Sócrates era un proyecto que Rossellini había querido encarar ya desde comienzos de los años 50. El film recrea brillantemente la antigua Atenas y los últimos días del orador y filósofo con el que el director claramente se identificaba. (El emotivo relato de Massimo Olmi sobre el rodaje termina con esta definitoria observación: "El Patriarca Rossellini, el Patriarca Sócrates, ambos entregados enteramente al difícil parto de la verdad", observación que halla ecos en la reseña de Michael McKegney para The Village Voice: "Dos grandes hombres, separados por siglos, parecen hablar con una misma voz a un género que controla el átomo y la atmósfera, pero que se diría que ha olvidado las razones para ello: 'Conócete a ti mismo'."). La serena, por momentos impresionante versión rosselliniana de la vida y la filosofía de Sócrates se apoya característicamente más en los hechos que en el mito, ubicando a la prodigiosa figura en un detallado entorno ciudadano, con sus obreros y sus artesanos, el doméstico orbe mundano de almuerzos, sirvientes y una mujer impulsiva. Su ironía evita también toda ciega reverencia por el gran filósofo, subrayando tanto sus debilidades como su grandeza: la primera vez que lo vemos, viene de pasar dos días vagando por la ciudad tras olvidar que inicialmente había salido a comprar pan. El juicio de Sócrates por impiedad y 'corrupción de la juventud' es drama de alto vuelo, y las secuencias finales, cuando su familia y seguidores se congregan en la cueva en la que va a morir, alcanzan una simple, resonante elocuencia. "Hay en esta fidelidad una suerte de belleza y poesía que son casi completamente inhallables en la obra de otros cineastas contemporáneos", ha escrito Vincent Canby, en The New York Times.
FA 4086
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