Carta de Siberia
Usando una carta de Siberia como plataforma de lanzamiento,
la película arranca quijotescamente en varias direcciones diferentes. Por lo
tanto, es difícil de catalogar la película: primero un documental se convierte
en un viaje y, a continuación, en un dibujo animado, y después, un camino
filosófico, ¿y a continuación?
Chris Marker es, tal vez se recuerde, el autor de los textos
de Bibliothèque Nationale [Biblioteca Nacional] y Les Statues
meurent aussi [Las estatuas también mueren] (que el público sólo ha podido
ver hasta el momento a medias, pues ha sido cortada por la censura). Estos
textos incisivos, contundentes, en los que una afilada ironía juega al
escondite con la poesía, bastarían para conferir a su autor un lugar destacado
en el ámbito de la producción de cortometrajes, el sector más vivo del cine
francés. Como autor de los textos de los films de su amigo Resnais, con quien
se entiende de maravilla, Chris Marker ya había renovado profundamente la
relación habitual del texto con la imagen. Pero su ambición era a todas luces
más radical: se proponía realizar sus propias películas.
Primero fue Dimanche à Pekín [Domingo en Pekín], justamente premiada en el Festival de Tours de 1956, y ahora es la extraordinaria Lettre de Sibérie [Carta de Siberia]. Dimanche à Pekín era sin duda admirable, aunque al mismo tiempo decepcionaba un tanto, ya que el formato del cortometraje parecía insuficiente para un tema tan amplio. También hay que reconocer que las imágenes, a menudo muy bellas, no ofrecían, sin embargo, material documental suficiente. Nos dejaban con ganas de más. Ahora bien, el germen de la dialéctica entre imagen y palabra, que Chris Marker iba a desarrollar en Lettre de Sibérie, ya estaba en ella. Dialéctica que esta vez se despliega con la duración de un largometraje y con todas sus consecuencias. ¿Cómo presentar Lettre de Sibérie? En primer lugar como lo que no es, constatando que no se parece en absoluto a ningún film de tipo (de “tema”) documental de los que hasta ahora hemos visto. Pero ahora hay que intentar decir lo que es. Objetiva y llanamente, este film es el reportaje cinematográfico de un francés que tiene el privilegio de visitar Siberia con total libertad, siguiendo un itinerario de varios miles de kilómetros. A pesar de que ya se han visto, desde hace tres años, algunos reportajes filmados por viajeros franceses en Rusia, Lettre de Sibérie tampoco se parece a ninguno de ellos. Para intentar captar de forma más precisa su naturaleza, propondré esta definición aproximada: Lettre de Sibérie es un ensayo en forma de reportaje cinematográfico sobre la realidad siberiana del pasado y del presente. O aún mejor, adaptando la fórmula que Vigo aplicaba a À propos de Nice [A propósito de Niza], “un punto de vista documentado”, diré que es un ensayo documentado por el film.
La palabra que importa aquí es “ensayo”, entendida en el mismo sentido que en literatura: un ensayo a la vez histórico y político, aunque escrito por un poeta. En efecto, generalmente, e incluso en el caso del documental “comprometido” o de tesis, la imagen, es decir, el elemento propiamente cinematográfico, constituye la materia prima del film. La orientación viene dada por la selección y el montaje, y el texto acaba de organizar el sentido conferido al documento. En el caso de Chris Marker, ocurre algo distinto. Diría que la materia prima es la inteligencia, la palabra su expresión inmediata, y que la imagen no interviene más que en tercera posición, en relación con la inteligencia verbal. El proceso se ha invertido. Arriesgaré aún otra metáfora: Chris Marker aporta en sus films una concepción completamente nueva del montaje, que yo llamaría horizontal, en oposición al montaje tradicional que se realiza a lo largo de la película, centrado en la relación entre los planos En el caso de Marker, la imagen no remite a lo que la precede o la sigue, sino que en cierta forma se relaciona totalmente con lo que se dice. Mejor aún, el elemento primordial es la belleza sonora, y es desde ella desde donde la mente debe saltar hacia la imagen. El montaje se hace oído al ojo. Debido a la falta de espacio, sólo daré un ejemplo de ello, por otra parte el más logrado.
