Jean Fournier (Mann) es un empleado de banco que un fin de semana se ve introducido en el mundo de las apuestas y el juego de la mano de su compañero de trabajo Caron (Guers), y decide pasar sus vacaciones apostando en los casinos de Niza. Nada más llegar conoce a Jackie (Moreau) una bella mujer obsesionada por el juego y de la que a partir de ese momento no se separará convirtiéndose ambos en amantes y compañeros de juego. El deterioro de la película original la mantuvo fuera de circulación durante décadas, hasta que fue restaurada por Varda en 2000.
La Bahía de los Ángeles,segundo largometraje de Jacques Demy y último en blanco y negro en su filmografía, es una encantadora película que toma como pretexto los accidentes del azar en el amor y en el juego compulsivo para proporcionar una aproximaxión a los modos en que el deseo y la pasión hacen de nuestros cuerpos y sentimientos el campo de batalla favorito de sus encuentros y desencuentros. Realizada con la habitual maestría del director francés, la película es un ejemplo cinematográfico de ritmo y pulso narrativos (los escasos ochenta minutos de su metraje no hacen mella ni en la profundidad de su contenido ni en el desarrollo casi perfecto de la trama) a la vez que un manual preciso de conformación de personajes, sin caer en la estereotipia ni en el banalismo, otorgándoles más bien la característica aura desenfadada y espontánea de varios de los mejores filmes de la Nouvelle Vague y de la primera parte de la obra del propio Demy. El juego es pues en este film la puerta de acceso al mundo de afuera, el mundo no regido ni por las instituciones familiares (en este caso la paterna) ni las sociales (el protagonista es un triste y sencillo empleado de banco aburrido de la rutina) y si algo tiene de cómplice la mirada de Demy para con su personaje y el universo en el que se interna, es la horizontalidad de su cámara, que le hace aproximarse ,sin juzgarlo, a cada uno de sus actos y motivaciones y comprenderlo desde sus primeras manifestaciones, de ahí también el sentido vertiginoso e inocente del ritmo de este acercamiento y la complicidad que se despierta en los espectadores pues practicamente acompañamos a Jean en su descubrimiento de la pasión desatada. El siguiente paso lógico en este gradual desenmascaramiento del deseo es el universo mayor del azar: el amor, y la maravillosa figura (genio y figura en este caso) de Jeanne Moreau es precisamente la adecuada para hacernos aún más cómplices del desmoronamiento de las barreras (afectivas ya aquí, una vez caídas las sociales y morales) de Jean en su camino de autodescubrimiento de todas sus posibilidades y carencias. Finalmente podría decirse que el juego del amor y del azar es la posibilidad mayor que otorga el derecho de equivocarse de los jóvenes (derecho único pues además de estropearlo todo permite conocer las cosas de otra manera o, simplemente, otras cosas) y es también la principal defensa de un film que brinda como nadie , con la soltura y gracia de los jóvenes precisamente, la oportunidad maravillosa para hacerlo, para equivocarnos como dios manda y verle el verdadero rostro al amor: el de Jeanne Moreau.
FA 3844
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