"Elvis
Presley, que estás en los cielos..."
Aparte de ser un icono musical, uno de los mitos universales del siglo XX ha
sido, es, y será Elvis Aaron Presley, más conocido por Elvis Presley (o Elvis a
secas), considerado como el Rey del Rock and Roll y admirado por alocadas fans,
e imitado, antes y después de su muerte, por incontables devotos. En 1989, Jim
Jarmusch, el director de cine independiente por antonomasia de las dos últimas
décadas, escribió y dirigió Mystery Train, una película de vidas cruzadas
dividida en tres historias paralelas que ocurren en Memphis (Tennessee, Estados
Unidos), en la que la figura de Elvis es omnipresente. Jarmusch deja su
imprenta con un ritmo bastante pausado y unos personajes difíciles de
catalogar, cuyas situaciones y diálogos tienen un punto de humor que es lo más
destacable de la película.
En el primer relato, titulado "Lejos de Yokohama", los protagonistas
son dos japoneses, Jun (Masatoshi Nagase) y Mitzuko (Youki Kudoh), que llegan
en tren a Memphis para ver el Estudio Sun, de donde surgieron músicos como Carl
Perkins, Jerry Lee Lewis, Roy Orbison o el mismo Elvis Presley, y también para
ir de visita a Graceland, la casa-mansión de El Rey. En el siguiente relato,
titulado "Un fantasma", la protagonista es Luisa (Nicoletta Braschi),
una italiana a la que se le ha muerto el marido y no puede partir para Roma
debido a un contratiempo del avión en el que iba a viajar. Más tarde conocerá a
una mujer llamada Dee Dee (Elizabeth Bracco) que no parará de hablar en todo
momento. En el último relato, titulado "Perdidos en el espacio", los
protagonistas son tres tipos: Johnny (Joe Strummer), al que llaman también
Elvis, Will Robinson (Rick Aviles) y Charlie (Steve Buscemi), que después de un
suceso, que marcará un antes y un después en sus vidas, acabarán totalmente borrachos.
El punto de unión de las tres historias es un hotel de mala muerte al que van a
parar todos los personajes por alguna causa que otra, regentado por un
recepcionista (Screamin' Jay Hawkins, que fue cantante en la vida real) y un
botones (Cinqué Lee), que son una pareja también bastante peculiar.
Con todo lo dicho, hay que decir que, en general, el ritmo lento del desarrollo
de la película es idóneo para los relatos que se plantea Jarmusch, pero sí que
en algunos momentos de las tres historias está a punto de hacerse pesado.
Aunque a Jarmusch talento no le falta y siempre tiene un as guardado en la
manga, como se puede ver claramente en la historia más floja, "Un
fantasma", en la que Nicoletta Braschi, una mujer con la que Jarmusch ya había
trabajado en Bajo el peso de la ley (1986), no brilla precisamente por su gran
interpretación (y si no, vean La vida es bella, con su marido Roberto Begnini),
pero a mi parecer Jarmusch sabe utilizar su inexpresividad para dar más
personalidad a su personaje. Hay que resaltar el momento en que ella llama por
teléfono a Roma desde el aeropuerto gritando en italiano, o cuando se le caen
en la entrada del hotel todas las revistas que ha comprado después de que le
incitara a ello el dueño de la librería. También, la última historia va
mejorando mientras va avanzando la acción, sobre todo gracias a la gran
interpretación de los tres protagonistas cuando están bastante borrachos, con
un buen Joe Strummer, cantante y guitarrista de la banda mítica The
Clash, un buen acompañante Rick Aviles (más conocido por su papel en Ghost, de
1990) y un siempre eficaz Steve Buscemi.
Pero hay que hacer un punto y aparte en el relato crucial de la película, el de
la pareja japonesa, cuyo papel es estelar. Son dos personajes para recordar;
ambos son tal para cual, no están de acuerdo en casi nada. Además, él es un
joven que está siempre serio y aunque ella le pregunta por qué siempre pone esa
cara, él le contesta con una frase brillante: "Soy muy feliz, así es mi
cara". De ahí, que ella intente hacerle reír en una escena muy cómica en
la que le mira con tres diferentes caretos. Aunque la escena que sobresale por
encima de todas es la que ella compara el rostro de Elvis con un Rey del Medio
Oriente de la Antigüedad,
con el mismo Buda, con la
Estatua de la
Libertad y con la misma Madonna.
