Wyatt Earp, antiguo cazador de búfalos y aventurero, llega a Wichita, Kansas, un pueblo ganadero con problemas en los que no impera la ley. Su habilidad con el revólver le convierten en el candidato perfecto para el puesto de sheriff, pero rechaza el trabajo... hasta que las circunstancias le hacen sentir obligado moralmente a llevar la ley y el orden a una ciudad sin control.
El abnegado, expeditivo, y por lo general convenientemente edulcorado, Wyatt Earp, es uno de los personajes que a lo largo de su historia el cine ha ido de forma mas o menos recurrente recuperando en films tan numerosos como irregulares. Sin lugar a dudas, el mas conseguido es el triste Pasión de los fuertes (My darling Clementine, 1946) una de las obras mayores de ese inolvidable director de westerns que era John Ford, seguido del quizá, por lo menos a un nivel digamos popular, mas recordado Duelo de titanes (Gunfight at the O.K. Corral. J.Sturges, 1957), cuyo título en castellano no deja lugar a dudas respecto a la espectacularidad de la cinta, con una composición a cargo de Burt Lancaster y Kirk Douglas como el Sheriff de Dodge y su inseparable amigo Doc Holliday, respectivamente, bastante alejada de la propuesta por Henry Fonda y Victor Mature diez años antes. Hasta nuestros días, muchas han sido las incursiones de los hermanos Earp en la gran pantalla, algunas tan sugestivas, y menospreciadas, como esa suerte de secuela que de su propio film realizó John Sturges y que se llamó La hora de las pistolas (Hour of the gun, 1967), muy superior en mi opinión a su precedente (y que contaba con una espléndida caracterización de Robert Ryan como uno de los Clanton y quizá una de las pocas interpretaciones inspiradas de ese mediocre actor que siempre ha sido James Garner dando vida al Sheriff Earp) y otras tan desacertadas como chapuceras, como las dos últimas aproximaciones cinematográficas al mito, de mano de Lawrence Kasdan y George P. Cosmatos (Wyatt Earp (1994) con un indigesto Kevin Costner y Tombstone (1993) con un Kurt Russell un poco mas acertado pero igualmente inapropiado). (Miradas de Cine)
Tourneur siempre le tuvo un especial apego al western, aunque no fuera el género que le otorgara más prestigio ni crítico ni comercial. En los años cincuenta realizó cuatro, Stars in my Crown (1950) que, como Martín el gaucho, participa de otros elementos genéricos y debería considerarse mejor un neo-western; Stranger on Horseback (1955), Wichita (Wichita, 1955) y Una pistola al amanecer (Great Day in the Morning, 1956), y aún pudo haber un quinto si no hubiera rechazado el guión de La puerta del diablo (Devil’s Doorway, 1950, finalmente realizado por Anthony Mann), en una época en que Tourneur podía permitirse estos lujos. Quizá porque no son tan sorprendentes como sus productos fantásticos, ni tan aparentemente vitalistas como sus relatos de aventuras, ni tan reconocidos como su pieza negra Retorno al pasado, los westerns tournerianos han sido por lo general mal considerados o, en el extremo opuesto, elevados a quintaesencia del estilo de su autor. El propio Tourneur ayudó a esta última consideración cuando, preguntado por cuáles consideraba que eran sus mejores películas, casi siempre citó entre sus preferencias a Stars in my Crown («creo que es mi mejor film junto a 1 Walked with a Zombie, estaba sacado de un gran libro y acepté rodarlo por muy poco dinero, únicamente porque me entusiasmaba esta historia»), Tierra generosa y Wichita («guardo un excelente recuerdo de estos dos films, sobre todo de Wichita, era un verdadero western que se apartaba de lo ordinario»). Menos entusiasta se mostraba con Una pistola al amanecer («me he olvidado completamente de ella, la historia era demasiado fragmentada, demasiado deslavazada») y se sentía decepcionado por Stranger on Horseback por cuestiones ajenas a su trabajo («el procesado del color fue horrible, tuvimos que montar con una copia en blanco y negro y cuando vi por vez primera el film en color me llevé una decepción: un color plano, sin ningún relieve, una especie de tono gris uniforme como si se tratara de un contratipo»). (...)
Un actor, Joel McCrea, unifica los otros tres westerns de Tourneur realizados en los cincuenta. Su porte y expresión es muy distinta a la de Robert Stack. Carece de su arrogancia, también del peso de un pasado que ha hecho mella. McCrea, como siempre, encarna tres personajes de mirada limpia, rectos, nada individualistas, aunque a veces se les defina con detalles imprevisibles. En Stars in my Crown interpretaa un ex-combatiente de la guerra civil convertido en pastor de métodos harto expeditivos: llega a la ciudad, entra en el saloon, promete el primer sermón allí mismo y, ante las risotadas de los parroquianos, saca sus dos revólveres y les obliga a escuchar los primeros versículos bíblicos. En Stranger on Horseback y Wichita, McCrea defiende la ley y se obstina en limpiar la ciudad de malhechores; en el primer film lo hace bajo la apariencia de un juez que se enfrenta a un clan familiar digno de los Clanton, mientras que en el segundo asume la personalidad del sheriff Wyatt Earp, unos años antes de enfrentarse precisamente a los Clanton en Tombstone. En ambos casos actúa en ciudades en ebullición económica, siendo testigo de las transformaciones sociales y del fin de los viejos tiempos. Pero la obsesión de Earp por hacer prevalecer la ley en una comunidad en la que, como reza un letrero, sucede de todo, termina por enfrentarle con los ciudadanos que le han contratado: sus métodos no gustan ya que ponen en peligro el crecimiento económico de la zona.
Stars in my Crown es un film pausado, en formato cuadrado y blanco y negro, punteado por insinuantes travellings que abren y cierran el relato fundiéndose con la canción que le da título. Tourneur, más cómodo que nunca. se toma su tiempo para presentar los conflictos y varía de ritmo sin que nos demos cuenta, agolpando en su reducido metraje la muerte de un viejo médico, la dificultad de integración de su hijo, la destrucción de la granja de un campesino negro por los sicarios del cacique del lugar, la enfermedad del hijo adoptivo del pastor, el tifus que asola la ciudad y la irrupción de los jinetes del Ku Klux Klan. En su primera parte se corresponde con el Ford de Judge Priest (1934) y The Sun Shines Bright (1952), es decir, la contemplación plácida, idealista e idealizada de la América rural de finales de siglo. Después remueve en las propias entrañas del sur profundo para pincelar un drama que encuentra sus soluciones mediante el uso inesperado de la razón, como en Martín el gaucho o Circle of Danger. Stranger on Horseback y Wichita, ambas en color, la segunda en Scope, transcurren en espacios más ásperos, entre las paredes de la cárcel, en el saloon, en las calles polvorientas que irremediablemente servirán para que héroes (no proscritos) y villanos resuelvan a tiros sus problemas. Son westerns hieráticos, como lo es la composición de McCrea. Tourneur hace angulosos y desazonantes los espacios, especialmente en Wichita, donde el Scope ofrece un recurso longitudinal que busca el dinamismo interno del plano a pesar de que la acción se concentre en escenarios cerrados y progresivamente abstractos. A diferencia de Ford y Lang, pero coincidente con Boetticher, Ray o Fleiseher, Tourneur apreciaba el formato panorámico y tenía unas teorías peculiares al respecto: «Pienso que el CinemaScope es muy relajante para el espectador porque su mirada va de un personaje a otro, y eso cansa menos la vista que mantenerla fija sobre una mancha luminosa en medio de la oscuridad». (Quim Casas, Miradas de Cine)
FA 3993
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