domingo, 16 de agosto de 2009

EL SIRVIENTE (The Servant. Joseph Losey, 1962)

Servidumbre parasitaria
(Atención: este artículo cuenta el final y otras cuestiones de crucial importancia en la trama de la película, si aún no la vio es recomendable que abandone la lectura)
Lo que en principio parece fundamental al abordar una película tan rica de significados como El sirviente es no cerrar su análisis a interpretaciones únicas. He leído críticas que la nombran como una parábola de la lucha de clases, sin darse cuenta de que esta única óptica limita su análisis en lugar de enriquecerlo.
Asimismo, hubo quienes explicaron la película como una crítica aguda a la aristocracia londinense, o el reflejo de su decadencia a comienzos de los 60. No puedo evitar discrepar con esas visiones simplificadoras. Si El sirviente fuese sólo eso, no sería ni la mitad de buena de lo que en realidad es. Críticas más acertadas enfatizaron en las paradójicas relaciones de poder en ella presentes y en la sexualidad subyacente a los personajes, temáticas ineludibles para un análisis más certero.
Y es que frente a una película que corre paralelamente sobre tantos carriles, una interpretación totalizadora siempre deja cabos sueltos. Ignoro las intenciones primarias de Harold Pinter y de Joseph Losey al idear esta película, la bibliografía al respecto es más bien limitada y para mi caso particular inaccesible, pero dudo que alguno de ellos haya pensado en dar mensajes concretos, sino más bien en sugerir y cuestionar ciertos aspectos de la sociedad en la que estaban insertos y del ser humano en general.
Losey se autodefinía como "marxista romántico", y compartía con Harold Pinter su pasado ligado al teatro y cierta herencia brechtiana, pero por sobre todo ambos indagaban, y no sin cierto desprecio, en el sistema de clases británico. En El sirviente la aristocracia es representada por personajes intelectualmente limitados y acotados en sus quehaceres por sus manías y sus buenas maneras, y es aquí que surge un punto clave referente a la obra de Harold Pinter. Una de las obsesiones del escritor y una constante en sus escritos son las situaciones en que una lucha por el poder se esconde por detrás del lenguaje formal y las buenas apariencias de los personajes.
En este sentido, El sirviente es paradigmática en la obra de Pinter. Conforme transcurre la película Hugo Barrett (excelentísimo Dirk Bogarde en su papel de sirviente), tras ocultar sus intenciones bajo un manto de pulcritud y eficiencia, logra apropiarse paulatinamente de los espacios de poder de su empleador, Tony (James Fox). Ya desde el comienzo Barrett se hace cargo de todas las tareas de mantenimiento de la casa, desde la limpieza, la cocina y hasta la ubicación de los muebles y el decorado general. Como el sirviente se ha vuelto una pieza imprescindible la relación de dependencia se vuelve mutua, pero, ¿quién domina realmente al otro? ¿Es el empleador quien tiene el mando cuando se ha vuelto literalmente incapaz de echar el cerrojo a la puerta de calle por sus propios medios?
Barrett da su primer paso al imponer sus gustos estéticos en la casa, ya que crea un microcosmos envolvente del que Fox es presa. No es menor que Losey filma y dispone las habitaciones en forma laberíntica y confusa, no utiliza la clásica separación de "los de arriba y los de abajo" para distanciar servidumbre de patrones, sino que las habitaciones del amo y del sirviente se encuentran en la misma planta, y sus recorridos cotidianos se entrecruzan permanentemente. De ahí una suerte de "invasión a la privacidad" por parte de Barrett, su presencia ominosa muchas veces se ve intrusiva e inoportuna, pero en realidad esto no parece molestarle demasiado a Tony, quien parece sentirse plenamente satisfecho con la omnipresencia de su empleado.
El siguiente paso de Barrett consiste en quitar de en medio a Susan (Wendy Craig), la algo mayor e intuitiva novia de Tony. Desde un comienzo ella desconfía del sirviente y recela de la posición que ha tomado; al fin y al cabo, él está mucho más tiempo con su prometido, y lo cuida a tal punto que ella bien podría envidiar esta privilegiada postura dominante.
