CRÓNICA DE LOS POBRES AMANTES
Una crónica sentimental que tiene como contrapunto el auge
del fascismo en la Florencia
de 1925. Basada en la novela de Vasco Pratolini, pretende ir más allá de la
mera ilustración. Sus resultados lo consiguen sólo a medias, ya que en muchos
momentos se evidencia una excesiva reverencia por el texto adaptado. Pese a
ello, posee momentos magníficos y un tono general de gran dignidad.
(FILMAFFINITY)
Argumento y comentario por José Francisco Montero(Miradas de
Cine. Febrero 2007]
Resulta problemático situar la obra de Carlo Lizzani en el panorama del cine italiano de después de la guerra. Si muchos de los directores de su generación, tales como Valerio Zurlini, Antonio Pietrangeli, Pier Paolo Passolini, Michelangelo Antonioni, Pietro Germi o Federico Fellini, pretenden dar un paso adelante respecto a los logros del neorrealismo, paso que incluso darán los autores propiamente neorrealistas, el propósito del director de El proceso de Verona, que había sido ayudante de Alberto Lattuada, Guiseppe De Santis o Roberto Rossellini, parece ser el inverso, volver a las raíces(ideológicas) de ese movimiento, con frecuencia a partir de la narración de diversas gestas combativas asociadas a la lucha dela Resistencia en los años del fascismo. No otra es
la principal aspiración de Crónica de los pobres amantes (Cronache di
poveri amanti. 1954), probablemente el film más interesante de su director. A
Lizzani le importa más el componente de lucha social, de intervención política
sobre la realidad, que el componente formal asociado al cine neorrealista. El
propio Lizzani, que fue miembro activo de la Resistencia
antifascista durante la guerra, diría «si hay alguna verdad en mi película
Crónica de los pobres amantes, se debe sin duda a un cierto grado de madurez
que me dieron los nueve meses de vida pasados en la ciudad abierta». En este
sentido, la obra de Lizzani aparece hoy más que como una continuación o
renovación del neorrealismo, como un precedente del cine político italiano de
los años 60 y 70 (que se basa con frecuencia, del mismo modo que el cine de
Lizzani, en sucesos de la historia de su país) y de directores como Francesco
Rosi o Guiliano Montaldo (que curiosamente interpreta un papel en Crónica de
los pobres amantes). La puesta en escena (y la fotografía de Gianni di Venanzo)
de Crónica de los pobres amantes, de hecho, acusa más la influencia del estilo
expresionista (por ejemplo en la escena del asesinato de Maciste –Adolfo
Consolini) que la del propiamente neorrealista. No es raro, así, que un film
fascista como Uomini sul fondo (1941), de Francesco de Robertis, está en
realidad estilísticamente mucho más cerca del neorrealismo, aunque se
superficialmente, que la película que nos ocupa.
Basado en una novela de Vasco Pratolini, el film narra la vida de varios habitantes de una calle popular de Florencia, Vía del Corno (y Lizzani demuestra ser muy consciente del carácter de la misma en cuanto recurso dramático: la calle como escenario teatral, las ventanas que dan a ella como palcos privilegiados, incluso un personaje sirve de narrador para otro que no puede asomarse al escenario) y, en particular, el enfrentamiento enla Italia de 1925 entre
diversos miembros de la
Resistencia , por un lado, y de varios jóvenes fascistas, por
otro. El conflicto, no obstante, afecta no sólo a los directamente implicados
sino, de una u otra forma, a todos los personajes, lo que profundiza la visión
de la Resistencia
que ya ofreciera el realizador en Achtung! Banditi! (1951), su primer
largometraje, más centrado en las actuaciones de los partisanos genoveses.
Lizzani procura pulsar la vida cotidiana de los italianos de la época,
proporcionar una visión caleidoscópica, siendo la lucha de la Resistencia tan sólo
el detonante de los conflictos presentados en el film. La herencia sobre
Crónica de los pobres amantes de Roma, ciudad abierta (Roma, cittá
aperta.1945), rodaje que evocará cincuenta años después en su película
Celuloide (Celluloide. 1995), basada en una obra de Ugo Pirro, es innegable.
Como en la película de Rossellini (con la que comparte guionista: Sergio
Amidei) el film asienta su estrategia narrativa en la trascendencia de los
componentes melodramáticos. Los personajes de la historia no dejan de ser
estereotipos representativos (la usurera, la criadilla, la puta, el
cornudo,...) y sin embargo el film no cae en el cliché, otorga a los personajes
una hondura que va mucho más allá de esos prototipos (si bien aquí el mérito es
en buena medida del original de Pratolini), están dotados de una densidad
inhabitual: véase, por ejemplo, el personaje de la usurera, que ejerce
implacablemente su poder económico sobre sus vecinos pero que acoge a Ugo
(Marcello Mastroianni) cuando es perseguido por los fascistas, pues, como ella
misma dice, le dan igual rojos o negros, todos tendrán que pagarle sus favores
a fin de cuentas. Es interesante confrontar el film de Lizzani con Mi calle,
uno de los films más blandos de Edgar Neville. Ambos registran la vida de los
habitantes de una calle (que metonímicamente se presenta como microcosmos
representativo de la historia de todo un país) efectuando un viaje al pasado.
Pero los objetivos de los dos cineastas no pueden ser más divergentes,
distancia resultante del opuesto posicionamiento ideológico de uno y otro: si
en el caso del autor de El último caballo ese viaje acaba en la nostalgia,
Lizzani ofrece, a pesar de desarrollarse la trama treinta años antes a la
realización de la película, una mirada esperanzada hacia el presente y el
futuro de su país.
Resulta problemático situar la obra de Carlo Lizzani en el panorama del cine italiano de después de la guerra. Si muchos de los directores de su generación, tales como Valerio Zurlini, Antonio Pietrangeli, Pier Paolo Passolini, Michelangelo Antonioni, Pietro Germi o Federico Fellini, pretenden dar un paso adelante respecto a los logros del neorrealismo, paso que incluso darán los autores propiamente neorrealistas, el propósito del director de El proceso de Verona, que había sido ayudante de Alberto Lattuada, Guiseppe De Santis o Roberto Rossellini, parece ser el inverso, volver a las raíces(ideológicas) de ese movimiento, con frecuencia a partir de la narración de diversas gestas combativas asociadas a la lucha de
Basado en una novela de Vasco Pratolini, el film narra la vida de varios habitantes de una calle popular de Florencia, Vía del Corno (y Lizzani demuestra ser muy consciente del carácter de la misma en cuanto recurso dramático: la calle como escenario teatral, las ventanas que dan a ella como palcos privilegiados, incluso un personaje sirve de narrador para otro que no puede asomarse al escenario) y, en particular, el enfrentamiento en
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