Mujeres en Venecia
El señor Cedil Fox (Rex Harrison) un millonario excéntrico, maquinador y aburrido, decide trasladar a su propia vida la farsa que propone la obra teatral "Il Volpone", escrita por Ben Jonson, autor del siglo XVII. Fox fingirá que está a punto de morir, y por lo tanto, de legar su fortuna, noticia que atraerá hasta su palacio de Venecia a tres mujeres que fueron importantes en su pasado.
Las moscas acuden al tarro de miel en cuanto se levanta la tapa. El juego comienza bajo las premisas del Volpone, de Ben Johnson, excusa perfecta para que ese extraordinario director que era Joseph L. Mankiewicz construya una trama que incluye la ambición, el engaño, la apariencia, la arrebatadora ironía, el crimen, la muerte, el tiempo tomado como enemigo a vencer en la espera de los sueños escapados y, por supuesto, el arribismo, uno de los temas que el director convirtió en insignia de sus innumerables obras maestras. Así pues estamos en un palco del gran teatro de la vida y, sobre las tablas, una impresión de nostalgia reflejada en el dinero se nos construye en la elegancia propia de una ciudad de amor y agua. Allí donde el oro es tiempo y el tiempo es polvo, una ingeniosa puesta en escena se yergue sobre la mentira y la mentira, como todo el mundo sabe, es continua en un mundo que utiliza el dinero como arma arrojadiza y como elemento de superioridad. Y en medio del nudo, comenzamos a creer que la verdad es pura apariencia y que la mentira es una impostora pero que, eso sí, el humor repleto de ironía nos da una oportunidad para la supervivencia. En los entresijos estarán los trabajos de un reparto de reverencia y adoración compuesto por Rex Harrison, Cliff Robertson, Maggie Smith, Susan Hayward, Capucine, Edie Adams y el pintoresco Adolfo Celi, moscas con nombre y apellido rondando siempre un escalón más alto al de su posición, manecillas de relojes que esperan su hora para dar la campanada en un soberbio retrato de la lujuria por el dinero. Aún así, esta película fue un fracaso en su estreno. Joe Mankiewicz estaba condenado de antemano al ser el máximo responsable, cuatro años antes, del fiasco de Cleopatra (una película que le costó un infarto y de la que siempre se negó a hablar) y no dudó en reflejar a algún productor de la época al que le encantaba marcarse algunos pasos de ballet en maravilloso dueto con su ruina moral. Pero para quien esto escribe, la película es inteligente, de larga cambiada, para paladares exquisitos que no se arrugan ante desafíos a la comprensión, de sonrisa socarrona y de atrezzo de lo evidente. Más vale preparar la mirada y seguir con atención las evoluciones de un zorro, de una mosca, de una ciudad que te besa en las mejillas para que acabes amando y de un desenlace para el que no se necesita apuntador. Así que, con un punto, enmudezco e inicio un discreto mutis por el fondo de la Piazza de San Marcos. (Texto de César Bardés, tomado de Los ojos del lobo)
FA 4058
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