En definitiva, Jarmusch consigue una película casi redonda, acompañada de una
buena fotografía y una conveniente banda sonora, en la que tiene muy claro
desde el primer minuto hasta el último, sin utilizar casi primeros planos y
optando con bastantes planos generales en la primera historia.
"Una película llena de humor inteligente, con tres historias que hay que
saborearlas paso a paso, de las que destaca la pareja japonesa de la primera,
que están absolutamente
brillantes"
LA SOLEDAD
URBANA: Extraños en el paraiso (1984), Bajo el peso
de la ley (1986) y Mystery train (1989), de Jim Jarmusch
Me
enferma la palabra ‘ independiente’. Cada vez que escucho adjetivos como
‘caprichoso’ o ‘arriesgado’ saco mi revólver. Esas palabras se han convertido
en etiquetas que le colocan a los productos para poder venderlos. Todo aquel
que hace la película que quiere hacer, y que no es definida por el análisis de
mercado, es entonces ‘independiente’. Mis películas son hechas a mano. No son
pulidas. Como si hubieran sido hechas en un garage. Son, de alguna manera,
productos artesanales
Jim
Jarmusch.
Romper
con la forma estándar de inicio, nudo y desenlace y mostrar un estilo narrativo
distinto es la seña de identidad de Jim Jarmusch. El cineasta estadounidense se
ha convertido en uno de los más importantes representantes del verdadero cine
independiente contemporáneo. Fiel a sí mismo y siempre reconocible se merece el
adjetivo de autor, ya que detrás de cada una de sus obras se siente su
presencia y su estilo sincero y auténtico.
En este trabajo hablaré de tres de sus obras que forman una especie de
trilogía: Extraños en el paraiso (Stranger than paradise, 1984), Bajo el peso
de la ley (Down by the law, 1986) y Mistery train que cerró el ciclo en 1989.
Estos tres filmes hablan de uno de los temas predilectos del director: la
soledad del hombre contemporáneo, el vacío existencial que sufre y la
abrumadora vida sin sentido de las ciudades estadounidenses.
“Una comedia-negra semi-neorrealista”, así es como define Jarmusch a Extraños
en el paraiso, su segundo largometraje. Este filme, con el que ganó La camera
d’Or en el Festival de Cannes, cuenta las aventuras de dos amigos neoyorkinos y
la prima húngara de uno de ellos que, al haber ganado dinero en un timo de
cartas, deciden ir a recoger a su prima a Cleveland (Ohio) y, después de pasar
unos días allí, aprovechan el dinero que les queda para ir a Florida junto a
ella, por la que ambos se sienten fascinados. A través de sus vivencias en
Nueva York, Ohio y Florida los espectadores indagan y observan la atmósfera
decadente de las ciudades de Estados Unidos. Los protagonistas van de un lugar
a otro en un viaje que es tanto búsqueda como huída. La puesta en escena marca
el ritmo de la película: la película está dividida en tres cortos y cada uno de
ellos se basa en planos secuencias con un principio y fin en fundido a negro.
Esto aporta a Extraños en el paraíso un carácter discontinuo, en el que no se
trata de mantener al espectador enganchado a la trama, sino de que se pregunte
por lo que sienten los personajes y por sus actitudes. Hay dos elementos que
destacan en casi todas las películas del director de Dead man (1995): la
fotografía y la música. Extraños en el paraiso, rodada en un blanco y negro
deslocalizador, crea imágenes más cercanas al arte de la fotografía que al
propio cine. Esta desorientación que se crea a través del uso del color tiene
su sentido narrativo: no importan donde vayan, para los personajes del filme todo
parece lo mismo, ya sea en el gélido invierno de Cleveland o en las
paradisíacas playas de Florida: su desarraigo y su inconsistente vida no se
alivian por ir de un lugar a otro. En un momento de la película Eddie le dice a
su amigo Willie: “vas de un sitio a otro y todo te parece lo mismo”. Esto es lo
que quiere expresar el director de Ohio: no importa donde te encuentres, todo
es idéntico si antes no te has encontrado a ti mismo.
Por otra parte, la música es esencial en el filme, tanto en el plano diegético
(Eva, la prima de Willie, siempre va acompañada de su cassette con la misma
canción) como en el extradiegético que muestra la pesadez y la inestabilidad
del carácter de los personajes con una banda sonora interpretada por John
Lurie, personaje principal tanto en esta película como en la comentaré
posteriormente, Bajo el peso de la ley. Jarmusch es un amante de la música y,
de hecho, perteneció a un grupo durante varios años que tuvo que abandonar para
dedicarse en cuerpo y alma el cine. Sin embargo, ese rasgo melómano siempre
está presente en sus películas, tanto en la creación de las bandas sonoras,
compuestas por reconocidos músicos (especialmente deslumbrante la de Dead man
compuesta por Neil Young) como en los efectos de sonidos, a los que presta una
especial atención.
