En el frente, durante la guerra de Corea en los años cincuenta, el Estado Mayor de Estados Unidos decide retirar tácitamente al grueso de sus tropas, sin que las fuerzas enemigas se den cuenta. Para ello se queda en la línea del frente una compañía de cincuenta y ocho hombres simulando que todas las tropas siguen allí. Estos hombres luchan no sólo contra el enemigo, sino contra el frío y las condiciones infrahumanas en que se encuentran. Los jefes van muriendo y finalmente es el cabo Denno el que tiene que tomar el mando.
El marco de FIXED…( A Bayoneta Calada!) se centra en la guerra de Corea. Existe una operación del ejército estadounidense encaminada a contraatacar a los ejércitos chino y norcoreano y, para ello, han de hacer creer a sus enemigos que un simple grupo de poco más de medio centenar soldados, supone el conjunto de un comando de varios miles de ellos. Este engaño estratégico han de sobrellevarlo en un entorno nevado y fantasmagórico en su abstracción, asumiendo todos sus componentes la misión con la casi segura certeza de su muerte –resulta altamente complejo llevar a buen término una empresa tan improbable-. El grupo estará al mando de los oficiales Gibbs, Lonergan, Rock (Gene Evans) y, finalmente, el capitán Denno (Richard Basehart). Se trata este último de un hombre curtido en la academia militar, pero que se ve incapaz –según él mismo manifiesta en un instante confesional al sargento Rock-, de asumir el hecho de combatir en la contienda. Será este su tormento interior, que se verá acuciado al asistir a la progresiva muerte violenta de cuantos le anteceden en el mando, a los que en buena medida ayudará a evitar su desaparición, en parte por su propia ética, en parte también por el miedo que tiene de asumir y responsabilizarse de dicho mando.
Una de las diversas virtudes que atesora FIXED BAYONETS! –título que supuso su debut en la Fox gracias a la intuición de ese gran hombre de cine que fue Darryl F. Zanuck, a quien entusiasmó el film precedente de Fuller, THE STEEL HELMET (Casco de acero, 1951)-, es la habilidad con la que el realizador se adentra en el desarrollo de una tesis, sin que su resultado cinematográfico se resienta de su tendencia discursiva. Antes al contrario, nos encontramos con un producto esencialmente físico, que se desarrolla mayoritariamente en un único decorado, y que potencia tanto la fisicidad de su puesta en escena –en plena sintonía con el excelente operador de fotografía Lucien Ballard-. Todo ello permitirá un resultado visual caracterizado por sus matices expresionistas, en donde se realzan de forma notoria la fuerza de los rostros de los actores, combinando a la perfección las secuencias puramente de acción, con momentos confesionales. En este sentido, es especialmente revelador el que mantienen Denno y Rock, confesando el primero sus debilidades al segundo, otros de tensa espera y, finalmente, algunas pinceladas de humor –ese recorrido por los rostros de los actores, mientras en off se relatan los pensamientos de todos ellos, destacando la peripecia de algunos de ellos con unos calcetines-.
Es probable que en el momento de su estreno, hubiera quien se rasgara las vestiduras ideológicas cuando los soldados hacen mención a los enemigos “rojos”. Peor para ellos, puesto que el relato de Fuller busca esencialmente llevar a la pantalla un relato tenso y vigoroso, abstracto y personal en todo momento, de donde se extrajera una relativa visión de la débil frontera que separa el heroísmo de la cobardía. Es algo que sobrellevará de forma admirable el actor Richard Basehart, plasmando con una enorme riqueza de matices el tormento interior de su personaje, con momentos tan apasionantes como aquel en el que intenta rescatar a Lonergan herido en medio del propio campo de minas creado por los norteamericanos. Secuencias como esta, o el estremecedor momento en el que Rock vaticina su propia muerte por un disparo japonés en plena retaguardia, describiendo su llegada ante un estupefacto Denno, son algunos de los momentos álgidos de una propuesta valiente y renovadora, definitoria de esa personalidad consustancial a la serie B. Un marco de producción que permitió con apenas un decorado, un rodaje en estudio y escasos elementos escenográficos, un resultado tenso, desasosegador y, por momentos, espectral. Sin lugar a duda, nos encontramos con uno de los exponentes valiosos del recorrido por el cine bélico de Sam Fuller, un hombre que en numerosas ocasiones reflexionó sobre los recovecos del heroísmo, describiendo personajes y situaciones ambivalentes, que cuestionaran, película tras película, idea tras idea, esa falsa imagen forjada sobre la aparente pureza de la vida americana. FIXED BAYONETS! fue uno de los primeros eslabones de una larga cadena descrita en esa vertiente, que además le permitió seguir colaborando con actores habituales en su cine, como el siempre eficaz en sus manos Gene Evans. (Cinema de perra gorda)
