Las peripecias de un conductor y una cobradora de autobús en
medio de los profundos cambios socio-económicos que enfrenta su país.
“Mis experiencias como ayudante de otros directores han sido
escasas –escribió Kurosawa– pero entre éstas la que más me impresionó fue el
método de trabajo de Naruse. Tenía algo que es el don de los expertos. El
método de Naruse consiste en colocar un breve plano tras otro, pero cuando los
vemos empalmados en la película dan la impresión de formar una sola toma larga.
El flujo es tan majestuoso que los empalmes son invisibles. Este flujo de
planos cortos, que a primera vista parece plácido y convencional, luego se
revela como un río profundo con una superficie tranquila, que disimula una
rápida y turbulenta corriente subterránea. Su destreza en esto no tenía
parangón.”
Naruse –una influencia determinante en cineastas orientales contemporáneos, como Edward Yang y Hou Hsiao-hsien– se inició como asistente de Heinosuke Gosho, en los estudios Shochiku, durante el período mudo, y tuvo sus primeros éxitos como director en la década del 30. Pero fue recién a partir de los años 50, en una serie de melodramas para la compañía Toho, que alcanzó su verdadera culminación. Autor de sutiles trasposiciones de la literatura de Fumiko Hayashi y Yasunari Kawabata, Naruse se convirtió también en el creador de varias de las más legendarias estrellas femeninas del cine japonés, las actrices Hideko Takamine, Isuzu Yamada y Setsuko Hara. Con ellas como estandarte, Naruse retrató el desmantelamiento de la familia patriarcal japonesa y el malestar conyugal, siempre desde el punto de vista de la mujer.
Mucho antes de la llegada del feminismo, Naruse trató temas particularmente sensibles para el público femenino, como el dilema entre permanecer fiel a la familia tradicional o tomar un rumbo independiente. A diferencia de las mujeres inmortalizadas por Ozu y Mizoguchi, que solían aceptar su condición con estoicismo, las mujeres de Naruse son también víctimas del mundo masculino, pero se rebelan contra el sistema que las oprime y prefieren un camino solitario antes que resignar su libertad. Para el crítico francés Jean Douchet, “Naruse proponía algo que es preciso calificar como moderno y que justifica la admiración que se le tributa en nuestros días. Fue moderno por su extremada atención a los movimientos y pulsaciones más ínfimos de la vida. Su cámara se adhiere a cada instante del presente de sus personajes”. En palabras de la especialista estadounidense Audie E. Bock (la primera en organizar una retrospectiva de Naruse en Occidente), “la cultura japonesa tiene una alta valoración de la comunicación no verbal y Naruse es el director que mejor supo expresar esta preferencia cultural con la técnica del cine. En una película de Naruse, el momento en el que los sentimientos de un personaje hacia otro cambian de forma dramática viene expresado a menudo sin palabras, a través de minúsculas desviaciones de la mirada o del gesto más pequeño y sutil”. (Pàgina 12)
Naruse –una influencia determinante en cineastas orientales contemporáneos, como Edward Yang y Hou Hsiao-hsien– se inició como asistente de Heinosuke Gosho, en los estudios Shochiku, durante el período mudo, y tuvo sus primeros éxitos como director en la década del 30. Pero fue recién a partir de los años 50, en una serie de melodramas para la compañía Toho, que alcanzó su verdadera culminación. Autor de sutiles trasposiciones de la literatura de Fumiko Hayashi y Yasunari Kawabata, Naruse se convirtió también en el creador de varias de las más legendarias estrellas femeninas del cine japonés, las actrices Hideko Takamine, Isuzu Yamada y Setsuko Hara. Con ellas como estandarte, Naruse retrató el desmantelamiento de la familia patriarcal japonesa y el malestar conyugal, siempre desde el punto de vista de la mujer.
Mucho antes de la llegada del feminismo, Naruse trató temas particularmente sensibles para el público femenino, como el dilema entre permanecer fiel a la familia tradicional o tomar un rumbo independiente. A diferencia de las mujeres inmortalizadas por Ozu y Mizoguchi, que solían aceptar su condición con estoicismo, las mujeres de Naruse son también víctimas del mundo masculino, pero se rebelan contra el sistema que las oprime y prefieren un camino solitario antes que resignar su libertad. Para el crítico francés Jean Douchet, “Naruse proponía algo que es preciso calificar como moderno y que justifica la admiración que se le tributa en nuestros días. Fue moderno por su extremada atención a los movimientos y pulsaciones más ínfimos de la vida. Su cámara se adhiere a cada instante del presente de sus personajes”. En palabras de la especialista estadounidense Audie E. Bock (la primera en organizar una retrospectiva de Naruse en Occidente), “la cultura japonesa tiene una alta valoración de la comunicación no verbal y Naruse es el director que mejor supo expresar esta preferencia cultural con la técnica del cine. En una película de Naruse, el momento en el que los sentimientos de un personaje hacia otro cambian de forma dramática viene expresado a menudo sin palabras, a través de minúsculas desviaciones de la mirada o del gesto más pequeño y sutil”. (Pàgina 12)
“Hay que correr detrás del primer Naruse que se ponga a
nuestro alcance porque es uno de esos cineastas que cambian nuestra idea del cine.” Miguel
Marías
FA 4384
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