Charles Burnett, el autor y director, estudiante de la UCLA, buscó la realidad en la que vivían los negros de norteamérica, y centró su mirada en las zonas urbanas deprimidas de Los Ángeles, la barriada de Watts. Filmó una de las películas más desgarradoras de los 70, utilizando actores no profesionales, con un presupuesto mínimo, y rodando en 16 milímetros.
Stan es un hombre bueno, corriente, humilde, que trabaja en un matadero para mantener a su familia. Watts todavía es un suburbio alejado de la delincuencia común, las drogas y la lucha callejera producto de la desesperación provocada por el desempleo masivo. Es pues, un estado de inocencia previo al desastre, como una mirada nostálgica a las condiciones de vida que disfrutaba la mayor parte de la población negra, antes de que los estereotipos, los guettos urbanos, las drogas y las mafias de delincuencia se hicieran con el paisaje. Todo, explicado con sencillez y con una mirada amable, narrando hechos cotidianos como si fuera un documental: los juegos de los niños, las charlas en los bares, los problemas de la convivencia marital, la simple reparación de una cañería…
Los personajes son reales, nada postizos ni con simbologías ocultas, no son estereotipos ni mueven un mensaje antirracista o son víctimas de la incomprensión de los intolerantes. Los personajes son los seres humanos que los norteamericanos blancos se negaron a ver durante más de un siglo, y que siguen negándose a ver en algunos casos si no se trata de cantantes de éxito, jugadores de baloncesto o de fútbol americano. Es decir, muestra a los negros como siempre se había mostrado a los blancos.
La película de Burnett, en un blanco y negro impresionante, mira detrás de los estereotipos raciales y nos muestra a personas. Y lo hace modestamente, sin grandes fastos, sin hacer ruido, sin querer abrumar con imágenes impactantes, giros inesperados o dramas lacrimógenos. La cámara es un testigo, y da la impresión de que lo que se ha rodado es la vida cotidiana de una familia, a través de la pared de su casa, y que en cualquier momento la cámara podría saltar a la casa de al lado, habitada por blancos o por negros, y las cosas serían más o menos similares. Tras ver esta película, y por si hubiera alguna duda, uno se da cuenta de lo estúpidos que son quienes minusvaloran a otros por detalles tan absurdos como el color de la piel o cualquier otro rasgo físico.
FA 3877
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