Dos años después de estrenar Extraños en el paraíso, realizó la segunda
película de esta serie, Bajo el peso de la ley, donde continúa explorando la
superficialidad de la existencia y la incapacidad de comunicación del individuo
contemporáneo. En esta ocasión son tres personajes masculinos interpretados por
John Lurie, Tom Waits y Roberto Benigni los protagonistas de la obra. Tres
hombres que, por distintas situaciones, (más bien trampas que les han tendido)
comparten celda en la cárcel de la prisión de Luisiana. Gracias a un plan del
italiano Bob consiguen escapar de la cárcel… no obstante, no sabían que se
enfrentaban a importantes problemas de supervivencia una vez fuera de la
prisión, en los pantanosos y salvajes territorios por los que se mueven. Bajo
el peso de la ley es la más cómica de las tres películas y consigue una
maravillosa combinación entre lo lírico y lo poético, logrando así formar una
fábula minimalista sobre la vida y las relaciones humanas entre los tres
presos. Los tres hombres son claros ejemplos de personajes jarmuschianos, tres
perdedores, que intentan de manera insistente no pensar en la realidad, evitar
el presente pensando siempre en el futuro. Así la prostituta que duerme con
Jack le espeta: “Siempre piensas en el mañana porque andas jodiendo el
presente”.
Con esta película Jarmusch reinventa el género carcelario ya que lo que menos
le importa son las peripecias o la vida que se lleva en una prisión… De hecho,
la explicación del plan de huida la obvia con una elipsis… eso no es lo
esencial, no es necesario saber la estrategia que les hace escapar, lo que le
interesa al cineasta es mostrarnos lo que nunca vemos en las películas, es
decir, los momentos y los diálogos que aparentemente no tienen transcendencia y
que en los filmes que siguen las reglas generales del cine los esconden a
través de las elipsis.
El filme, aunque no lo esté de manera formal, parece dividido en pequeños
cortometrajes. Jim Jarmusch adora este tipo de estructura: pequeños fragmentos
de realidad unidos. Ese carácter discontinuo que es muy palpable en Extraños en
el paraiso lo vuelve a ser aquí. La realidad de fuera, los paisajes y la
arquitectura, fria, temible, insociable… vuelve a ser otro de los puntos más
importantes de la obra. Su visión existencial, en mi opinión, es en Bajo el
peso de la ley aún más notable que en Extraños en el paraíso y Mistery train.
De una manera muy alegórica el final nos da la conclusión final de Jarmusch:
Jack y Zack, después de haberse despedido de Bob, siguen su camino buscando un
lugar donde empezar una nueva vida. Al llegar a un cruce de caminos tienen que
elegir entre la derecha y la izquierda. Ante esta situación, se quedan
pensativos pero finalmente se separan. “Cada uno que siga un camino distinto”
parece decirnos el director cuando los dos personajes separan definitivamente
su trayectoria vital… porque al fin y al cabo son unos solitarios que, al mismo
tiempo que intentar escapar de esa vida, no saben ni quieren vivir de otra
manera.
En 1989 cierra la trilogía rodando Mistery Train, su película narrativamente
más compleja y la más diferente respecto a las dos anteriores. Jarmusch prueba
esta vez con el uso del color, reflejando de este modo el peculiar y
extravagante argumento del filme: compuesto por tres historias independientes
que ocurren simultánealmente en el mismo lugar, en el Arcade Hotel de Memphis.
Sólo un detalle, que será descubierto a medida que pasan los minutos, les une:
la presencia, de uno u otro modo, del rey del rock, Elvis Presley.
