Es geschah am hellichten Tag
¿Cómo hemos adquirido esta clase de miedo?
Hay un famoso poema de Goethe narra el encuentro de un niño con el fantástico Rey de los Alisos, que le ofrece dorados palacios, hermosos juegos y extrañas flores y aunque al principio siente miedo de tan estrambótico personaje, adivinamos que acabará siguiendo el rastro de tan irresistible cebo; y al final...
"Al llegar a la casa con fatiga y con pena
En sus brazos el niño se encontraba ya muerto."
En "El cebo", el Rey de los Alisos es un ogro pederasta e infanticida cuyo cebo irresistible hace que las criaturas, con los ojos abiertos como platos, le sigan a solitarios bosques y tranquilas riberas, con la mansa confianza de los niños de hace muchos años, hijos de padres que aún dejaban la puerta de sus casas sin cerrar, que confiaban en la amabilidad de los desconocidos, que jamás hubieran concebido que existieran hombres que pudieran sentir algo más turbio que el instinto lógico de proteger a sus críos.
Pero este Rey de los Alisos pertenece a una categoría que nadie podía imaginar entonces: el hombre que jamás debió de dejar de ser niño. Seres como él existen, porque la inocencia y la monstruosidad a veces conviven a ambos lados de la frontera de la locura. Fue él y otros que se le parecieron a lo largo de la historia, quienes determinaron la evolución de los grandes miedos sociales. "El cebo", al igual que otra película muy similar, "M, el vampiro de Düsseldorf", deconstruye el thriller en torno al terrible despertar de un mundo ingenuamente dormido. Y casi resulta, de una manera que mezcla extrañamente lo pragmático con lo poético, una elegía sobre la muerte de la inocencia.
“¿Oh, padre, padre mío, no oyes lo que me ofrece
Hablándome muy quedo el rey de los alisos?”
FA 4165
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