Chris Marker nos presenta un documento significativo y a la vez bastante neutro: una calle de Yakoutsk. Vemos pasar por ella un autocar y a unos obreros trabajando en la reparación de la calzada; por último un tipo de cara un tanto patibularia, en todo caso poco favorecido por la naturaleza, cruza por casualidad por delante de la cámara. Chris Marker decide entonces comentar estas imágenes, más bien anodinas, desde dos puntos de vista opuestos: primera el del simpatizante comunista, al término del cual es peatón desconocido aparece como un “pintoresco representante de las regiones boreales”, peatón que en la versión reaccionaria se transforma en “un inquietante asiático”. Ya esta antítesis, por sí sola, puede considerarse un hallazgo brillante y digno de regocijo, aunque también pueda parecer una ocurrencia facilona: pero entonces el autor nos propone un tercer comentario, imparcial y minucioso, que describe objetivamente al pobre mongol como “un yakutio que padece de estrabismo”. En esta ocasión, estamos más allá de la astucia y la ironía, pues lo que Marker acaba de hacer es proporcionar una demostración implícita de que la objetividad es aún más falsa que los dos puntos de vista sectarios, es decir, que, al menos en lo que concierne a determinadas realidades, la imparcialidad es una ilusión. La operación a la que hemos asistido es precisamente dialéctica, pues ha consistido en emitir tres iluminaciones intelectuales distintas sobre una misma imagen y en recibir su eco.
Aún me queda por informar al lector, para completar la idea que puede hacerse de esta empresa sin precedentes, de que Chris Marker no se limita a usar documentales filmados in situ, sino que emplea todo el material fílmico útil a su objetivo: y no sólo, naturalmente, documentos de carácter estático (grabados, fotos, etc.), sino también dibujos animados, sin dudar, por otra parte, en decir, a la manera de McLaren, las cosas más serias del modo más cómico (como en la secuencia de los mamuts). Sólo hay un denominador común a todo este despliegue de recursos: la inteligencia. La inteligencia y el talento. Precisemos, para ser justos, que la fotografía es de Sacha Vierny, la música de Pierre Barbaud, y que el texto está excelentemente dicho por Georges Rouquier. (André Bazin, France-Observateur, 30 de octubre de 1958 y Le cinéma français de la libération à la nouvelle vague, Cahiers du Cinéma, 1998) (Texto tomado de Cinefilobar)
Primero fue Dimanche à Pekín [Domingo en Pekín], justamente premiada en el Festival de Tours de 1956, y ahora es la extraordinaria Lettre de Sibérie [Carta de Siberia]. Dimanche à Pekín era sin duda admirable, aunque al mismo tiempo decepcionaba un tanto, ya que el formato del cortometraje parecía insuficiente para un tema tan amplio. También hay que reconocer que las imágenes, a menudo muy bellas, no ofrecían, sin embargo, material documental suficiente. Nos dejaban con ganas de más. Ahora bien, el germen de la dialéctica entre imagen y palabra, que Chris Marker iba a desarrollar en Lettre de Sibérie, ya estaba en ella. Dialéctica que esta vez se despliega con la duración de un largometraje y con todas sus consecuencias. ¿Cómo presentar Lettre de Sibérie? En primer lugar como lo que no es, constatando que no se parece en absoluto a ningún film de tipo (de “tema”) documental de los que hasta ahora hemos visto. Pero ahora hay que intentar decir lo que es. Objetiva y llanamente, este film es el reportaje cinematográfico de un francés que tiene el privilegio de visitar Siberia con total libertad, siguiendo un itinerario de varios miles de kilómetros. A pesar de que ya se han visto, desde hace tres años, algunos reportajes filmados por viajeros franceses en Rusia, Lettre de Sibérie tampoco se parece a ninguno de ellos. Para intentar captar de forma más precisa su naturaleza, propondré esta definición aproximada: Lettre de Sibérie es un ensayo en forma de reportaje cinematográfico sobre la realidad siberiana del pasado y del presente. O aún mejor, adaptando la fórmula que Vigo aplicaba a À propos de Nice [A propósito de Niza], “un punto de vista documentado”, diré que es un ensayo documentado por el film.
