Pauline sueña con marcharse de casa para hacerse cantante. Suzanne está embarazada por tercera vez. Pauline la ayuda a abortar prestandole dinero. La vida les separa. Diez años después, se reencuentran en una manifestación feminista.
El tema de la liberación femenina es uno de los más controvertidos de los últimos tiempos, si bien es cierto que este concepto es interpretado de formas distintas, incluso antagónicas, entre sí. El cine, al igual que cualquier medio de comunicación, se ha ocupado del tema aunque no puede hablarse de ningún movimiento de cine feminista, sino que se trata de films aislados, en su
mayoría realizados por mujeres como es el caso de Una canta, la otra no, último film de Agnès Varda.
El diccionario castellano define el feminismo como "la doctrina que tiende a conceder a la mujer derechos reservados hasta ahora a los hombres". Esta interpretación debiera ampliarse y abarcar el reconocimiento por parte de los hombres de la capacidad intelectual y física de las mujeres, capacidad que se ha visto mermada por la educación discriminatoria que la mujer ha padecido y sigue padeciendo aún. Es a partir de esta supuesta inferioridad "intrínseca" que las feministas derrochan todos sus esfuerzos en demostrar de diversas formas, que la mujer está capacitada para todo aquello que se le niega.
Agnès Varda plantea la película en base a dos relatos paralelos que explican la trayectoria de dos amigas cuyos itinerarios,bien distintos entre sí, tenderán a demostrar esa capacidad femenina de la que tanto se duda. El personaje que Suzanne es plenamente identificable con cualquier mujer.
Esta llega a su "liberación" por absoluta necesidad, ya que el hombre con el que vive se suicida y ella se queda sola con dos niños pequeños. El hecho de que no estuviese casada con él, o el de que se decida a abortar en su tercer embarazo,no significan que sea una mujer liberada, por el contrario se encuentra sumida en una absoluta desesperación y es después de la muerte de su compañero cuando comienza a enfrentarse con la vida. Esta situación la han superado miles de mujeres que no habían oído hablar de feminismo ni de liberación, la diferencia entre éstas y el personaje estriba en que mientras aquéllas lo han asumido, en la mayoría de los casos, como una desgracia que deben afrontar, el personaje del film toma conciencia de su situación, lo que le servirá en adelante para saber arreglárselas por sí misma. (Reseña de Irene Muñoz publicada en la revista "Dirigido por")
L’une chante, l’autre pas es un film a imagen y semejanza de Agnès Varda, una artista nacida en 1928 en Bruselas, considerada precursora de la Nouvelle Vague por su innovador corto La Pointe Courte (1954). Varda, que ya había hecho films tan impactantes como Cléo de 5 a 7 (1961) y La felicidad (1965), volcó de manera casi torrencial en L’une chante... su ideario político, sus sueños humanistas, su empatía respecto de las mujeres. La guionista y directora que tantas veces ha dicho que en materia de feminismo ella es “utopista, soñadora y optimista”, cuando no le alcanzaron las imágenes o las situaciones, puso canciones que le dan al film un sesgo de comedia musical. “Fue una decisión táctica”, ha dicho Varda, “los discursos no se escuchan, las enciclopedias no se leen, de manera que resolví cantar las ideas, los deseos, las emociones de estas mujeres”.
En 1962, Pomme, una adolescente con pelo de zanahoria que va directo a los bifes, visita a Suzanne, una ex vecina pocos años mayor que vive con un fotógrafo y tiene dos niños. Suzanne está angustiada porque ha quedado nuevamente embarazada, y Pomme se pone en campaña para conseguirle el dinero para un aborto. La posibilidad más confiable es viajar a Suiza y la pelirroja miente para conseguir el dinero de sus padres. Cuando Suzanne se va, Pomme le cuida a los chiquitos. Poco después, el fotógrafo, incapaz de mantener a su familia, se suicida. Entonces las chicas se separan porque Suzanne se va al campo, a casa de sus padres que la denigran por no haberse casado. Diez años después, las amigas se reencuentran entre el público mayoritariamente femenino que sigue el histórico Proceso de Bobigny en que una adolescente fue juzgada –y absuelta– por haber abortado. Pomme ha continuado cantando a su manera, fuera del circuito oficial, y Suzanne se ha sobrepuesto al bajón, trabajando y estudiando, y ahora ha abierto un centro de planificación familiar en su pueblo. Las amigas se vuelven a separar y se prometen largas cartas, pero no cumplen. En cambio establecen un puente aéreo, un diálogo imaginario salpicado de postales que dan cuenta del momento que viven y el amor que se tienen.
Pomme canta como propias letras de Varda, la primera en Bobigny: “Mi cuerpo me pertenece/ y soy yo la que sabe/ si quiere parir o no./ Traer hijos a este mundo,/ ser flaca o ser gorda,/ es mi decisión”. Cuando viaja a Amsterdam a hacerse un aborto –después tendrá dos embarazos felices–, Pomme, mientras pasea en barco con un grupo de mujeres en la misma situación, entona: “Nosotras, señoras y señoritas,/ las torpes y las tontas,/ las distraídas y las abusadas,/ hicimos algo que no les va a gustar:/ el crucero de las que abortaron...”. En otro momento, cuando descubre que su novio iraní no resulta tan igualitario como pretendía enla casa, ella protesta: “La doble jornada, pobre mamá,/ algo agotador y muy mal pagado./ El viejo Engels tenía razón:/ en la casa, el hombre es el burgués/ y la mujer, el proletariado”. Por cierto, Agnès Varda, que puede hacer canciones a favor del derecho a abortar o en contra de la división sexual del trabajo, también puede celebrar a la embarazada plena: “La mujer burbuja,/ qué bueno ser como un globo,/ como un pan que leva...”.
A Varda, cuyo extraordinario documental Les glaneurs et la glaneuse (2000) se conoció en un Festival de Cine Independiente, siempre le ha gustado decir que ella no era una “ponedora”, que tuvo una hija y un hijo deseados y que nunca se consideró una supermadre. Casada felizmente durante añares con el gran cineasta Jacques Démy (hasta la muerte de él, en 1990), Agnès, cada vez que le preguntaban si su marido la había aceptado desde el vamos como era, cineasta y feminista, respondía con ese humor que desarmaba a los prejuiciosos: “Sí, pero yo también lo acepté. Tuve mucho mérito”. (Texto de Moira Soto, tomado de Pàgina 12)
FA 3851
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