Caído del cielo
En este intenso y desolado drama, calificado por la crítica
en su día como "el último film de la era punk-rock", Dennis Hopper
plantea la situación desesperada de una joven provinciana atrapada entre las
costumbres de su pequeña ciudad y su entorno próximo, compuesto por unos padres
-presidiario él, drogadicta ella - que descargan sobre la hija toda su rabia y
frustración. Ajena por completo al publicitario "sueño americano", la
situación de estas personas sin futuro desenboca en razonamientos y comportamientos
absurdos. (FILMAFFINITY)
Anoche volví a ver “Out of the blue”, que dirigiera Dennis
Hopper en 1980. Rescato el magnífico artículo que Gabriel Albiac dedicó
en ABC a Hopper poco después de su muerte, donde glosaba dicha película:
Out of the Blue
GAVIOTAS que, con suprema elegancia, sobrevuelan el
basurero; tan necrófagas como las hienas. La fuerza visual de esa metáfora
persevera en la memoria de este animal enfermo de cine. Out of the blue («Caído
del cielo») es para mí, con diferencia, la mejor película de Dennis Hopper. La que
alza su elegía a un mundo muerto: el de la gran épica del rock and roll, al
cual pusiera punto de inflexión poética su temprana Easy Rider, rodada cuando
era posible aún morir en combate; aunque el combate fuera con un descerebrado
rústico que tira de rifle desde su apestosa furgoneta. Era posible vivir
deprisa; aunque, al final, la heroica Harley Davidson acabara destripada, al
margen de una cuneta en la infinita línea de las carreteras que no van a ningún
sitio. Era posible morir joven; aun cuando a tantos se llevara la muerte más
estúpida; no la apocalíptica guadaña de los grandes relatos, la aguja sólo, la
desalmada. ¿Dejar un bello cadáver? Eso, ni a los más altos héroes de Troya les
fue concedido. El cadáver es maculado enseguida por el polvo. Y las Harley
Davidson son máquinas demasiado puras para saber nada de aquellas lágrimas de
plomo hirviente que Homero vio a los caballos de Aquiles verter sobre la
polvareda del combate en el cual pereció Patroclo. Pero Easy Rider era 1969,
cuando la tempestad apenas había anunciado su comienzo. Out of the blue sucede
en las últimas trincheras, cuando, al cabo de once años, casi todas la batallas
se han perdido.
Del más perseverante rockero de esos años tomaba el título
de su película Hopper. Out of the Blue es la escueta maravilla que abre en
bucle el álbum al cual da shakespeariano título uno de sus versos: ...rust
never sleep..., algo así como que «la herrumbre nunca duerme». Bucle, porque
con el eco de esa canción se cierra el disco: la misma, aunque cambiado el
subtítulo (Into the black, en lo negro); la misma, sólo que dinamitado ahora el
inicial tono angélico que daban a su apertura voz y pulcra guitarra, triturado
por el estruendo que sabiamente distorsionan las guitarras eléctricas con las
que Crazy Horse hizo los directos más bestias de esos años. «¡Más vale arder en
una sola llamarada, puesto que la herrumbre nunca duerme!» La herrumbre, la
jodida herrumbre, a la cual, si lo solemne nos complace, podemos llamar muerte.
Pero que el Neil Young furioso que lo escupe sabía bien que no es ese instante
sólo en el cual todo bicho -humano o lo que sea- tiene que dejar de estar; que
es cada segundo, cada instante en el cual se nos va el presente y, con él,
hasta el último átomo de cuanto somos. No es una revelación que haya impuesto
el vértigo de nuestro siglo. Quevedo lo puso -y dio con ello cima a la
intuición primera del Barroco-, en la forma más literariamente perfecta con que
haya dado la lengua castellana para decir el drama de ser hombre: «presentes
sucesiones de difunto».
A Hopper se lo ha llevado el cáncer. Tan común, tan
canalla... La herrumbre que no duerme. Aquí, allá, en media docena de lenguas,
leo tópicos que hablan de «icono de la contracultura». ¡Icono de la
contracultura a los setenta y cuatro...! Aquí, allá, en media docena de
lenguas, los mismos tristes lugares comunes sobre el motero de Easy Rider. No
hay muchos que recuerden -quizá porque es más triste, por ser más inteligente-
aquel Out of the Blue que seguía el vagar de una desolada adolescente, casi una
niña, empeñada en repetir con Neil Young que «el rock and roll no morirá
nunca», justo en los tiempos de los cuales el rock and roll era ya canto
fúnebre. Inmenso basurero, sobrevolado por bellísimas bandadas de gaviotas.
Necrófagas como hienas.
FA 4882
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