jueves, 2 de agosto de 2012

Werner Herzog - Glocken aus der Tiefe – Glaube und Aberglaube in Rußland (1993)


Las Campanas del Alma
En un rincón perdido de Siberia, los hombres creen en chamanes, exorcistas, nuevos Mesías y en una leyenda que habla de un lago cuyas profundidades dejan escapar el sonido de las campanas de una catedral. Según esta leyenda, hace siglos, la ciudad de Kitesh, amenazada por una invasión mongola, fue salvada por Dios que hizo que el lago Swetloyar engullera a sus enemigos. Este documental causó cierta polémica en Rusia por presentar Siberia como una región de cultura profundamente primitiva y dominada por las supersticiones y la mística.
Werner Herzog observa a los curanderos en Siberia, que se autodenominan salvadores y se hacen pasar por sucesores de Cristo, y a personas que en el lejano lago Svetlojar llevan a cabo extraños e inexplicables rituales. 
Un hombre se arrastra sobre el hielo seguido de otro hombre. La concentración se dirije hacia abajo, a las profundidades, desde donde supuestamente se oyen campanas. El motivo, que se recuerda en muchas leyendas europeas, se centra en la nostalgia por lo desaparecido, lo invisible, que en determinados momentos puede volverse perceptible. Como en la mayoría de sus supuestas obras documentales, Herzog renuncia a las explicaciones verbales, simplemente graba lo que le fascina; en este caso transmite esporádicamente un poco de información adicional o traduce la versión original mediante la voz en off. Habría sido fácil dar al espectador algunas explicaciones sobre el vacío en la doctrina de la salvación y las utopías tras la desintegración de la Unión Soviética, pero Herzog confía estas consideraciones al raciocinio del espectador. Así a veces da la impresión de que al director de cine le dé vergüenza, por respeto a las personas, desvelar sus verdaderos o supuestos misterios. 
En la región del curso superior del río Yeniséi, Herzog encuentra unas humildes cabañas; dentro se encuentran varias personas, todas calladas; un hombre lleva cabo un ritual con fuego, humo y agua y los presentes beben de un cuenco. Una mujer explica: “Estamos enfermos”. El chamán debe exorcizar los malos espíritus e indicar el buen camino a la tribu nómada. A modo de acompañamiento se oyen constantemente los extraños cantos siberianos. 
Una mujer anuncia que el salvador ha llegado y que desean unirse a él. Y el mismo “salvador”, una mezcla de Rasputin, un cuadro del Nazareno y un traje bávaro típico de Oberammergau, declara impertérrito: “¡Yo solo digo que soy la palabra del Padre!” La cifra de estos autodenominados sucesores de Cristo ―esto lo ha expicado Herzog en una mesa redonda― crece constantemente. Otro salvador afirma que transmitirá energía al agua y a los ungüentos, y mueve los brazos como si dirigiese a un espíritu. También Yuri Tarassow le dice seguro al sanador: ”Yo, el mago ruso, os ordeno…!” Sobre un escenario hay mujeres que sufren ataques de histeria, reales o aparentes, no lo decidimos nosotros; lloran y piden al mago que tenga la piedad de curarlas. 
En las profundidades del lago Kitezh hay una ciudad sumergida, que corrió tal suerte porque Dios quiso salvar a los devotos del ataque de los tártaros. En las proximidades se encuentra una colina; un anciano la rodea a cuatro patas, sería la “septima colina de Jerusalén”. Una mujer cuenta que ha visto a un demonio, que un cerdo se ha vuelto loco y que ha oído las campanas de las profundidades. Al fondo, los hombres se arrastran sobre el fino hielo que cubre el lago; lo que tienen debajo no siempre parece sólido. Pero ―hay que fijarse bien porque Herzog lo muestra solo de refilón― el lago también lo utilizan los pescadores y los patinadores.  

Un hombre toca un carrillón en un castillo; dice que quiere alegrar a la humanidad con su “arte”. Antes era operador de cine. Cuenta que fue un niño huérfano y que no sabe nada de sus padres. Nos enteramos de que el hombre nació en 1944. Herzog se abstiene de evocar el trasfondo de la Segunda Guerra Mundial, los horrores de la historia; la relación entre pasado, presente y la profunda nostalgia, que puede ser racional o irracional, la salvación la ha de crear el propio espectador. También resulta reveladora la relación de suspense entre los primeros planos y los planos abiertos e infinitos, en los que las personas aparecen pequeñas y perdidas, una estética que ya se podía apreciar en la película de Herzog de 1974, Jeder für sich und Gott gegen alle; también esa historia del niño expósito Kaspar Hauser trataba de la pérdida de uno mismo en la inmensidad del mundo. (H.G. Pflaum, Goethe Institut)

"Hay algo muy profundo en los rusos. Estoy casado con una rusa de Siberia y mucha de aquella gente tiene profundas creencias y supersticiones. Creo que tienen muy indefinido el límite entre fe y superstición. La pregunta era la siguiente: ¿Cómo representar el alma de una nación entera en una hora de película?" Werner Herzog
FA 4931

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