¿Amor sin sexo? ¿sexo sin amor? ¿amor con sexo? ¿sexo con amor? ¿por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? ¿siempre quieren decir sexo? ¿es el amor un invento para ponerle al sexo un nombre más serio, por así decirlo? Todas estas preguntas, y otras tantas derivadas de éstas, darían para hablar y hablar durante días y noches, y son precisamente las que se derivan de una película tan cruelmente ingeniosa como ‘El Pan y el Perdón’, una de las pocas películas estrenadas en nuestro país, del poco, o nada, conocido, Marcel Pagnol, dramaturgo que adaptó varias de sus obras al cine. Todo un referente del cine francés en los años 30, probablemente la época más gloriosa de la cinematografía francesa.
La historia de ‘El Pan y el Perdón’ es sencilla. En un pequeño pueblo un pastor se enamora de la mujer del panadero. Juntos se fugan, dejando al pobre marido totalmente estupefacto por la situación de abandono. Primero rechazará la idea de que su mujer le ha sido infiel, pero poco a poco se irá convenciendo de ello, sobre todo cuando se convierte en objeto de burla para la mayor parte de sus vecinos.
El gran acierto de ‘El Pan y el Perdón’ (‘La Femme du Boulanger’, 1938) es el hablar de temas como la infidelidad o la pasión sexual en unos tiempos en los que esos termas eran prácticamente tabú para la censura, la cual no permitía hablar con claridad de determinadas cosas. Quizá por ello, Pagnol recurre a la sátira en su película, para vestirlo todo como si de una gran broma se tratase, quitándole yerro al asunto. Todas las frases de la película, los diálogos, tienen un doble sentido, casi siempre cómico, y al mismo tiempo no le resta el toque melodramático que la historia requiere. Recordemos que al fin y al cabo, estamos hablando de un buen hombre abandonado por su bella mujer y que para él eso supone el fin del mundo.
Pagnol comienza la película de forma muy amable, presentándonos los personajes, los cuales quedan perfectamente definidos con un par de frases. Enseguida vemos de que pié cojean todos y cada uno de ellos, y enseguida simpatizamos con el personaje central, ese panadero terriblemente enamorado de su mujer, pero que no es consciente de lo que eso supone. Un hombre mayor que su pareja, la cual cae enseguida en brazos de otro hombre, mucho más joven y apuesto que su marido, para el que nunca ha tenido ojos. Después del abandono, el director empieza a mostrar sus verdaderas cartas, y no da el más mínimo cuartel, ofreciéndonos un incisivo estudio sobre la crueldad humana en este tipo de situaciones, algo de lo más cotidiano. Nuestro personaje está perplejo, y se pasa un buen rato de la película excusando a su mujer, con unos diálogos brillantes y realmente delirantes y con un punto desternillantes. Es hora de la comedia, la situación lo requiere, pero Pagnol es lo suficientemente inteligente para lograr que nos riamos pero sin dejar de pensar que asistimos al hundimiento inmerecido de un buen hombre al que se le ataca en su punto más débil: el amor. Cuando éste ya es consciente de su situación, el film da un paso más allá y a través de una de las borracheras más impresionantes que el cine recuerda, se termina de redondear la jugada. A través del personaje central, maldecimos al amor, es hora de locura, de la sinrazón, nos dejamos llevar al igual que nuestro panadero, por la rabia. La película es como una bomba de relojería que en cualquier momento puede estallar. Y en la parte final vuelve la calma, la reflexión, un volver a empezar.
Pagnol no abandona en ningún momento la sonrisa, y a nosotros no nos permite en ningún momento estar serios. Y sin embargo, Pagnol, con toda su picardía y su humor, es terriblemente serio. Tal vez el final sea algo complaciente, una cesión al espectador que no tenía porqué hacerla, pero éste le sirve no sólo para terminar la historia de una forma bastante cerrada, sino para realizar una de las metáforas visuales más perfectas que se hayan visto en una pantalla, de cuantas se han hecho sobre el acto sexual. Un cierre conciso y adecuado, visto desde cierto punto de vista. Hasta llegar ahí, hemos sido testigos de todo. Pagnol demuestra tener un cuidado exquisito por el detalle, y el mosaico de personajes que desfilan por el film es realmente sorprendente. Desde el más tonto del pueblo hasta el párroco, con el cual el director se ceba sobremanera en el momento en el que el cura en cuestión utiliza la desgracia del panadero para ponerla de ejemplo en uno de sus sermones. Un momento en el que el personaje central busca el consuelo divino, por así decirlo, y se encuentra con algo peor.
‘El Pan y el Perdón’ es una película para saborearla detenidamente, para reírse y reflexionar. Uno de esos films a los que el paso del tiempo no le hace ni la más mínima mella, erigiéndose 70 años después de su realización como una película muy fresca y actual. Una película magistral de cabo a rabo, que ha tenido muy poca difusión por estos lares, como el grueso de la filmografía de su autor.
FA 3773
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