POCO A POCO
Damouré, que junto con Lam e Illo dirige en Ayorou (Níger) la sociedad de
importación-exportación Petit à Petit, decide construir un gran
"Building" en su pueblo. Parte a París para ver "cómo se puede
vivir en casas de varios pisos". En la capital, descubre las curiosas
maneras de vivir y de pensar de los parisinos, que describirá en una suerte de
"Cartas persas" enviadas regularmente a sus compañeros, hasta que
éstos, creyéndolo loco, envían a Lam para que lo traiga de vuelta.
Este film puede ser visto como la secuela de Jaguar:
los que estén familiarizados con aquella primera obra, recordarán que Petit
à Petit ("Poco a Poco") era el nombre del puesto que Damouré y
sus amigos habían instalado en un mercado de la Gold Coast. Rouch
tenía idea de hacer un tríptico: la tercera parte iba a titularse Grand à
Grand("Mucho a Mucho").
El film fue montado inicialmente en versión de cuatro horas,
pero tal duración fue considerada excesiva para un estreno comercial, siendo
reducida a dos horas, y finalmente a una hora y media.
Los intelectuales y artistas africanos que reprochaban a
Rouch "filmar[los] como quien analizara insectos" parecían olvidar el
contrapunto de la voz de Rouch, a menudo nítidamente anticolonialista y que
daba testimonio de un amor infinito por Africa, a la imagen de Petit à
Petit, desopilante ejercicio de estilo surrealista, que da vuelta como un
guante a las manías antropológicas y racistas de los occidentales para con el
continente negro. Partidario de una etnología compartida y fraternal, Rouch
sentía curiosidad por todo, en primer lugar por las opiniones de los
espectadores africanos, cuyos comentarios escuchaba tras la proyección, y tenía
en cuenta para volver a montar los films al día siguiente. "Oyente"
profundamente humano del otro, Rouch jamás dejó de "tender puentes entre
los hombres", como escribía en Le Monde Jacques Mandelbaum, en
la conclusión de su magnífico homenaje al cineasta. También Godard, en un mismo
gesto admirativo, decía de Rouch que "no ha usurpado el título de su
tarjeta de presentación: "Investigador del Museo del Hombre". ¿Existe
más bella definición del cineasta?" (...)
Fascinado por los misterios del monte africano, transportado por la magia de
los lugares y de los brujos africanos, Rouch sabrá siempre adaptarse a un
continente que sólo él supo filmar tan bien. Por magnífica que sea, Hatari! de
Hawks es un film "blanco" que no suscitará otra inquietud que la de
trasladarse al zoológico más cercano para contemplar los rinocerontes de John
Wayne. Rouch, en cambio, es un artista negro y blanco, cuyos rastros seguirá
toda una generación de futuros actores y realizadores africanos que también
develarán sus países a los ojos del mundo occidental: Oumarou Ganda, formidable
Edward G. Robinson en Moi un Noir, rodó a continuación varios films de
primer orden; Safi Faye, actriz de Petit à Petit, es en la actualidad una
realizadora estimada y reconocida del Senegal.
Una narración que se vuelve delirio e invención constante en Poco
a Poco (Petit à Petit, 1968-1970) y Dioniso (Dyonisos,
1985). El cine-placer, como lo nombra el propio Rouch. Cine improvisado, en la
línea de Yo, un negro y Jaguar, de la cual Poco a Poco se
quiere continuación, recuperando al grupo de protagonistas que se había ya
convertido en grupo habitual de colaboradores. Cine amateur en el
mejor sentido, en donde se rechaza toda idea de maestría para abandonarse a un
cine libre, que se crea en diálogo constante con sus colaboradores, y que se
abre a la ocurrencia compartida, a interrupciones de todo tipo, que desarrolla
una idea de creación comunitaria que -como apunta certeramente Angel Santos-
nos hace pensar en el cine del último Pedro Costa. Obras que investigan el mito
en presente, no como un atavismo propio de sociedades primitivas, tanto en la
etnografía invertida de Poco a Poco, como a través de la recuperación del
mito clásico en el taller experimental de Dioniso, un filme que remite
claramente a los cruces de etnografía y surrealismo del círculo de Georges
Bataille de los años 30. Eso sí, esta vez la comunidad que se crea es todo
menos inconfesable, ni siquiera es una de esas comunidades torturadas que
abundaron en el cine moderno, sino una comunidad gozosa de la que sin duda nos
hubiera gustado formar parte.
Iván G. Ambruñeiras, Blogs & Docs
FA 4536
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