En la Alta Provence, en los dominios de Hurlevent, Catherine (Fabienne Babe) y Guillaume Sévenier (Olivier Cruveiller), hermano y hermana, se ven enfrentados a causa de Roch (Lucas Belvaux), un niño abandonado, acogido por su padre en la casa de campo. La relación que une al salvaje Roch y la fina Catherine trasciende las barreras de la fraternidad o el amor convencional, y provoca los celos de Guillaume que hace todo lo posible por denigrar a Roch, y separarlo de su hermana. Durante una escapada clandestina, Roch y Catherine descubren las tierras donde se encuentra la mansión de una familia adinerada: Isabelle Lindon (Alice de Poncheville) y su hermano Olivier (Olivier Torres), son los burgueses hijos de esta familia. Atherine se relaciona con ellos, y unas semanas más tarde, Olivier pide su mano. Roch huye, y solo reaparece tres años más tarde, rico y algo más refinado. No obstante, aunque Catherine se haya casado y Roch se haya civilizado, el tormentoso vínculo que los une sigue intacto..
Integrante de la llamada “Banda de los cuatro” que conformaban Godard, François Truffaut y Eric Rohmer, Rivette fue uno de los principales ideólogos de aquel movimiento que a mediados de los años ’50 –primero desde las páginas de Cahiers du cinéma y luego con sus propios films– revolucionó el cine mundial. Para el crítico Marc Chevrie, “los primeros films de Rivette ya establecen un universo: teatro, complot, laberinto. Y luego se establece un método: el azar, la no premeditación, el juego, equilibrado por la gravedad existencial y el peso de una vivencia”. Según Serge Daney, “Rivette es uno de los grandes filmadores del cine francés. Devorador de imágenes, es un cineasta puro, es decir, alguien que no tiene un tema, que desconfía de los temas. El mundo rivettiano está hecho de las maquinaciones de los intrigantes y del pánico escénico de los actores”. (Pàgina 12)
Es la densidad de su plástica, como pintura en movimiento, la suave gradiante de sus tonalidades siempre en equilibrio y el espacio y sus volúmenes, su luz que lo convierte todo en sensual, incluso esta historia de aislamiento y miseria... es todo ello lo que hace de esta película algo extraño y excepcional que no acabo de entender.El cine de Jacques Rivette es una condición del espacio, del tiempo y de la narración cuya imposición inmóvil él torna grácil y encantadora filmándola como sueño. Su representación parece teatral y acaba yendo más allá del teatro, al cine, que es donde le corresponde.El relato de miseria se extiende y la condición de tirano acaba prevaleciendo. Resultan escalofriantes imaginadas después esas montañas bellísimas de cielos suaves hacia el último atardecer, las que vemos al principio acompañadas de las voces búlgaras. Esa dimensión del espacio, salvaje, agreste, aislado, con esos sonidos que como los coros clásicos de las tragedias anuncian ya lo inevitable. Entre el cielo y las montañas no hay escapatoria. En ese espacio donde todo parecía estar previsto a una perpetuación de los tiempos, el elemento extraño, ese hijo de la fortuna que podría ser otro Edipo sin padre ni madre, apartado por la misma condición de perpetuación, acaba sustituyendo todo ese universo. Todo se quiebra por lo mismo que lo perpetuaba. Una grieta interior.(Imagogima)
FA 3798
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