El verdadero corazón de Susie
Sussie está locamente enamorada de un joven de su pueblo,
William Jenkins, y está dispuesta a conseguir su amor al precio que sea. Pero
William desea escapar del pueblecito para ensanchar sus horizontes y debe
realizar unos estudios que requieren una cantidad de dinero que él no
posee.
El “lirio de la pantalla” (1893-1993) retozó durante más de
setenta años en el jardín inmemorial de las imágenes: fue y seguirá siendo el
rostro de la inocencia -y del cine- que con menos publicidad y mayor encanto que
otras divas de la época, desplegó un encanto único e irrepetible. A quince años
de su muerte física y a ciento quince de su nacimiento, la fiel discípula de
David W. Griffith, conserva perdurabilidad y desde su nombre resuenan ya los
primeros y pioneros intentos de instalar la nueva imagen cinematográfica.
Ya en 1912 intervino en doce películas de apenas uno o dos rollos, asociada todavía a su otra gran pasión: el teatro. El cine era silente entonces y Gish aprendió el juego de la heroína trágica y con recursos que otras actrices muy pronto imitaron.
Miss Lillian Gish nació en Ohio, el 14 de octubre de 1893 y a los cinco años debutó en un melodrama teatral “In Convict Stripes”, antes de ser bautizada la “primera dama del cine silente”. En 1912 conoció en la Biograph a una jovencita llamada Gladys Smith, rebautizada Mary Pickford, quien le presentó a su guía indiscutido: D.W. Griffith. Inmediatamente tuvo una pequeña participación en Un enemigo invisible (1912). Sería ocioso citar las decenas de filmes breves que Lillian rodó con su promotor: basta recordar El nacimiento de una nación (1915), Judith de Bethulia (1914), Hogar, dulce hogar (1914), Las hermanitas (1914), El nacimiento de una nación(1915), Intolerancia (1916), El gran amor (1918), Lo más grande en la vida (1918), Lirios rotos(1919), Las dos huérfanas (1921), La hermana blanca (1923) y Rómula (1924).
En el año 1925 sucedieron dos hechos que desembocaron en una metódica guerra de los productores contra las estrellas. En principio, la industria del cine se vio ligada indisolublemente a Wall Street, con la ingerencia de la banca en asuntos propiamente cinematográficos. Este poder económico ni siquiera pensó en reducir salarios o en despedir estrellas. La solución consistió en una técnica más sutil, como señala Louis Brooks en su biografía “Lulú en Hollywood”, dejando en manos de un fracaso de taquilla el golpe de gracia.
La primera víctima fue Lillian Gish. Su martirio resultó muy oportuno para Hollywood: como símbolo de pureza radiante, eclipsaba a la nueva sex-star. Durante ese año también se consiguió abolir la censura en veinticuatro estados. En Nueva York, Will Hayes funda la Junta Nacional de Crítica, la cual “se oponía a la censura legal y estaba a favor de un método constructivo de selección de las mejores películas”, y había aprobado tres como producto de realismo sexual en la pantalla: Una mujer de París (1923), Avaricia (1924) y Cazadores de almas (1925).
En un par de años, las grandes estrellas perdieron el apoyo incondicional que acostumbraban brindarles los estudios. La oportuna coincidencia del cine sonoro justificó, con razones más aparentes que reales, la desaparición de muchas de las favoritas. En el año 1924 de produce la gran última referencia a la Gish, por Rómula (1924) “una de las producciones cinematográficas más altamente prometedora de la temporada” (“Photoplay”, octubre de 1924).
En 1926 existe una crítica feroz a su persona. En “Photoplay” (junio de 1926) aparece un comentario demoledor sobre el filme La mujer marcada (1926,
Víctor Sjostrom), “Lillian Gish sobrelleva la letra roja del pecado con su habitual dulzura virginal”. Etiquetada a los treinta y un años como una pieza de museo codiciosa, tonta y asexuada, la gran Lillian abandonó Hollywood casi definitivamente. Es que la actriz de Griffith fue atacada por un cine sonoro incipiente y demoledor: en ese momento los espectadores se inclinaron por filmes con voces, canciones y ruidos.
La actriz viajó a Nueva York y abrazó su viejo amor: el teatro. Y la TV en los años 50, 60 y 70. Con apariciones esporádicas en cine: Vivir dos vidas (1933), The Top Man (1943), La vida en sus manos, Duelo al sol (1946), El retrato de Jennie (1948), La noche del cazador (1955), Los que no perdonan (1960), se le concede en 1970 un Oscar honorífico y mantiene alta la imagen de Griffith como pionero a través de una heroica dedicación didáctica: es que la Gish nunca pudo abandonar del todo la cinematografía; formaba su quintaesencia. A cien años de su nacimiento y a diez de su muerte corporal, Lillian Gish sigue siendo, como en el filme Intolerancia (1916) la “madre que mece la cuna eterna” de imágenes también memorables y eternas.
Lillian Gish desarrolló posteriormente una carrera bastante prolífica en participaciones secundarias y terciarias en el cine. Era la actriz fetiche de D.W. Griffith, enorme realizador de principios del siglo XX que creó un nuevo estilo majestuoso de cine; Intolerancia y El nacimiento de una naciónson sus obras cumbres y son consideradas patrimonio nacional en EE.UU, aunque en su momento fueran fracasos de taquilla. Will Hayes, a quien se referencia en la nota, estableció el código Hayes, una norma de censura que estipulaba películas políticamente correctas y acotaba temas sexuales y políticos mostrados en el cine. Este código rigió hasta mediados de los años 60. (Claqueta)
Ya en 1912 intervino en doce películas de apenas uno o dos rollos, asociada todavía a su otra gran pasión: el teatro. El cine era silente entonces y Gish aprendió el juego de la heroína trágica y con recursos que otras actrices muy pronto imitaron.
