Nicholas Ray nos acerca a una familia, más concretamente al padre y marido que a causa de una enfermedad acaba haciéndose adicto a la droga que le han recetado. La cortisona le acabará llevando a una psicosis en la que no distinguirá el bien del mal, en la que descuidará su trabajo, odiará a su esposa y querrá matar a su hijo para liberarle de acabar siendo alguien detestable para la sociedad.
Como "Susana", de Buñuel, ésta es una de esas películas auténticamente subversivas (es decir, aquellas que precisamente aparentan no serlo) y más aún teniendo en cuenta que se concibió en el seno de la industria hollywoodiense. Si "El crepúsculo de los dioses" desnuda los entresijos de esa misma industria, el film de Ray hace lo propio con algo más amplio e intangible, como es una mentalidad muy determinada y extendida en su país que podemos denominar —intentando evitar los estereotipos— la "América profunda"; esa clase media acomodada y conservadora que, bajo un barniz de apacibilidad, se muestra llena de prejuicios y que, en menor o mayor medida, también ha sido objeto de disección crítica en obras como "Picnic", "Al este del edén", "Esplendor en la hierba" o "Terciopelo azul". Se lamentaba Ray en más de una entrevista de haber dado nombre y apellido al medicamento que trastorna gravemente al protagonista, la cortisona, nueva en ese momento y poco estudiada. Sin embargo, más allá de la contundente denuncia que la película hace de los peligros inherentes a cualquier adicción, queda claro el carácter metafórico de esta excusa argumental. A través del delirio del personaje genialmente interpretado por James Mason —también productor del film—, quien llega, nada menos, que a invocar el sacrificio de Abraham, salen a la luz los mecanismos latentes de una sociedad ferozmente ultraderechista, colindante con el fascismo.
FA 4020
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