El elemento del crimen
Fisher, un inspector de policía, regresa a El Cairo después
de haber estado investigando un asesinato en Europa. Se encuentra en un estado
de confusión que lo lleva a buscar la ayuda de un psicoterapeuta. Su objetivo
es intentar reconstruir, por medio de la hipnosis, el crimen a partir de los
datos que ha ido recopilando. (FILMAFFINITY)
La antesala de Europa y del egocentrismo
Hubo un tiempo en que el director danés Lars Von Trier no
sabía lo que era el dogma, ni conocía la experiencia de torturar
psicológicamente a las actrices durante los rodajes, ni rodaba tres minutos al
año de una película que se estrenará probablemente cuando usted haya muerto (1), un tiempo en el que, definitivamente,
tenía el ego bastante menos subido que en la actualidad. Ese tiempo pasó, pero
quedaron sus primeras obras como testimonio. No quiero decir con esto que
menosprecie sus últimas películas, que por lo general me gustan y a menudo
demasiado, pero ciertamente sus aires de grandeza y el comportamiento de que
hace gala en una película comoLas cinco condiciones (De fem benspænd,
2003) no dice demasiado a favor de su persona, y eso que reconozco que he
terminado por tomarme a risa todas estas excentricidades. Y como creo que
talento no le falta, ni le faltaba, y como supongo que eso es lo que se juzga
aquí, en adelante me limito a hablar de la película.
Esta sería la segunda, si tenemos en cuenta su mediometraje Image
of Relief (Befrielsesbilleder, 1982), de poco menos de una hora de
duración, que le sirvió como el trabajo final para sus estudios en la Escuela Danesa de
Cine. Ese primer proyecto, realizado con una exquisita factura técnica,
resultando una obra tan ininteligible como visualmente fascinante, ya mostraba
el talento del danés y en parte marcaba el camino a seguir en su primer largo, El
elemento del crimen. Como en Image for Relief, y como lo haría después enEuropa (id.,
1991) o El reino (Riget, 1994) Von Trier utiliza una fotografía
coloreada, en esta ocasión con un predominio casi total del amarillo, para
dotar a su historia de una atmósfera no sólo surrealista como en aquellas, sino
también malsana. A este efecto también contribuye el desarrollo de la trama en
un verano sofocador, en el que los ventiladores y los pañuelos tratan de
impedir sin éxito que el sudor se apodere de los cuerpos.
El elemento del crimen es la antesala de Europa en
muchos aspectos, no sólo la cuidada escenografía, tanto en la labor fotográfica
como la utilización del montaje (plagado de pequeños detalles: la brillante
superposición de planos en un par de ocasiones —el coche en llamas en el
recuerdo de Osborne y la linterna que rompe Fisher—, o la forma de enlazar el
plano del coche de juguete del niño y el auténtico de Fisher al llegar al
escenario del crimen, por citar algunos) y el sonido, aspectos todos que
alcanzarían su cenit en el filme protagonizado por Max Von Sydow, sino también
en algunas ideas o elementos argumentales como el trance hipnótico al que se
somete Fisher para recordarlo todo y la voz en off del hipnotizador, las
continuas menciones al continente o el río en el que se ahoga un animal al
comienzo del filme, que remite al desenlace de Europa, o viceversa,
para ser más exactos.
Al contrario que ocurriría años más tarde en Los
idiotas (Idioterne, 1998) que partía de una buena idea, pero una puesta en
escena en mi opinión bastante desagradable (tengo que reconocer que el dogma no
es santo de mi devoción, y se aleja bastante de lo que yo entiendo por el
cine), aquí, a pesar de la brillantez técnica de la propuesta, el guión, aunque
nada desagradable, sí se resiente a ratos de cierta previsibilidad ya que los
indicios que se van dejando por el camino no son precisamente sutiles, y a
pesar de los intentos por sorprender al espectador con algún que otro giro
supuestamente revelador (el asesino mata sobre su inicial en el mapa y no sobre
una figura geométrica) o incluso folletinesco (la revelación de que Kim tiene
un hijo con el asesino), no es esto precisamente el punto fuerte de la
película, pero tanto la arrebatadora fuerza visual como los ecos al género
negro compensan sobradamente el resultado final.
Además, a pesar de todo esto, el guión también contiene numerosos
elementos de interés, que se integran en la trama proporcionando una coherencia
necesaria en una historia no tan simple como puede parecer a priori, elementos
por otra parte peligrosamente cercanos a la pedancia a la que se aproxima en
todos sus filmes (otros opinan que se revuelca en ella). Me refiero a la novela
que da título al filme, un libro que Fisher sigue a pies juntillas, y que
recomienda repetir los pasos del asesino para poder atraparle. Este hecho es el
que provoca, entre otras muchas cosas, que Fisher conozca a la misma mujer que
el asesino. El policía se lo confiesa a sí mismo mientras va recordando: «Es
algo de lo que debí darme cuenta hace mucho. Siguiendo la misma ruta que él,
fui a dar con la misma chica», algo que quizá (y sólo quizá) al espectador
podría haberle pasado desapercibido, haciéndole pensar que, como yo he dicho
arriba, y también quizá, inmerecidamente, se encuentra ante un folletín, o que
Von Trier piensa que es idiota. Personalmente, yo comencé a notar los indicios
de que Von Trier tiene esta opinión de los que ven sus películas en Epidemic,
cuando decide pintar en la pared la línea argumental de la película.
En cualquier caso, todos esos detalles menores unidos,
terminan por cuadrar una historia cuya previsibilidad se diluye entre cristales
rotos, coches en llamas y un Harry Grey que se escurre como la memoria de
Fisher. Poco a poco se les va cerrando el cerco a ambos... para concluir que
muchas veces es mejor dejar los recuerdos enterrados y que las amnesias
selectivas sigan su curso.
¡Qué distinto sería todo si este danés dejase también
enterradas sus ínfulas!... y reconozco que probablemente sería para peor, pues
ya digo que cada vez me resulta más gracioso, y, para mal o para bien, tiene
cierto mérito: es personal.
FA 4868
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