miércoles, 19 de agosto de 2009

Noi, el albino (2003 - Dagur Kári)

Una comedia nihilista con un protagonista muerto de frío

Por Horacio Bernades
Seguramente el frío, la nieve, el aislamiento, la sensación de estar en el fin del mundo no permiten otra forma genérica que no sea la comedia nihilista, la comedia desesperada, la comedia calamitosa e incluso fúnebre. De cualquiera de estas maneras podría definirse la película islandesa Noi, el albino, opera prima de Dagur Kári. Bajo cualquier definición terminará resultando tan divertida como desolada, tan graciosa como desesperanzada, tan ocurrente como terminal. Con una fuerte influencia del cine del vecino Aki Kaurismaki, pero estableciendo lazos con ese género lleno de muchachos hastiados que es el cine slacker (desde Slacker, de Richard Linklater, hasta 25 watts, pasando por Clerks y Rapado), Noi, el albino llega a la Argentina tres años más tarde y en proyección DVD, después de haber pasado por cantidad de festivales dedicados al cine joven e independiente, de Ro-tterdam a Gijón y de Edimburgo a Buenos Aires.

Agarrando la escopeta y disparando a lo lejos, asomada a la ventana: así despierta la abuela a Noi en la escena inicial. Si Noi es o no albino, no es fácil decirlo, ya que la película lo presenta sin un solo pelo en la cabeza. Qué pasa que su madre no está, tampoco se sabe. El que sí está, pero aparece cada tanto y cuando lo hace es para mal, es el padre, chofer de taxi bastante dado al trago y fan absoluto de Presley. Hasta el punto de haberle puesto de nombre al gato Elvis Aaaron. Claro, cómo no va a pasarse el tipo el día borracho si manejar un taxi no debe ser nada sencillo, ahí en medio de los fiordos y en pleno invierno, con las calles tan tapadas de nieve que ni siquiera se sabe cuál es la vereda y cuál la calle. “¿Está Noi?”, pregunta el rector del colegio, entrando al aula. “Eso es discutible”, responde, casi borgeanamente, el profesor, mientras mira cómo duerme el muchacho, derrumbado sobre el pupitre. “La puntualidad es la llave del templo de la disciplina”, lo regaña el padre haciéndose el serio. “¿El templo de la disciplina? No suena muy bien, ¿no?”, dice Noi para adentro.
Tan minimalista, antiemocional y renuente a organizarse en forma de relato orgánico como todas las representantes del cine slacker, Noi, el albino le aporta a ese género de películas una desesperación muy nórdica. Desesperación tan seca como en las películas de Kaurismaki y tan extrema como ese párrafo de Kierkegaard que lee el dueño de la librería, videoclub y tienda del pueblo. Según el filósofo danés, no existe en el mundo nadie que no deba arrepentirse de estar vivo. “Kierkegaard quiere decir cementerio”, dice el viejo y sucio librero (que lleva una remera en la que se lee New York, fuck you) y tira el libro a la basura. “¿Por qué lo tira? Regálemelo”, pide Noi. “No regalo libros”, contesta el otro, antes de amenazar con que no le vaya a tocar un pelo a la hija. Haciendo rozar a la película el cuento de hadas, la hija se llama Iris, es realmente linda, cayó en el pueblo como de la nada y trabaja en el 24 horas de la estación de servicio.
Boy-meets-girl, ella y Noi pronto andan a los besos, fantaseando con irse a vivir a una playa del Caribe. Lo más parecido que el muchacho encontrará a eso es una diapositiva, que viene con el viejo dispositivo que la abuela le regaló para su cumpleaños. Con un Deus ex macchina que tiene forma de alud (dios protestante, terrible y asesino) y una música que anda entre Leonard Cohen y Nick Cave (el director, Dagur Kári, es el líder del grupo, que se llama Slow Blow), es posible que Noi, el albino pierda, en la proyección en DVD, bastante menos que otras películas recientes, de comprometida visibilidad en ese formato, como Una pareja perfecta o Nadie sabe. Menos de lo que pierde Noi cuando el alud tapa el pueblo, seguro.
LA ZONA 2827

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