Édouard y Caroline están casados. Claude, el tío de
Caroline, les invita a su casa. Allí encuentran a Alain, el snob hijo de
Claude, que está enamorado de ella. Ambos desprecian a Edouard porque es pobre.
Con Jacques Becker sucede algo curioso: es muy probable que
su nombre no apareciese en una hipotética lista de cineastas
imprescindibles acompañando a los de Renoir, Bresson, Hitchcock, Ford,
Dreyer o Rossellini, pero en torno a sus películas se produce el consenso:
aquellos que las conocen no pueden dejar de admirarlas; sin poder
evitarlo, uno regresa a ellas mucho más a menudo que a las canónicas obras
maestras de la historia del cinematógrafo. Hay algo de sincera modestia,
de infinito cariño depositado en cada una de sus imágenes y personajes que
conducen a una irremediable filiación, más afectiva que intelectual en un
primer momento, hacia sus películas. En un cine como el de hoy
superpoblado de supuestos ³genios´ prestos a mostrarnos eso que algunos
llaman ³su mundo personal´, echamos en falta cineastas como Becker,
dispuestos a realizar un puñado de pequeños grandes films sobre este otro
mundo —más bien colectivo— en el que vivimos.
Becker (Jacques, no Jean, por favor…) parece, por otra parte, la figura idónea
para describir la transición acaecida en la década de los cincuenta
entre una concepción ³clásica´ del cine y los primeros apuntes de la
³modernidad´ (especialmente para el caso francés y siempre con todas las
comillas pertinentes en ambas acepciones) que eclosionaría definitivamente
en la década siguiente, pero que se venía fraguando desde los años
del neorrealismo —de hecho, su cronología así lo confirma: Becker
comienza trabajando de asistente en el cine mudo y finaliza su carrera
prematuramente con la llegada de la nueva década—. Defensor de la teoría
del director-autor como responsable único de las motivaciones de un film
aún antes de su formulación en las páginas de Cahiers, hijo bastardo de
Renoir y Bresson, pero profundamente marcado también (como los jóvenes de
la nouvelle vague) por el cine clásico americano, Jacques Becker da la impresión
de ser uno de los primeros cineastas-cinéfilos, deseoso de pertenecer a la
plantilla de cineastas de un gran estudio donde poder trabajar en films de
encargo — en su filmografía encontraremos realismo social, películas
policíacas, de
aventuras, comedias románticas, etc…— pero consciente de la
imposibilidad real (y moral) de tal empresa. (...) (Angel
Santos, Miradas de Cine)
“El tono de comedia amable pequeño burguesa, encuentra su extensión en Edouard
et Caroline, donde la pareja formada por un pianista y una joven que se siente
atraida por el envoltorio de la moda, observan cómo por culpa de sus trajes y
vestidos, se complican sus intereses sociales y la relación con la familia de
su tío. Lo que interesa a Becker no es el conflicto que va a generarse en la
fiesta donde Edouard debe tocar el piano, sino la crisis de la pareja pequeño
burguesa que, como en la película precedente, se encuentra alterada por la
presencia de un personaje extraño, en este caso un primo que irrumpe en su vida
alterando los parámetros habituales de la relación. A diferencia de Se escapó
la suerte, Edouard et Caroline tiene el tono de comedia sofisticada en la que
la realidad el entorno da paso a la abstracción de los interiores. La intriga
se desarrolla en un mundo teatralizado y elegante, donde parecen ponerse en
juego algunos postulados de la juventud de los años cincuenta y su irresistible
atracción por lo efímero…” (Angel Quintana, Revista Dirigido Por nº 308)
FA 4559
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