombre
nadie recuerda; con una extensa filmografía a sus espaldas, destacar títulos
como Todos los hombres del presidente (All the president´s men, Alan
J. Pakula, 1976), Superman (Richard Donner, 1978), 1941 (Steven
Spielberg, 1979),El cuarto protocolo (The fourth protocol, John
McKenzie, 1987), Causa justa (Just cause, Arne Glimcher, 1995) o Condenados a
fugarse (Life, Ted demme, 1999).
También hay que hacer una mención especial a Bill McKinney,
habitual de las películas gamberras de Clint Eastwood de finales de los 70 y
principios de los 80, y a Herbert 'Cowboy' Coward, perfectos como los rednecks atacantes.
Coward fue propuesto por Burt Reynolds, que había trabajado con él en un espectáculo
de indios y vaqueros en Carolina del Norte. Y no menos apropiado está Billy
Redden como el chico del "duelo de banjos", aunque al no saber cómo
resultar convincente tocando el instrumento, otro muchacho estaba situado tras
la silla, siendo sus manos las que vemos interpretar la melodía. Además, a
Redden le agradaba enormemente Ronny Cox, así que al final de la escena, cuando
el chico tenía que apartar la mirada, le resultaba imposible hacerlo por el
aprecio que sentía hacia el actor; la solución fue acercar hacia ellos a Ned
Beatty, a quien no podía ni ver, logrando un efecto absolutamente espontáneo.
Al finalizar el rodaje, estuvo trabajando un tiempo organizando tours por la
zona para turistas; cuando Tim Burton lo descubrió lavando platos en Georgia,
no dudó en ficharlo para realizar un cameo en su Big Fish.
Se rodó un final alternativo, que mostraba a Lewis con una
muleta-, Bobby y Ed en compañía del sheriff de nuevo en el pueblo tiempo
después. El policía les mostraba un cadáver encontrado en el río, pero el
espectador no podía comprobar si era el de Drew o el de alguno de los
asaltantes. Este papel no acreditado lo "interpretó" el hijo de James
Dickey, Christopher. Como anécdota final, señalar que para reducir gastos
ninguna aseguradora se hizo cargo de la película, y los propios actores se
encargaron de las escenas más peligrosas. Sin riesgos, no hay emoción.
José Arce Bernal (Madrid. España)
FA 4958
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