Roman Polanski nos
trae con ‘Un dios salvaje’ (’Carnage‘, 2011) una comedia
divertidísima en la que los actores están sembrados, especialmente Christoph Waltz,
que es quien mayor nota cómica imprime a las interpretaciones, aunque su
personaje ya esté definido desde el inicio con los mismos matices con los que
finalizará. La intervención de Jodie Foster hace
pensar en una parodia de las actuaciones dramáticas y exageradas de las grandes
divas del cine que obtienen gracias a ello premios y reconocimiento –“No me
hables del sufrimiento en África…“–. Kate Winslet, con
un comienzo reservado, es quien encarna de manera más canónica lo que la obra
quiere plasmar: la fragilidad de esa capa de buenas maneras que, unos más que
otros, todos tratamos de anteponer en las relaciones sociales. John C.
Reilly encarna al personaje con mayor evolución y casi el único al que la
destructiva situación le resulta producente.
Rodando la casi totalidad del film en un decorado que finge
ser Nueva York, no solo por los edificios que se proyectan por la ventana, sino
también por el gusto burgués cultivado que sus habitantes parecen haber impreso
en la elección del mobiliario y los complementos, Polanski no ha hecho ningún
esfuerzo de darle una apariencia cinematográfica a su adaptación de Jasmina
Reza, pues solo se da el respiro de un exterior al inicio y al comienzo, con
sendos planos fijos de los niños en el parque. El resto del breve metraje
transcurre en lo que casi podría considerarse una única escena en el interior
del apartamento.
La obra, sobre dos matrimonios que tienen que charlar
civilizadamente sobre que el hijo de unos ha agredido al de los otros; contiene
en sí misma cambios de tempo y un marcado crescendo en los humores de
los cuatro personajes, provocado por la introducción de información
anteriormente no conocida, que pone cabeza abajo la situación: la supuesta
víctima podría ser el auténtico abusón. PeroPolanski no parece haber
sabido o querido marcar bien estos momentos. Unas falsas divisiones creadas por
los intentos de “huida” del matrimonio invitado, que son constantemente
infructuosos –no siempre son verosímiles los motivos por los que vuelven a
entrar en la casa, pero eso carece de importancia– parecerían marcar más los
giros o cambios de tempo que el propio texto en sí. Con ello,la progresión no
queda del todo clara y menos aún la cercanía de una conclusión o redondeo
de la discusión.
La crítica social en ‘Un dios salvaje’
Mi primera tendencia fue a pensar que quien no conociese la
obra de antemano podría perderse las implicaciones socioculturales que siempre
sabe estampar Jasmina Reza. Deslumbrada con la observación cáustica de los
comportamientos que la autora consiguió en ‘Arte’, cuando presencié ‘Un dios
salvaje’ representada en Madrid, dirigida con un tratamiento mucho menos
cómico por Tamzin Townsend, adaptada por Jordi Galcerán, e interpretada
por Aitana Sánchez Gijón, Maribel Verdú, Pere Ponce y Antonio Molero; entendí
en ella un análisis de cómo caen rápidamente las corazas de la educación que no
me pareció tan claro en el film. Me parecía que, si bien Polanski no las
elimina, sí pierden importancia para dejar protagonismo al humor.
Reflexionando un poco más sobre este contenido que subyace
al texto, quizá la conclusión es que eso es lo que hay, es decir: que es
posible que, en esta ocasión, la aportación de Reza no haya sido tan
profunda o haya observado algo tan original y difícil de captar, sino que
se haya quedado en sacar a la luz algo certero, pero no especialmente rompedor.
Así, esa sensación de que solo quien conociese previamente el libreto teatral
podría ver en la película unas intenciones y un contenido profundo deba
cambiarla por el pensamiento de que no será en ningún caso un film cargado de
una crítica social tan necesaria como un entretenimiento bien armado y con una
sólida base.
Conclusión
Superando de tal modo que casi se aplasta el contenido y la
posible observación cultural del texto, la película destaca incontestablemente
gracias a las interpretaciones de sus cuatro exclusivos actores, dirigidos por
un Roman Polanski que vuelve a sus escarceos con el humor y la liviandad.
O bien al director le importaba poco el tema y ha preferido divertirse con esta
adaptación, como quien juega con cuatro amigos en el salón de casa; o bien lo
que partía con mayor atención hacia los mensajes se ha ido de las manos de los
cinco artífices –actores y director– para cobrar una vida propia, incontrolable
siquiera en la sala de montaje. Sea como fuere, ese gran rato que parece que
ellos hubiesen pasado, se contagia para hacer de ‘Un dios salvaje’ una
película inmensamente gozosa, con momentos de auténtica hilaridad. Que no quede
más redonda en cuanto a la forma de cerrar la historia, que no deje traslucir
unas intenciones muy marcadas o que dé la impresión de ligereza solo indican
que le falta un plus para ser perfecta y sublime, pero no suponen una merma de
su brillantez.
FA 4909
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