Una película casi desconocida (olvidada tal vez) del director Giuseppe Tornatore es la que nos ocupa en esta ocasión. Y lo hace porque quiero revindicar su calidad como “casi” obra maestra. Y digo “casi” porque entiendo que no se aprecie en su justa medida, ya que el texto está estructurado como obra de teatro, y la inamovilidad real, mezclada con un recurso dramático del flash-back inconcluso que trata de dar aire al espectador, no acaba de funcionar al no estar cerrado de manera clara en el desenlace. Pero por partes.
Ya los títulos de crédito sobre la primera secuencia en el que una cámara subjetiva se mueve con torpeza en un oscuro bosque, bajo los violines de Ennio Morricone que agrandan la sensación de descontrol, nos avisan e introducen en el tono y tensión de lo que vamos a ver. Entendemos que se trata de alguien desorientado en mitad de la lluvia en una carretera comarcal que es detenido por la policía. No es otro de Gerard Depardieu. Ya estamos en el escenario principal. Una ruinosa comisaría rural que sufre goteras y da sensación de claustrofobia al detenido y al espectador. Unos diálogos introductorios para crear expectativas sobre la aparición del inspector de policía. Ha llegado. No es otro que el inefable Roman Polanski.
Tengo que decir en este punto que la película ha sido comparada con la obra de Kafka, imagino que en concreto con “El proceso”. Y tal vez hasta este punto sea de alguna forma cierto. En aquella el ciudadano Josef k es detenido y llevado a interrogar sin saber por qué. Tal vez tengan cosas en común, pero en esta, desde el principio prácticamente Tornatore introduce unos flash-backs que surgen desde la cabeza del acusado en los que vemos que “algo” sucedió el día previo a la detención. Lo ciento es que a partir de la llegada del inspector, el espectador va recibiendo información dosificada que nos deja ver que ha habido un asesinato. Pero antes, de forma ambigua la necesaria identificación del detenido. Depardieu resulta ser un famoso escritor en horas bajas del que el inspector es fan incondicional; Onoff.
A partir de el descubrimiento de la identidad, se produce un cambio de actitud en Polanski. Imágenes simbólicas como la de la ratonera en el armario nos dejan entrever que la noche va a ser larga. El duelo entre los personajes tanto a nivel dramático como interpretativo está servido. Ya prácticamente no vamos a salir de la claustrofóbica comisaría sino como recurso para crear tensión y precipitar alguno de los giros. Vamos a asistir a los precisos diálogos que van diseccionando al detenido. Pero también de alguna forma al comisario. Así, el paso de los minutos van dando la explicación necesaria a la ambigua situación. Pero el fin no es importante en esta película. Es en el proceso de reconocimiento de la acción, donde está el meollo de la cuestión. A pesar de lo denostado que está el recurso del flash-back, el director lo utiliza de manera ejemplar y poco habitual. Mientras el protagonista cuenta los acontecimientos, en pantalla vemos que se contradicen con la realidad de las imágenes. La perspicacia del comisario deja entrever que conoce la verdad, y el interrogatorio no es más que un proceso para que el personaje la reconozca. Como si tuviera la necesidad de sacar al detenido de una amnesia consentida. En el desenlace absolutamente simbólico (igual que en la obra de Kafka) entendemos que el paso al “infierno” necesita el reconocimiento del pecado. Y Onoff-Depardieu tiene unos cuantos que asumir. Como decía al comienzo, el tratamiento demasiado simbolista y un final algo ambiguo hacen que la película no sea redonda.
Pero uno de los puntos por los que quería comentar esta película va más lejos de la interpretación o la estructura del guión. “Pura formalidad” es una obra necesaria que se debería analizar en las escuelas de cine por lo maravilloso de la puesta en escena y la perfecta coordinación con la planificación. Y lo es porque a pesar de su aparatosidad, pasa desapercibida probablemente por lo certero de las interpretaciones y el libreto. Los movimientos de cámara son constantes y fluidos. Las acciones de los personajes perfectamente naturales y delimitadas al tiempo. Los constantes travellings semicirculares, los planos contraplanos con y sin escorzo, los planos generales. La suma de todo ello da pie a un montaje perfecto, de manera que tanto el ritmo interno de la escena y el ritmo externo del montaje se complementan a la perfección. Todo ello aderezado con la banda sonora de Morricone, o el desarrollo temporal casi real en una noche, hacen de “Pura formalidad”, una obra necesaria, sino maestra del cine europeo contemporáneo. Una película que de vez en cuando hay que revisar para recordar que a veces no hace falta grandes medios, sino grandes ideas... y saber llevarlas a cabo.
Víctor Gualda.
FA 3969
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