La inteligente estrategia de Barrett consiste en introducir un elemento desestabilizador en la casa: Vera (Sarah Miles), su supuesta hermana y ayudante en las tareas domésticas. Pero el verdadero y oculto cometido de su presencia es seducir y tener sexo con Tony. Me gusta la idea de que cuando lo logra está potenciando el poder dominante de Barrett. Él ha ganado ahora un nuevo espacio para sus propósitos; la dominación sexual de su patrón. El sirviente mismo se encama con Vera, y ésta a su vez con Fox, y de esta manera logra Barrett tener sexo indirectamente con él.
La homosexualidad latente en la relación empleado/empleador se insinúa casi permanentemente en la película. No se debe olvidar que Losey era bisexual (una gran cantidad de sus amigos y allegados así lo afirmaba), y con frecuencia esta sexualidad polifacética queda manifiesta en los actos y las motivaciones de sus personajes.
Me interesa recalcar que de ningún modo Barrett causa algún daño a Tony, sino que por el contrario parece lograr sus avances mediante correctas y pormenorizadas dosificaciones de placer. Atendiendo sus necesidades, satisfaciéndolo sexualmente (Vera mediante), desligándolo de sus responsabilidades. Barrett incluso termina haciéndose cargo de la administración de la economía de la casa. Lo único que le resta a Tony es vegetar, y de hecho, es lo que terminará haciendo.
Conforme la película va acercándose al desenlace se vuelve más extraña y opresiva. El registro creíble y realista que primaba en la primera hora y media se torna progresivamente en una bizarra y tensa resolución. Sorpresivo a su manera, este cambio de registro es uno de los puntos más altos a resaltar en El sirviente. Los inquietantes juegos infantiles entre sirviente y patrón pueden despertar confusión, pero terminan por indicar con claridad que la correlación de fuerzas se inclina definitivamente a favor de Barrett.
La última escena ha sido cuestionada por algunos críticos como excesiva e innecesaria, y revela a Tony reptando por la casa, a merced absoluta de su sirviente e incapaz de tomar una decisión por sí mismo. En lo personal, siempre me ha gustado que un autor insista en sus obsesiones y las lleve hasta sus últimas consecuencias, sacándoles todo su jugo, toda su perfección. Esta última escena, rebosante de pesimismo, lleva la película a un final extremo en su desasosiego, y obliga al espectador a replantearse la obra. Lo más probable es que no se puedan sacar conclusiones terminantes al respecto, pero de seguro algo se haya revuelto en su interior. Muchas veces, las grandes películas sólo mueven a cuestionamientos, y no a respuestas definitivas.
Han habido lecturas que desde una óptica marxista vieron la película como una muestra de que la toma del poder es sólo una cuestión de voluntad, ya que los "oprimidos" tienen el poder real en situaciones análogas. Una postura no menos interesante veía en El sirviente una parábola de cómo los asalariados se envilecen al tomar la posición de sus amos, o sea, que en esta toma de poder se revela, mejor que nada, el triunfo de las clases poderosas, ya que con sus lujos y su poder seductor corrompen y enceguecen al recién llegado.
Insisto en que ninguna de estas interpretaciones debe tomarse como la definitiva. El guión de Pinter es tan perfecto en su elucubración que da pie a las más variadas y alocadas lecturas. A mí me gusta entender la película de esta manera. La relación entre Barrett y Tony se comporta desde el comienzo como una relación parasitaria. Apenas el sirviente empieza a trabajar en la casa, Tony cae enfermo a causa de un virus. Ignoro si será casual o deliberado en el guión de Pinter, pero no puedo dejar de verlo como algo metafórico: Barrett es un parásito que invade el organismo de Tony, haciéndose cargo en forma creciente de sus funciones vitales (su hábitat, su sexualidad, su psiquis) hasta dejarlo convertido en un despojo humano, carente de voluntad.
Losey logró en El sirviente uno de los picos más altos de su carrera. Una dirección de actores portentosa, una banda sonora que juega siempre a favor de los climas, una puesta en escena agobiante y planificada en detalle. Sigo quedándome con esa pesadilla filmada que es El otro señor Klein (Monsieur Klein, 1976), a mi parecer una obra mayor, y la única película que recuerdo en que la crisis anímica por la que pasa un director durante su filmación repercute positivamente en los resultados obtenidos.

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