¿Es
Don Johnston, el personaje de Bill Murray en Flores Rotas, alguien que está, o
ha sido, desconectado de sus emociones -como si fuera un aparato-, anestesiado
con una mezcla curiosa de ironía, indiferencia y perplejidad, o, es tal vez
alguien ubicado (o más bien, desubicado), en parte, más allá de su propia
voluntad, en un lugar muy especial que, para expresarlo de alguna manera, se
encuentra "más allá de todo"?
Ya
los hermanos Coen intentaron hace unos años, y con éxito, hacer algo semejante
en "El hombre que nunca estuvo" (que para mí es sin duda lo mejor que
han hecho), protagonizada por Billy Bob Thornton, sólo que donde los Coen
llegan a mostrar un ser verdaderamente trágico, a fuerza de un cruel,
penetrante humor negro y una piedad un tanto remota, y con un personaje
principal aún más ajeno, patético y hermético que el interpretado por Bill
Murray, en el caso de Flores Rotas, Jarmusch resulta haciendo bizarro
equilibrio entre una especie de "comedia existencialista de
carretera" (término curioso, hay que reconocerlo) y algo que oscila entre
la nostalgia, la pérdida de un no sé qué innominado y a la vez evidente, y la
más pura melancolía.
Flores
Rotas no es, si mi percepción es correcta, lo suficientemente cómica para
calificar dentro del género o etiqueta de "comedia" ni consigue
tampoco tener los suficientes elementos dramáticos o la "intensidad"
requerida para que uno pueda considerarla con exactitud un "drama."
Entonces, ¿qué será? Para empezar, si una cosa me parece segura es que en este
caso, los términos comedia o drama entendidos como categorías cerradas, se
rechazan entre sí de común acuerdo. No funcionan.
Ocurre
que Jarmusch ha hecho una película de Jarmusch, aunque, hay que decirlo todo,
este no es el Jarmusch más Jarmusch entre todos los Jarmusch posibles. Al
contrario, se trata acaso de su película más convencional hasta la fecha, y aún
así, por supuesto, sigue siendo una obra poco convencional. Jarmusch no cree
demasiado en la importancia relevante de los plots. Los suyos, si los hay, son
tan abiertos que terminan siendo tragados por esa "otra cosa" que
persigue. Difícil de definir, se trata de un sentimiento que planea bajo la
capa vistosa de los acontecimientos y bajo la acción vertiginosa o trepidante.
Tiene que ver antes que con una construcción dramática, con la conexión (o
reconexión) con un sentido siempre elusivo o ambiguo de lo real, usando como
estrategia, no temer dejar que el tiempo transcurra, bucear o dejarse llevar
por el movimiento de lo aparentemente estático. Un cine que dependa de lo
inabarcable, no un apéndice, aunque sabio, de Aristóteles, el marketing o la
relojería.
Tirado
en su sofá, Don Johnston (no Don Johnson), más que hacernos suponer que alberga
en su rico interior profundos pensamientos, parece convertirse o sumirse
delante de nuestros ojos en la categoría (sólo temporalmente salvadora) de un
mero objeto. A lo largo del metraje, su rostro nos resultará más sugerente que
los deseperados visajes de tantos otros. Y, si me pongo decididamente del lado
de la diversión encuentro que la interpretación de Bill Murray en Flores Rotas,
y no la de Phillip Seymour Hoffman en "Capote" es la que hubiera
merecido el Oscar (claro que los señores del Oscar probablemente no han nacido
con la configuración genética apropiada para ese grado de sutileza). Y no creo
desmerecer en nada la admirable composición del actor que ya brilló en Magnolia,
de Paul Thomas Anderson.
Flores Rotas trata del viaje a ninguna parte, o hacia el único lugar al que uno puede ir, hacia uno mismo; por eso la vuelta en círculo que es la película aún pareciendo tan inútil ha sido necesaria: el viaje al hijo perdido, al tiempo perdido, a la(s) mujer(es) perdida(s), a la vida perdida y que tal vez pueda recuperarse. Sino baste recordar el movimiento final en círculo de la cámara, en torno al protagonista, para dejar en claro esta idea o posibilidad.
Comparar
"El hombre que nunca estuvo" con Flores Rotas no es en lo absoluto un
capricho personal. Ambas películas recogen algo de la estirpe de ese genio
llamado Buster Keaton, así como mucho de lo que amamos en Woody Allen es
inexplicable sin las películas de esos otros genios de la comedia, los Hermanos
Marx. Allen o Jarmusch: un puente hacia ellos. Porque siempre será bueno
recordar a los más grandes.
Mario Castro Cobos
Mario Castro Cobos
FA
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