Las películas "de guerra" de Samuel Fuller tienen poco que ver con las triunfalistas epopeyas que edificaron el género, y tampoco guardan el menor parentesco con las que supusieron la aportación de las grandes y pequeñas productoras de Hollywood, y de sus técnicos y artistas -que trataban de compensar su mala conciencia por disfrutar de California en lugar de arriesgar el pellejo en lugares incómodos y remotos como Guadalcanal, Monte Cassino, o más tarde Corea-, mediante el llamado "esfuerzo de guerra", que además tenía el propósito de infundir moral a la tropa y tranquilizar a las familias de los combatientes. No parece necesario agregar que tampoco ha caído nunca en la realización de obras de propaganda destinadas a estimular el alistamiento de civiles en cualquiera de las tres armas.Prueba de ello es que ni una de sus películas "bélicas" -que, por lo demás, pueden estar dedicadas a la la División, en la que sirvió Fuller, a un batallón concreto o a los Marines en general, ha contado con el apoyo -que se considera indispensable en el género- de las fuerzas armadas americanas. Las dos primeras, Casco de acero (The Steel Helmet, 1951) y Fixed Bayonets (1951), fueron rodadas con cuatro perras y en un par de semanas, sin ir más lejos del Griffith Park de Los Ángeles, con una patente falta de efectivos militares. Casco de acero se estrenó en España con diez años de retraso, la segunda quedó inédita hasta su muy tardío pase televisivo; no es que fuesen comercialmente muy atractivas, y no me consta que la censura -siempre muy belicista- del franquismo les pusiera pegas -como a Bitter Victory de Nicholas Ray, reiteradamente prohibida con la connivencia de un par de devotos "fans" del cineasta-, pero no hubiese sido extraño ni incoherente.Tampoco es que Fuller sea un pacifista convencido, ni un subversivo anarquista, deseoso de desprestigiar al Ejército o de minar la confianza del país en sus fuerzas armadas. La diferencia básica es que Fuller sí hizo la guerra, fue soldado de infantería, estuvo en batallas muy duras y debió destacarse lo bastante como para conseguir una buena colección de medallas.Como se dice en The Wings of Eagles de las películas navales de Frank "Spig" Wead, están escritas "mojando la pluma en agua salada, no en martini seco". Por eso, la imagen de la guerra que ofrece Fuller carece de falsificaciones e idealismos, en contra o a favor, y no contiene vibrantes arengas, impulsos épicos, cánticos al heroísmo ni nada semejante, y el alto mando no está compuesto de tontos y déspotas, ni la tropa de asesinos reciclados, psicópatas reclutados a la fuerza o prófugos de la justicia y del desengaño enrolados como voluntarios.En el número que le dedicó Présence du Ciné¬ma, Fuller publicó "los seis mandamientos del film de guerra", que no siempre ha cumplido él mismo, pero que constituyen una crítica sangrienta y aguda de las convenciones con que Hollywood envuelve la guerra, para no hablar de ella ni mostrarla tal como es. Por puro realismo, Fuller ni siquiera da crédito a las "reglas de la guerra" -la Convención de Ginebra y otras semejantes-, pues sabe que no se respetan en ningún bando.Su guerra es la que él ha vivido, hecha de marchas agotadoras, tensas y embotadoras esperas, caos y desconcierto, órdenes y contraórdenes igualmente incomprensibles que se obedecen mecánicamente, miedo y fatiga, aburrimiento y esfuerzo, muertes y heridas, frío o calor, incomodidades y molestias de todo tipo, enfermedades o hambre, falta de municiones, avituallamientos y refuerzos, reemplazos inexpertos, muertes súbitas y absurdas... en fin, algo poco glorioso y atractivo, bastante confuso y en lo que los combatientes matan y se arriesgan a morir sin motivaciones muy claras, si no caen -como se decía en Invasión en Birmania (Merrill's Marauders, 1962)- de "A.D.T." ("Acumulación De Todo"), o se quedan inválidos por accidente o error de las propias fuerzas.De todas sus películas de guerra, la más rara y abstracta -rodada íntegramente en estudio, en blanco y negro, con muy pocos actores y casi sin extras- es Fixed Bayonets, adaptada de una novela de John Brophy. Tal como la ha filmado Fuller, evoca El desierto de los tártaros de Dino Buzatti, y constituye un curioso precedente de alguna de las películas que -entre 1965 y 1968- hicieron efímeramente célebre al director húngaro Miklós Jancsó.Es una película invernal y nevada, en la que una patrulla perdida -como es frecuente en Fuller- tras las líneas enemigas se ve progresivamente aislada, con el lógico estallido de los conflictos latentes entre sus variopintos y contrapuestos miembros -toda patrulla militar americana es una muestra reducida y tomada al azar del gigantesco melting pot que son los Estados Unidos: en Fuller hay siempre algún negro y algún nisei, un soldado profesional y un civil movilizado-, acentuados por la tensión de la situación bélica en que se encuentran, y que en este caso multiplica el enemigo utilizando trompetas chinas como medio de "guerra psicológica". De una enorme sobriedad y elegancia visual, pero sin asomo de esteticismo, y despojada de la previsible dramaturgia -a lo "Diez negritos" de Agatha Christie- y de las tentaciones expresionistas que reducían el alcance del film de Ford, tiene algo que ver con La patrulla perdida (The Lost Patrol, 1934), lo mismo que Merrill's Marauders sigue el patrón de Objetivo Birmania (Objective, Burma!, 1945) de Walsh, aunque esa semejanza superficial lo que realmente permite es medir la distancia que separa de los modelos clásicos -por buenos que sean- el enfoque de Fuller, siempre insólito y sorprendente, centrado en aspectos que, de no ser por él, permanecerían inéditos en la pantalla. (Extracto firmado por Miguel Marias dentro del numero dedicado por Nosferatu al director)
FA 4096
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