En la primera historia, titulada Lejos de Yokohama vemos a una pareja de
jóvenes japoneses, Jun y Mizuko que llegan a Memphis a pasar unos días de
vacaciones, especialmente atraídos por la figura del rey del rock que vivió y
murió en su mansión Graceland de Memphis. Este corto, está formado, escena tras
escena, por lo que se conoce “tiempos muertos”, es decir, tiempos sin
transcendencia. Estos minutos son aprovechados por Jarmusch para mostrarnos la
solitaria ciudad de Memphis: antes de que se hospeden en el hotel Arcade hacen
un recorrido por la ciudad que destila melancolia y pasividad. La pareja
japonesa pasa la noche en el hotel hablando sobre las diferencias y similitudes
entre Memphis y Yokohama y comparando la figura y el mito de Elvis con otros
grandes objetos o personas de leyenda: la estatua de la libertad, Madonna…
Un
fantasma es el título del segundo corto de Mistery train. En él, como en todas
las películas aquí comentadas, Jarmusch vuelve a la figura del extranjero, esta
vez se trata de una joven italiana que espera un vuelo en Memphis para
transportar el cadáver de su marido de vuelta a Roma. Después de volver a hacer
un recorrido por las depresivas calles de Memphis y de dejarse engañar dos
veces, se hospeda en el hotel Arcade. Allí comparte habitación con una chica de
la ciudad que va a huir al día siguiente para intentar olvidar a su ex novio
“Elvis” personaje delicuente que será protagonista en el siguiente corto.
Durante la noche en el hotel, a Luisa, la mujer italiana, se le aparece el
fantasma del verdadero Elvis. Simplemente se disculpa por haber aparecido en el
lugar equivocado y vuelve a desaparecer. Luisa, después de está mística
experiencia, queda inmersa en un estado de alucinación durante toda la noche.
Al día siguiente, las dos mujeres se despiden y, justo antes de abandonar la
habitación, al igual que la pareja asiática, escuchan un disparo de pistola.
Por último, el tercer corto titulado Perdidos en el espacio nos da la clave de
unión entre los tres episodios independientes. Este capítulo comienza con el
protagonista, Johnny y su amigo en un bar emborrachándose. Johnny está
especialmente deprimido porque, además de perder su trabajo, también ha perdido
a su novia (la compañera de habitación de Luisa en el corto anterior). Por
culpa del alcohol y el mal genio se pone a “juguetear” en el bar con un pistola
cargada. Su amigo llama a otros compañeros para que acudan a calmarle antes de
que sea demasiado tarde. Cuando por fin lo consiguen sacar del bar, hacen una
parada en una licoreria donde, casi de manera inconsciente, dispara al dueño en
el pecho y le mata. Los tres amigos salen corriendo y huyen del lugar. No saben
donde ir, pero finalmente van al hotel donde se concentran todos los personajes
de Mistery train, al Arcade. El dueño del hotel es el cuñado de uno de ellos y
les deja, sin hacerles preguntas, una habitación para que se refugien. Allí,
tras pasar la noche totalmente alcoholizados, Johnny intenta sucidarse, el
hermano de su ex novia (que es uno de los dos amigos que le acompañan) le
intenta parar y se lleva accidentalmente el disparo en una pierna. A partir de
este momento, huyen intentado buscar un hospital donde no les atrape la
policia. En los últimos minutos de la película el coche en el que huyen los
tres protagonistas de este último corto se cruza con el tren en el que la
pareja de japoneses vuelven de las vacaciones y en el que va también Dee Dee,
la ex novia de Johnny, en busca de otro entorno donde vivir.
En Mistery Train la figura de un mito tan potente como Elvis da significado de
tres maneras distintas a las vidas de los personajes principales, totalmente
independientes entre ellos. Jarmusch con su gusto por revisar su país, en esta
cinta disfruta trantando el mítico sur de Estados Unidos ligado al blues y el
rock. La figura del mayor mito musical de la historia del sur de Estados Unidos
funciona en tres niveles diferentes. En el primero y más simple, como un chiste
que sirve de conexión entre los tres cortometrajes durante todo el rodaje,
especialmente en dos casos: la figura del rey en un cuadro en todas las
habitaciones del hotel a la que, ni mucho menos, se ignora y la canción Blue
Moon que en las tres historias escuchan los protagonistas.
Jarmusch también muestra como la cultura japonesa siente profunda admiración
por los mitos, las fábulas y leyendas de Estados Unidos. Pero no desde un
sentido de interés por la investigación o por la Historia, sino abrazando
únicamente la vertiente más superficial, la que se ve en la televisión, la que
se estampa en las camisetas… Así Mizuko, la joven japonesa, dedica parte de la
noche en el hotel a seguir completando un album que elabora cuidadosamente
donde compara el rostro de Elvis con estatuas populares y con otros mitos
similares (La estatua de la
Libertad, Madonna…). Por ello, viven del mito, de la
superficialidad, de la realidad fantástica que esconden todas las figuras que
fascinan a los individuos por el hecho de que han fascinado a muchos tiempo
atrás.
