En un caserón inglés se reúne una serie de individuos que comenzarán a contar historias misteriosas: un conductor de autobús que parece anunciar la muerte, un fantasma infantil morando en una mansión, dos amigos enfrentados por una mujer incluso después de la muerte, un espejo maldito, un muñeco de ventrílocuo que controla a su poseedor…
En verdad que calificar el clásico británico Al Morir la Noche (Dead of the Night, 1945) resulta ser una tarea harto difícil. En un principio este filme de la Ealing está considerado como una de las joyas del género fantástico, una pequeña obra maestra de indudable encanto para diferentes generaciones de aficionados. Su mayor atractivo y su gancho principal consiste en presentarse como uno de los primeros (amén de algunas muestras germanas en la etapa muda) recopilatorios de historias cortas de talante terrorífico, todas estas (re)unidas bajo el leit motiv de otra, por lo tanto principal. Pero esta prerrogativa resulta ser una arma de doble filo, pues si no cabe la menor duda que en la década de los 40 la iniciativa debió ser un shock cinematográfico en cuanto a originalidad, desarrollo e intento de renovación de un género, hoy en día, tras una avalancha enorme de clones y copias tanto cinematográficas como televisivas, y ya no digamos literarias, la calidad de Al Morir la Noche temblequea tristemente al no contar ya con la baza de la sorpresa. Por poner un ejemplo, unos filmes similares, posteriores y tan desacreditados como las producciones Amicus guardan en la mayoría de los casos una perfección técnica muy superior a la película originaria, un hecho nada extraño cuando son trabajos dirigidos por directores tan cualificados (aunque también injustamente criticados, todo hay que decirlo) como un Freddie Francis o un Roy Ward Baker, profesionales de mayor valía que los siempre, siempre, siempre grises Basil Dearden, Charles Chriton y los otros dos responsables de Al Morir la Noche. Con esta introducción no quiero ni mucho menos despreciar la película pues, como muy bien dije al principio, reputar Al Morir la Noche es una misión peliaguda; la narración cuenta con una serie de aciertos más argumentales que estilísticos que redime los resultados finales, haciendo aún más fina si cabe la línea abstracta que separa a una excelente obra de otra fallida. Tal vez el problema radique en qué momento de su vida se acerca el aficionado a este filme: si lo hace después de empaparse de toda la gran cantidad de relatos literarios con tuerca (Bloch, Sturgeon, Poe, Lumley, Disch...) y audiovisuales (Serling y Twilight Zone, Amicus, Hitchcock...), recordando la dificultad de conseguir visionar tanto series Z como este tipo de clásicos, o lo hace más o menos virgen culturalmente.
Al Morir la Noche está formada por 5 sketches, y otro general que sirve para darles vida. Mervyn Jones interpreta a un arquitecto cuyos servicios han sido solicitados por un caballero para que rediseñe su hogar. Al llegar a la mansión, Jones será instigado a que participe en una extraña reunión de terapia colectiva con los invitados de su anfitrión. De esta manera se da pie a que cada personaje cuente una historia independiente pero que tiene en común con las otras el tratar una anécdota increíble, terrible o en todo caso sobrenatural. (...)
Al Morir la Noche no puede ser considerada como una obra maestra por las circunstancias de las que hablábamos al principio, y por mucho que nos pese a los aficionados. Pero del mismo modo, el visionado de este gran clásico (y escribo gran aunque parezca contradictorio) tiene que ser indispensable en todo aquel que aprecie un género que no volvería a ser el mismo desde el estreno de la cinta. (Pasadizo)
"El cine es un arma maravillosa y peligrosa si la maneja un espíritu libre. Es el mejor instrumento para expresar el mundo de los sueños, de las emociones, del instinto. El mecanismo productor de imágenes cinematográficas, por su manera de funcionar, es, entre todos los medios de expresión humana, el que más se parece al de la mente del hombre, o mejor aún, el que mejor imita el funcionamiento de la mente en estado de sueño. B. Brunius nos hace observar que la noche paulatina que invade la sala equivale a cerrar los ojos: entonces, comienza en la pantalla, y en el hombre, la incursión por la noche de la inconsciencia; las imágenes, como en el sueño, aparecen y desaparecen a través de disolvencias y oscurecimientos; el tiempo y el espacio se hacen flexibles, se encogen y alargan a su voluntad, el orden cronológico y los valores relativos de duración no responden ya a la realidad; la acción de un círculo es transcurrir, en unos minutos o en varios siglos; los movimientos aceleran los retardos." Luis BUÑUEL
FA 3767
No hay comentarios:
Publicar un comentario