No es todos los días que uno tiene la oportunidad de ir al
cine a ver una película polaca en blanco y negro y en 4:3. Esta película en
particular está protagonizada por una monja judía huérfana y tímida que busca a
sus padres, y una jueza prostituta alcohólica que fuma y sabe romper
cerraduras. Más indie que esto, imposible.
Agradezco que UVK Multicines (hey, no me han pagado ni nada
eh) se haya animado a traer Ida, de Pawel Pawlikowski, una película sin
aspiraciones comerciales pero con mérito artístico, una cinta visualmente
impresionante que considero vale la pena ver, aunque sea para descansar de
todas las explosiones y efectos digitales y malos chistes que uno normalmente
ve en los multicines.
El filme se desarrolla en Polonia de los años 60, y está
protagonizada por la monja anteriormente mencionada, Anna (Agata Trzebuchowska),
quien está a punto de realizar sus votos. Sin embargo, su reverenda le dice que
antes de poder hacer eso tiene que ir a visitar a su familia, por lo que se va
a la casa de su tía Wanda (Agata Kulesza), la anteriormente mencionada jueza
prostituta alcohólica fumadora. Es aquí que le revelan un secreto a Anna: su
verdadero nombre es Ida Lebenstein, sus padres eran judíos, y fueron asesinados
durante la Segunda Guerra Mundial. Anna decide entonces visitar las tumbas de
sus padres, y por lo tanto es acompañada por Wanda en un viaje que hará que las
dos piensen tanto sobre su pasado como sobre su futuro.
Ida no es necesariamente una película accesible, al
menos no de la manera en que Hollywood nos ha acostumbrado, pero a la vez no me
pareció particularmente oclusiva. Sí, tiene el típico ritmo lento de filme
independiente europeo, y sí, contiene relativamente poco diálogo, pero la
película jamás me aburrió.
La historia que nos presenta es innegablemente interesante,
y aunque la protagonista (Anna) definitivamente podría tener una mayor
personalidad, la actuación de Agata Kulesza como Wanda me mantuvo pegado a la
pantalla durante (casi) todo el tiempo. El contraste entre ellas es obvio pero
efectivo: una es una monja con pocas experiencias, alguien que jamás ha salido
al mundo y ha interactuado con pocas personas, mientras que la otra es una
alcohólica llena de demonios internos y culpabilidad, alguien con muchas más
experiencias y dispuesta a divertirse. No se trata de la interacción entre
protagonistas más original del mundo, pero funciona.
Sin embargo, si hay algo que debe admirarse de la cinta, es
su calidad técnica. La fotografía, presentada, como mencioné antes, en 4:3 (es
decir, en formato cuadrado) y en blanco y negro, es simplemente bella. La
manera en que el director hace uso de los claroscuros, de las sombras y de los
parajes casi desérticos de la Polonia rural es espectacular. Pawlikowski
definitivamente tiene buen ojo, presentándonos con encuadres únicos, muchas
veces usando el “techo” excesivo para crear sensaciones interesantes, y
colocando a sus protagonistas en la parte inferior del encuadre, como para
hacer que uno tenga que mover la cabeza para verlos.
Su cámara se mueve muy poco (exceptuando el plano final de
la película), pero me encantó como los objetos y las personas se mueven dentro
del encuadre; muchas veces la cámara se enfoca únicamente en una de las
protagonistas, con los personajes secundarios entrando al encuadre
esporádicamente, o incluso solo metiendo manos o saliendo de espaldas. Se
trata de un look memorable y distintivo, y casi hipnotizante.
Lamentablemente dudo que se le haya dado el mismo cuidado al
guión. No me tomen a mal, como dije anteriormente, la película no me aburrió ni
mucho menos, pero sí siento que los personajes, especialmente el de Anna, no
están particularmente bien desarrollados. Me llamó la atención que ninguna de
las dos protagonistas, para el final de la película, haya cambiado (a pesar de
todas las experiencias que viven a lo largo de la historia), y que el director
no haya logrado crear ninguna reacción emocional en mí, a pesar de las cosas
horribles que se cuentan en Ida. De hecho no ayuda que Anna sea un cuasi
maniquí, un personaje casi sin emociones que no logra reaccionar de manera
humana a casi nada. Quién sabe, de repente se debe a una cuestión cultural (los
latinos siempre hemos sido más emocionalmente abiertos que la gente de Europa
del Este, supongo).
Agata Trzebuchowska tiene una mirada intensa (sus ojos
totalmente negros me perturbaban a más no poder) y supongo que logra transmitir
muy bien la manera en que las monjas son reprimidas emocional y sexualmente en
los conventos, pero simplemente no me convenció como protagonista. Ya he
hablado de su falta de reacción emocional a… bueno, cualquier cosa, pero aparte
de eso, también la sentí tiesa y aburrida. Me resultó casi imposible empatizar
con su personaje; quizás hubiera sido más interesante si la película se hubiera
enfocado en Wanda, quien resultó estar mejor desarrollada e interpretada.
Aparte de ellas dos, el único otro personaje importante en Ida es Lis (Dawid
Ogrodnik), un saxofonista especialista en jazz y rock and roll. No se trata de
un rol particularmente memorable, pero al menos les da a las chicas alguien más
con quien interactuar. Eso, y protagoniza una memorable escena que incluye una
magnífica pieza del genial John Coltrane.
“Ida” es una película que creo vale la pena ver en el cine
por sus cualidades técnicas e historia de interés, pero que sin embargo pudo
haber resultado mejor con algunos cambios en el guión y mejorías en la
dirección de actores, especialmente en lo que se refiere a su religiosa
protagonista. Además, aunque uno creería que la fuerza narrativa detrás del
desarrollo de la trama es la búsqueda de los padres de Anna, al final resulta
que no es así, lo cual hace que “Ida” termine de manera algo anticlimática y
hasta predecible.
Escrito por Sebastián Zavala http://www.cinencuentro.com/
FA 8521
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