EL HOMBRE CLAVE
Un hombre se dedica a la venta de bicicletas, pero, en
realidad, su negocio es sólo la tapadera que oculta el dominio y la explotación
que ejerce sobre un barrio entero. Sin embargo, un día descubre que ha caído en
desgracia.
“El hombre clave es una rareza pero menos. Es decir, sí
tiene un componente extrañeza directamente derivado de su permanente
invisibilidad y también, en parte, de la curiosa personalidad de su director
Robert Mulligan, pero en ningún caso es una pieza insólita. Más bien está en
plena coherencia, «estético-tonal» con un buen puñado dethrillers norteamericanos
de mediados de los 70 que hicieron del estilo elusivo, el hermetismo, lo
impresionista y la angustia vital de sus personajes protagonistas material de
reflexión metafísica desde los rebordes del cine de género tal y como se
entendía en la época. En primer lugar no se puede desligar esta película de su
casi gemela La
conversación (1974), soledad, paranoia, abstracción… todos temas también
planeando sobre el excelente trabajo de Francis
Coppola. Su estilo la emparenta con Klute (1971),
con la un año posterior La
noche se mueve (1975) y también con la misma La conversación en
estos términos; hijas de similar pretensión de fusionar sensibilidad a la
europea y clichés noir norteamericanos e igualmente la sitúan en esa
órbita pesimista y áspera que ya había hecho cumbre con la «terminal» El
confidente (1973) con la cual El hombre clave comparte
presencia musical del gran Dave Grusin, formidable músico de jazz que se ha
prodigado demasiado poco en las bandas sonoras y fiel asimismo
de algunos de los mejores logros deSydney
Pollack, principalmente de la magistral Yakuza (1975).
Con esta obra mayor de Peter
Yates comparte su mezcla de naturalismo y estilización, su seguimiento
constante del personaje central, su práctica ausencia de trama como tal y, en
definitiva, una plasmación formal de un sentimiento vital de finitud por
completo angustiosa. Con todo esto no quiero menospreciar un título tan
sugestivo (también tan irregular) como el presente si no señalar que su
singularidad no es tal; más bien al contrario, un film comoThe Nickel Ride solo
pudo haberse concebido en este momento determinado de la historia del cine
estadounidense y, por extensión, mundial. Es hija de su tiempo, para bien y
para mal(…)”
“Más complicada que compleja, más abstrusa que densa, parte, como el film de
Yates, de un personaje/entorno limítrofe con el gran crimen organizado.
Marginal, por tanto, y además en trance de desaparición, de sustitución por una
nueva criminalidad. En este caso, Cooper, «el hombre que tiene todas las llaves»
es un hampón de barrio que controla una serie de pisos y almacenes para una
mafia abstracta y funcionarial con la cual ejerce de enlace, distribuyendo
mercancía, arreglando pequeños chanchullos o lo que haga falta. Cooper es un
«conseguidor», un «solucionador», un tipo de confianza sobre el cual se le va
perdiendo la confianza, una pieza sustituible de un engranaje mayor. Caído en
desgracia, el sentimiento de muerte se hace cada vez más acuciante. Y mucho más
después de haberle dado por error una paliza al chófer de su contacto directo y
de que el primero sea sustituido por un tipo de fuera, un ridículo cowboy al
cual da cuerpo, irónica entonacion el siempre extravagante Bo
Hopkins, que con una interpretación sinuosa y magnética anima, por contraste,
el plomizo estilo de Jason Miller que contagia la película en su conjunto o
quizás se al contrario, el ritmo fúnebre y macilento del conjunto narcotizan al
intérprete/personaje. Actor de carácter de carrera breve, prestigioso
dramaturgo (su obra de mayor impacto fueThe Championship Season, merecedora
del Premio Pulitzer en 1973, sobre la reunión de unos viejos amigos antiguos
miembros de un equipo de baloncesto, que él mismo llevó al cine en 1982) y
padre del también intérprete Jason
Patric, personaliza la película con su peculiar ritmo interpretativo, su
físico esquivo y su rostro fatigado. De muy limitada expresividad, Miller se
esfuerza por transmitir una turbulencia interior que aboca a Cooper a la
paranoia y a la violencia pero solo lo consigue por momentos, quedándose los
más su underplayingcomo una irritante fatiga de indefinido origen. Con
todo ello el protagonista de El
exorcista (1973) funciona para la película, se adecua al ritmo y
forma parte de la misma, más una captación, peleada entre el naturalismo de
escenarios y tipos y lo impresionista de la luz formidable del excelente
operador Jordan Cronenweth.(…)”(Esbilla
Cinematogràfica popular)
“Si la realización de una película no es una
experiencia personal para ti, ¿cómo podrá serlo para el público?” Robert
Mulligan
FA 4546
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