Mientras que la pareja de japoneses se mueven en busca del mito, Luisa, la mujer
italiana protagonista de la segunda historia, entra en Memphis por casualidad.
No obstante, a ella también le afecta las peculiares tradicciones del sur de
Estados Unidos. El director de Flores rotas (Broken flowers, 2005) nos muestra
como cada persona que pisa el sur de Estados Unidos entra en contacto con su
legado histórico, voluntaria o involuntariamente. De hecho, en un bar un hombre
le cuenta una gran historia sobre un encuentro que tuvo con el verdadero Elvis,
en el que le regaló un peine para que se lo diera precisamente a ella, a una
chica llegada de Roma… lógicamente, la joven italiana no se lo cree, aún así,
para quitárselo de encima le da el dinero que le pide. Posteriormente, en el
hotel ve al verdadero fantasma…¿es fantasia?, ¿es realidad?, ¿no es la realidad
más que las fantasias que crea nuestra mente? Esto es lo que parece preguntarse
Jarmusch. Si la figura de Elvis era admirada por la pareja japonesa, en el
tercer corto se da la visión inversa de la estrella de rock. Johnny, debido a su
aspecto físico muy similar al de Elvis, no soporta verlo y, lo primero que hace
al llegar al hotel, es pedirle a su compañero que de la vuelta al cuadro en el
que aparece el rostro de la estrella, que está harto de ver su cara en todos
lados. Así en Mistery Train la figura- mito pasa de ser adorada a ser
despreciada, pero nunca indiferente.
En este filme todos los personajes parecen estar algo dementes, desiquilibrados
y, aunque son completamente distintos entre ellos, sí hay una frase que se
repite en los tres grupos de los distintos cortos: ¡Vaya hotel, ni siquiera
tiene tele! La televisión y los medios que ayudan a abstenerse de sus vacías y
solitarias vidas, este objeto es el que buscan para seguir pasando sus días,
apartados de la realidad.
Después
de este resumen de las tres películas ahora haré una síntesis, del porqué las
he englobado juntas y de sus características comunes, también presentes, aunque
en menor medida, en casi toda la filmografía de Jarmusch. En esta
trilogía, como dije al inicio, se nos habla de la soledad existencial del
hombre. Los personajes de este autor no tienen ni moral de héroes ni de
antihéroes: son seres escépticos que no creen en nada, ni siquiera en sí
mismos. Por eso, para poder sobrevivir espiritualmente, o bien se agarran a la
capa más superficial de la vida (en el caso de Mistery train) o se embarcan en
un viaje por una vida sin sentido, en un camino de huida y búsqueda infinito
(más especialmente visible en Extraños en el paraíso y Bajo el peso de la ley).
Sus personajes viven en una continua y profunda desilusión y ni siquiera los
viajes que realizan de un lugar a otro les aportan un aire nuevo a su interior.
Con este ciclo de películas Jarmusch también nos ofrece una mirada irónica de
los Estados Unidos de la década de los 80. Nos habla de la farsa del “sueño
americano”, de la decadencia en las ciudades, de la falta de optimismo, de las
almas sin dueño, y, fundamentalmente, de la falta de comunicación existente
entre los distintos individuos y las terribles consecuencias que esto acarrea.
Este problema de la falta de comunicación lo representa en estas tres películas
con la figura del extrajero: Eva, la prima de Hungría (Extraños en el paraíso),
Bob, el preso italiano (Bajo el peso de la ley) y la pareja de japoneses y la
mujer italiana (Mistery train) . El intruso en tierras de norteamerica le sirve
de medio para exponer ciertos aspectos de la cultura de su país. En las tres
películas vemos las diferencias entre las distintas culturas pero, al mismo
tiempo, parece que el director nos lanza la siguiente pregunta: ¿no son en el
fondo todos los sitios iguales?, ¿no son sólo diferencias externas, aparentes?
Esta idea de el individuo en tierras extrañas no se limita sólo a las distintas
naciones o territorios, sino más bien al sentimiento de ser extranjero en tu
propia casa, extraño en tu propio origen, en tu país… Así el personaje de
Willie defiende a ultranza que es americano y no quiere saber nada de su país
de origen, Hungría, ni siquiera oír hablar en su idioma nativo.
Por ello, los personajes jarmuschianos son seres egocéntricos e
individualistas. Esto se debe a su desarraigo, no poseen el sentimiento de
pertenencia a nadie ni a nada y por ello padecen la soledad y el vacío del que
no son capaces de liberarse.
