La historia de siete personas en el último día de sus vidas;
la mayoría preparan el suicidio por su cuenta, sin saber que la ciudad también
está a punto de ser aniquilada por la bomba atómica.
Christopher Maclaine, poeta beat de los años 40 y
50 que vivió en San Francisco, hizo sólo cuatro films en su vida; los dos
primeros, y a la vez los más largos -The End (1953), de 35 minutos, y The
Man Who Invented Gold (1957), de 14-, presentan el mayor desafío a la
identificación del espectador de que yo tenga noticia. Evitando el extremo (si
bien brillante) cine anticonceptual de directores como Maurice Lemaître,
Maclaine narra historias basadas en la realidad social pero de una manera tan
profundamente fragmentada, tan enervante, que aun espectadores que han visto
las obras varias veces sufren una serie de sacudidas perceptuales. Contándose
entre los films más importantes que he visto, estas fábulas gemelas de muerte y
redención no se comparan tampoco con nada que yo conozca. Después de haber
visto The End unas veinte veces en los últimos treinta años, siento
que recién empiezo a comprender su grandeza.
Maclaine y sus films han recibido empero escaso reconocimiento. Según su distribuidor exclusivo, en la década pasada The End se alquiló sólo dos veces para proyecciones en Chicago, y los otros tres films en ninguna ocasión. De tal modo, la muestra de la obra completa de Maclaine por parte de Chicago Filmmakers este viernes pudo incluir varios estrenos para la ciudad. En las historias del cine más comunes, el nombre Maclaine brilla por su ausencia -lo cual no ha de sorprendernos, dado el habitualmente escaso tratamiento del cine experimental-, pero tampoco surge a menudo en la mayoría de las historias del cine de vanguardia. Y de los dos libros de cine beat que conozco, uno ni lo menciona, mientras que el otro le dedica apenas media página, mayormente comentarios del director Stan Brakhage, con el apellido consecuentemente mal escrito, tal como lo escribía Brakhage: "MacLaine".
Maclaine y sus films han recibido empero escaso reconocimiento. Según su distribuidor exclusivo, en la década pasada The End se alquiló sólo dos veces para proyecciones en Chicago, y los otros tres films en ninguna ocasión. De tal modo, la muestra de la obra completa de Maclaine por parte de Chicago Filmmakers este viernes pudo incluir varios estrenos para la ciudad. En las historias del cine más comunes, el nombre Maclaine brilla por su ausencia -lo cual no ha de sorprendernos, dado el habitualmente escaso tratamiento del cine experimental-, pero tampoco surge a menudo en la mayoría de las historias del cine de vanguardia. Y de los dos libros de cine beat que conozco, uno ni lo menciona, mientras que el otro le dedica apenas media página, mayormente comentarios del director Stan Brakhage, con el apellido consecuentemente mal escrito, tal como lo escribía Brakhage: "MacLaine".
Tal vez sea el aspecto extremadamente crudo de estos films
lo que espanta a la gente. A primera vista, no parece que el realizador se haya
preocupado mucho por el encuadre, la iluminación, la composición, o los
movimientos de cámara. Y el montaje -verosímilmente su mayor talento- puede
parecer desprolijo, con sus ritmos sobresaltados, cortes desparejos y
repentinas tangentes. Un espectador impaciente podría atribuir estos films a un
descuidado, ingenuo y acelerado freak, algo que -triste es decirlo-
Maclaine también era.
Fred Camper, Chicago
Reader
FA 4448
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