La palabra que importa aquí es “ensayo”, entendida en el mismo sentido que en literatura: un ensayo a la vez histórico y político, aunque escrito por un poeta. En efecto, generalmente, e incluso en el caso del documental “comprometido” o de tesis, la imagen, es decir, el elemento propiamente cinematográfico, constituye la materia prima del film. La orientación viene dada por la selección y el montaje, y el texto acaba de organizar el sentido conferido al documento. En el caso de Chris Marker, ocurre algo distinto. Diría que la materia prima es la inteligencia, la palabra su expresión inmediata, y que la imagen no interviene más que en tercera posición, en relación con la inteligencia verbal. El proceso se ha invertido. Arriesgaré aún otra metáfora: Chris Marker aporta en sus films una concepción completamente nueva del montaje, que yo llamaría horizontal, en oposición al montaje tradicional que se realiza a lo largo de la película, centrado en la relación entre los planos En el caso de Marker, la imagen no remite a lo que la precede o la sigue, sino que en cierta forma se relaciona totalmente con lo que se dice. Mejor aún, el elemento primordial es la belleza sonora, y es desde ella desde donde la mente debe saltar hacia la imagen. El montaje se hace oído al ojo. Debido a la falta de espacio, sólo daré un ejemplo de ello, por otra parte el más logrado.
Chris Marker nos presenta un documento significativo y a la vez bastante neutro: una calle de Yakoutsk. Vemos pasar por ella un autocar y a unos obreros trabajando en la reparación de la calzada; por último un tipo de cara un tanto patibularia, en todo caso poco favorecido por la naturaleza, cruza por casualidad por delante de la cámara. Chris Marker decide entonces comentar estas imágenes, más bien anodinas, desde dos puntos de vista opuestos: primera el del simpatizante comunista, al término del cual es peatón desconocido aparece como un “pintoresco representante de las regiones boreales”, peatón que en la versión reaccionaria se transforma en “un inquietante asiático”. Ya esta antítesis, por sí sola, puede considerarse un hallazgo brillante y digno de regocijo, aunque también pueda parecer una ocurrencia facilona: pero entonces el autor nos propone un tercer comentario, imparcial y minucioso, que describe objetivamente al pobre mongol como “un yakutio que padece de estrabismo”. En esta ocasión, estamos más allá de la astucia y la ironía, pues lo que Marker acaba de hacer es proporcionar una demostración implícita de que la objetividad es aún más falsa que los dos puntos de vista sectarios, es decir, que, al menos en lo que concierne a determinadas realidades, la imparcialidad es una ilusión. La operación a la que hemos asistido es precisamente dialéctica, pues ha consistido en emitir tres iluminaciones intelectuales distintas sobre una misma imagen y en recibir su eco.
Aún me queda por informar al lector, para completar la idea que puede hacerse de esta empresa sin precedentes, de que Chris Marker no se limita a usar documentales filmados in situ, sino que emplea todo el material fílmico útil a su objetivo: y no sólo, naturalmente, documentos de carácter estático (grabados, fotos, etc.), sino también dibujos animados, sin dudar, por otra parte, en decir, a la manera de McLaren, las cosas más serias del modo más cómico (como en la secuencia de los mamuts). Sólo hay un denominador común a todo este despliegue de recursos: la inteligencia. La inteligencia y el talento. Precisemos, para ser justos, que la fotografía es de Sacha Vierny, la música de Pierre Barbaud, y que el texto está excelentemente dicho por Georges Rouquier. (André Bazin, France-Observateur, 30 de octubre de 1958 y Le cinéma français de la libération à la nouvelle vague, Cahiers du Cinéma, 1998) (Texto tomado de Cinefilobar)
"La verdad puede que no sea la meta, pero sí es el
camino." Chris Marker
FA 4986
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