A esta insociabilidad y a la falta de comunicación están dedicados el resto
recursos cinematográficos de las tres películas. Para empezar, su carácter
discontinuo. Sus filmes no tienen un engranaje exacto, no se sigue por la regla
de causa-efecto. Al contrario, son escenas casi independientes que se unen para
formar una historia nueva. En ellas abundan los silencios, los diálogos rotos…
sus películas parecen en ocasiones pura improvisación, a pesar de que Jarmusch,
como gran literato que es, cuida al máximo los guiones y los diálogos.
Otro rasgo ligado con el anterior que, en mi opinión, es el más característico
del director, es la elaboración de las secuencias a partir de los tiempos
muertos. Respecto a esto, el mismo Jarmusch explica lo siguiente: “Hago
películas sobre las pequeñas cosas que ocurren entre los seres humanos. En la
mayoría de las películas, si un chico recibe una llamada de teléfono de su
novia, el siguiente plano que se insertará en la sala de montaje será el del
chico llegando a la puerta de la casa de su novia. Sin embargo, yo estoy más
interesado en lo que le ocurre de camino a la casa que en las otras dos
secuencias. ¿Qué vio el chico en el tren? ¿Qué comió? A mí me interesa lo que
ocurre en el medio”.
La intención de mostrar la realidad sin adornos le llevan a una puesta en
escena minimalista pero por ello no deja de ser poética. La fotografía hace
que, en muchas de las películas de este autor, cada fotograma sea una postal,
una obra de arte sobre la pura realidad. Pero si hay que reconocerle una virtud
a Jim Jarmusch, es su actitud perfeccionista y su ambición por controlar
absolutamente todos los aspectos de la obra. En cierta ocasión declaró que no
entendía como ciertos cineastas sólo usan como inspiración otras películas.
Para él todo lo que rodea su vida le vale de influencia. Por eso, otra de las
grandes cualidades de esta trilogía es la representación de la arquitectura
típica de la zona donde rueda. Los personajes que recorren las calles más
desoladoras crean una especie de simbiosis entre las callejuelas por donde van
y sus estados de ánimo.
Por último, como anteriormente mencioné, la música es esencial en la obra de
Jarmusch, tanto que llegó a declarar que si Los Ramones no hubieran existido,
probablemente no hubiera filmado ninguna película. Algunos de sus filmes
parecen hechos exclusivamente para poder utilizar las melodías que él adora.
Siempre ha defendido su modo tan personal de crear a partir de la música:
escuchar canciones y dejar que la mente cree a partir de lo que despierta en
ella la música. No es casualidad que en Extraños en el paraíso, en los primeros
minutos, antes de que diga ni una sola palabra, vemos a Eva que pone en su
casette “su canción”, que la acompaña mientras da el primer paseo por Nueva
York. También es significante que en Bajo el peso de la ley los dos
protagonistas, John Lurie y Tom Waits, en la vida real sean músicos muy del
gusto del cineasta y que los ha solicitado como compositores para algunas de
sus películas. Sin olvidar que uno de los momentos claves de unión entre las
tres historias de Mistery Train se produce cuando, cada grupo de personajes, en
su propia historia, escucha la canción Blue Moon de Elvi’s Presley.
Por ello, por esta trilogía y por el resto de su filmografía, se puede sin
miedo y sin pecar de valentía declarar a Jarmusch como un cineasta
independiente, un verdadero artesano que elabora sus películas para expresar lo
que el siente, lo que el piensa y lo que a él le apetece contar. Gana dinero
para hacer películas y no hace películas para ganar dinero. Así, mediante sus
películas, como a los verdaderos autores, se conoce a Jim Jarmusch, un hombre
con alma de poeta, de músico y, sobre todo, de cineasta.
Para finalizar, expongo una declaración que termina de explicar, en palabras
del propio director, su visión del cine y, por tanto, de la vida.
Pregunta: Muchos de tus personajes parecen estar tocados por la soledad y la
melancolía, ¿qué expresas con esto?
Respuesta: “Mi propia soledad y melancolía (Risas). Esto es parte de la vida y
siempre me he sentido como un forastero en muchas formas -¡estoy seguro que no
puedes imaginar porqué! Pero en la misma forma que utilizo el humor, la
incomunicación y cosas que surgen de malentendidos. Todas esas cosas coexisten,
entonces, trato de que coexistan en un personaje o en una película”.
FA
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