Miss Lillian Gish nació en Ohio, el 14 de octubre de 1893 y a los cinco años debutó en un melodrama teatral “In Convict Stripes”, antes de ser bautizada la “primera dama del cine silente”. En 1912 conoció en la Biograph a una jovencita llamada Gladys Smith, rebautizada Mary Pickford, quien le presentó a su guía indiscutido: D.W. Griffith. Inmediatamente tuvo una pequeña participación en Un enemigo invisible (1912). Sería ocioso citar las decenas de filmes breves que Lillian rodó con su promotor: basta recordar El nacimiento de una nación (1915), Judith de Bethulia (1914), Hogar, dulce hogar (1914), Las hermanitas (1914), El nacimiento de una nación(1915), Intolerancia (1916), El gran amor (1918), Lo más grande en la vida (1918), Lirios rotos(1919), Las dos huérfanas (1921), La hermana blanca (1923) y Rómula (1924).
En el año 1925 sucedieron dos hechos que desembocaron en una metódica guerra de los productores contra las estrellas. En principio, la industria del cine se vio ligada indisolublemente a Wall Street, con la ingerencia de la banca en asuntos propiamente cinematográficos. Este poder económico ni siquiera pensó en reducir salarios o en despedir estrellas. La solución consistió en una técnica más sutil, como señala Louis Brooks en su biografía “Lulú en Hollywood”, dejando en manos de un fracaso de taquilla el golpe de gracia.
La primera víctima fue Lillian Gish. Su martirio resultó muy oportuno para Hollywood: como símbolo de pureza radiante, eclipsaba a la nueva sex-star. Durante ese año también se consiguió abolir la censura en veinticuatro estados. En Nueva York, Will Hayes funda la Junta Nacional de Crítica, la cual “se oponía a la censura legal y estaba a favor de un método constructivo de selección de las mejores películas”, y había aprobado tres como producto de realismo sexual en la pantalla: Una mujer de París (1923), Avaricia (1924) y Cazadores de almas (1925).
En un par de años, las grandes estrellas perdieron el apoyo incondicional que acostumbraban brindarles los estudios. La oportuna coincidencia del cine sonoro justificó, con razones más aparentes que reales, la desaparición de muchas de las favoritas. En el año 1924 de produce la gran última referencia a la Gish, por Rómula (1924) “una de las producciones cinematográficas más altamente prometedora de la temporada” (“Photoplay”, octubre de 1924).
En 1926 existe una crítica feroz a su persona. En “Photoplay” (junio de 1926) aparece un comentario demoledor sobre el filme La mujer marcada (1926,
Víctor Sjostrom), “Lillian Gish sobrelleva la letra roja del pecado con su habitual dulzura virginal”. Etiquetada a los treinta y un años como una pieza de museo codiciosa, tonta y asexuada, la gran Lillian abandonó Hollywood casi definitivamente. Es que la actriz de Griffith fue atacada por un cine sonoro incipiente y demoledor: en ese momento los espectadores se inclinaron por filmes con voces, canciones y ruidos.
La actriz viajó a Nueva York y abrazó su viejo amor: el teatro. Y la TV en los años 50, 60 y 70. Con apariciones esporádicas en cine: Vivir dos vidas (1933), The Top Man (1943), La vida en sus manos, Duelo al sol (1946), El retrato de Jennie (1948), La noche del cazador (1955), Los que no perdonan (1960), se le concede en 1970 un Oscar honorífico y mantiene alta la imagen de Griffith como pionero a través de una heroica dedicación didáctica: es que la Gish nunca pudo abandonar del todo la cinematografía; formaba su quintaesencia. A cien años de su nacimiento y a diez de su muerte corporal, Lillian Gish sigue siendo, como en el filme Intolerancia (1916) la “madre que mece la cuna eterna” de imágenes también memorables y eternas.
Lillian Gish desarrolló posteriormente una carrera bastante prolífica en participaciones secundarias y terciarias en el cine. Era la actriz fetiche de D.W. Griffith, enorme realizador de principios del siglo XX que creó un nuevo estilo majestuoso de cine; Intolerancia y El nacimiento de una naciónson sus obras cumbres y son consideradas patrimonio nacional en EE.UU, aunque en su momento fueran fracasos de taquilla. Will Hayes, a quien se referencia en la nota, estableció el código Hayes, una norma de censura que estipulaba películas políticamente correctas y acotaba temas sexuales y políticos mostrados en el cine. Este código rigió hasta mediados de los años 60. (Claqueta)
"La tendencia a filmar acciones, historias, empezó con
el desarrollo de las técnicas propias del cinematógrafo y sabemos que el primer
gran momento de este desarrollo tuvo lugar cuando D. W. Griffith sacó la cámara
del lugar en que la colocaban sus predecesores, en algún punto del arco del
proscenio, para acercarla lo máximo posible para los actores. El segundo gran
momento tuvo lugar cuando Griffith, prosiguiendo y perfeccionando los intentos
del inglés G.A. Smith y el americano Edwin S. Porter, empezó a ensamblar los
diversos fragmentos de película, los planos, para convertirlos en secuencias.
Era el descubrimiento del ritmo cinematográfico por la utilización del
montaje." Alfred
Hitchcock
FA 5075
No hay comentarios:
Publicar un comentario