lunes, 13 de octubre de 2014

The New World (Terrence Malick, 2005)

El Nuevo Mundo
Ambientada en la América colonial, a principios de siglo XVII, "El Nuevo Mundo" es una aventura épica sobre el encuentro de las culturas europea y nativa americana durante la creación de la colonia Jamestown en 1607. Inspirada en la leyenda de John Smith y Pocahontas, historia de dos personajes fuertes, una apasionada mujer nativa de alto linaje y un ambicioso buscador de fortuna que se encuentran divididos entre las exigencias de sus deberes cívicos y las de su corazón.

2005: Nominada al Oscar: Mejor fotografía
2005: National Board of Review: Mejor actriz (Q'orianka Kilcher)


La historia de Pocahontas y el invasor-explorador John Smith es el material del que se vale el director Malick para entregarnos su tan particular visión del orden y la armonía del mundo en contacto con los elementos, la moral y la tecnología que conlleva la civilización. Y lo presenta nuevamente de manera notable. En sí la historia de la conquista del nuevo mundo daba la talla precisa para expandirse en este tema sobre el cual siempre ha reflexionado. Pero con gran talento se aleja de las fórmulas fáciles y complacientes para hacer de su película una vasta y compleja mirada sobre el cruce (o mestizaje) de dos mundos distintos alrededor de la bella y enigmática protagonista quien lleva consigo todo el peso de esta transformación, aliado al cambio natural de su crecimiento como mujer. Q’orianka Kilcher (la gran revelación de esta película) es la que se encarga de darle vida a esta princesa, testigo de todo un momento crucial de la historia de la humanidad. Pero en manos de Malick adquiere una dimensión distinta como reflexión acerca de lo malo y lo bueno (a partes iguales) del muy antiguo y cada vez más acelerado proceso de globalización.

Terrence Malick ha hecho de su cine una indagación de la relación entre el hombre y su entorno natural. Su capacidad de crear infiernos a medida en vez de negociar con la armoniosa naturaleza que contempla sus pasos silenciosamente como madre esperanzada y paciente. Acaso si los llamados salvajes que presenciaron la llegada de los galeones no eran ya seres tan civilizados al punto de la convivencia mimética con su generosa y rica tierra. La portentosa llegada de los hombres dominadores del metal y de la pólvora sucede violentamente quebrando este equilibrio.

Pero los naturales no resultan acá los arrebatados e irrazonables animales que se pintaron por siglos. Observan con cuidado pero también con curiosidad al primer contacto alienante de sus tierras con los pies extraños (en este caso ubicada en la todavía casta Virginia). Pero la naturaleza humana siempre va por el mismo sendero, la desconfianza y el instinto de supervivencia son las responsables del inevitable choque, las diferencias mínimas que a veces provocan las guerras más gigantescas. El plano étnico-social es probablemente el más obvio camino por el que llevar alguna ilustración sobre este encuentro entre seres de un mismo planeta pero divididos por mundos distintos. Tal no es el caso de la película y he ahí la mayor de sus virtudes. El caos propiciado es tan sólo el inevitable efecto de toda una transformación.

Malick desenvuelve toda su película como un sentido poema alrededor de la triste despedida de ese mundo de silencioso transcurrir (a no ser por la propia naturaleza) y la llegada de este otro importado del otro lado del océano y que inevitablemente habrá de cambiar también. El observador de esta convulsivo cambio, el capitán Smith, se convierte en el resignado profeta de esta nueva era. La fusión de ambas olas vitales las proyectará en la protagonista autentica de esta historia, quien es la esencia misma de este mundo aparte (paraíso terrenal que le regala algunos pocos instantes de felicidad al decepcionado visitante). Viaje a un lejano país de ensueño a punto de desaparecer y que contrasta con su fortaleza en ciernes, en la que habrá de encontrar a los castigados invasores del oasis convertidos en toda una manada de hambrientos y desarrapados, incapaces de hacer fructificar las tierras que pisan convertidas en pantanos nauseabundos y repletos de pestes (estigma del gran pecado de ir más allá).

Pero nada puede detener el curso ya iniciado, los pocos son ahora los más y la naturaleza sacudida habrá de acostumbrarse a sus nuevos habitantes. La princesa crecerá en medio de este experimento cultural. Aprenderá a leer, a vestirse como la gente (decente) y será bautizada en la nueva fe. Kilcher se convierte entonces en el centro absoluto de la película y proyección misma de esta mixtura en maduración, reto para la novel actriz cuyo desarrollo asume con capacidad innegable. Su mirada pasmada, sorprendida y dolida es captada por el lente siempre en contacto con su entorno cambiante. Ella se remueve como la naturaleza a su alrededor en los diferente pasajes que habrá de tener su vida, la ilusión, la soledad, y el fortalecimiento. El encuentro con el colono y la familia que establecen es la total entrega de la madre tierra a sus nuevos hijos (adoptivos), cada vez más asentada con el transcurrir del tiempo en el que llegan más y más barcos, más familias, y lo que era el fortín a duras penas resistente se convierte en una bisoña ciudad. La tierra recibe amorosamente los granos por bondadosas manos, muy distintas a las salvajes pisadas pioneras.

El amplio espectro que abarca Malick calza a la perfección con la espectacular visión que le otorga a cada imagen. No solo como proyección de la futura desaparición de sus gigantescas extensiones (la mirada ecológica no es tal en Malick o al menos no la única) sino también cómo evoluciona y hace lo mismo con extraña alquimia en quienes caminan erectos sobre ella. El paso final de este cambio lo habrá de experimentar su hija allá en las lejanas tierras inglesas. La tierra de piedras uniformes y castillos recibirá su visita así como la manifestación de su domesticación, sometimiento tal vez (aquella memorable secuencia de la recepción real en la que contempla al pequeño animal enjaulado). La transformación completada no interesa en función de a quien declara como ganador sino el condicionante que ha marcado el rumbo a seguir a partir de entonces.

Transformación que heredarán los que vengan después. Su pequeño hijo habrá de ser el continuador (como muchos otros) de este viaje. Pequeña semilla que recibe la bendición de su madre para dar inicio a una nueva cultura, un nuevo pueblo. El viaje de regreso se iniciará rumbo al nuevo mundo del cual no volverán a separarse, aún virgen para que estos nuevos exploradores le den forma a la historia americana. Memorable y difícil visión de un creador como Malick absorto casi siempre en su autismo pero dispuesto a compartir algo de vez en cuando. (Jorge Esponda: Cinencuentro)

FA 8502

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