MATASTE AL HOMBRE QUE TE MATÓ ?
Johnny Deep, ese actor de alma
torturada y mirada profunda, protagoniza una película repleta de alegorías y de
filosofía sobre la muerte que Jim Jarmusch dirige magistralmente. En ocasiones
estremecedor, a ratos esperpéntica, a veces profunda, pero siempre poética, la
muerte es la gran protagonista y la gran filósofa de esta obra. Muy
recomendable si se quiere ver una buena película, nada recomendable si se
pretende disfrutar de una típica de “indios y vaqueros”.
La
historia podría parecer simple, un hombre llamado William Blake viaja desde
Cleveland hacia la costa oeste de América en el tiempo en que indios y vaqueros
se dedicaban a descerrajarse tiros y ensartarse en flechas mutuamente, pero
cuando llega a su destino, el fin de la civilización, la ciudad de “Machine”,
descubre que el trabajo para el que ha ido ya está ocupado y que está en un
lugar hostil y sin ley. Cansado y derrotado, el hombre va a una taberna donde
encuentra a una bella joven que le invita a pasar la noche. Ese resplandor de
felicidad momentánea se ve empañado cuando a la mañana siguiente el ex novio de
la chica aparece y le pega un tiro a ella, Blake mata al hombre, pero la bala
que mata a su fugaz amor le atraviesa y se aloja junto al corazón de él.
William Blake está muerto, aunque aún camina, el “metal del hombre blanco”
recorta sus horas inexorablemente y no hay nada que pueda hacer para evitarlo.
El
chico de Cleveland es ayudado por un indio, que responde al nombre de “Nadie” y
que le ayuda en su último viaje mientras es perseguido por decenas de
cazarrecompensas. “¿Mataste al hombre que te mató?”, le pregunta Nadie, pero
Blake, consternado, le responde “No estoy muerto”. Sin embargo, lo está, aunque
aún no haya dejado de respirar y de moverse y eso es algo de lo que se dará
cuenta poco a poco.
La
imagen en blanco y negro dota a la película de un aire nostálgico y centra la
atención en los detalles y en los personajes más que en el paisaje. La ausencia
de efectos especiales muestran la muerte y la violencia en crudo, sin
aspavientos ni grandilocuencias. El ritmo, casi demasiado lento, da respiros
para reflexionar sobre los sentimientos de los personajes, lo que les impulsa a
actuar, sobre el significado de lo que se está viendo. La música y a veces la
ausencia de ella, envuelve la escena y le da la solemnidad o la fuerza que
necesita. La combinación de estos elementos hacen de “Dead man” una película
para la reflexión.
FA
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