Cortometraje centrado en el rostro y el
monólogo de François Crémeiux, un soldado presente en Bosnia-Herzegovina,
durante la guerra de los Balcanes, quien va analizando con su voz el papel de
la ONU en el suceso.
Uno nunca termina de conocer a Chris Marker.
Además de tratarse de un artista oculto (o un artista del ocultamiento) que,
salvo rarísimas excepciones, se niega a ser fotografiado y a brindar
entrevistas, los escasos títulos que circulan de su vasta filmografía son
objetos misteriosos, conjeturas más que "películas". Cineasta
viajero, fotógrafo, escritor, artista multimedia y filósofo de la imagen, Marker
es un autor inclasificable y laberíntico que ha influido decisivamente en las
formas del documental contemporáneo (también llamado "documental de
creación") a través de una audaz yuxtaposición de imagen y texto, y de una
utilización del montaje que trabaja las ideas más que la narrativa.
Paradójicamente, su film más popular ha sido La jetée, su única incursión en la ficción, un mediometraje compuesto exclusivamente por fotografías que, a través de una trama apocalíptica, resume los temas dominantes en el cine de Marker: la memoria, la confluencia de tiempos, la imagen como entidad fundante y, a la vez, resbaladiza, polivalente, incluso destructiva.
El otro rasgo que La jetée comparte con el resto de los títulos del cineasta es la omnipresencia de la voz narradora. Ficción o no ficción, la locución -por lo general un alter-ego- se conduce por su propio impulso, a veces comentando la imagen, a veces emergiendo de una zona remota, siempre lúcida, siempre evocadora. Por eso, antes que a un discurso, es tentador asimilar la filmografía de Marker a una poética, melancólica y personalísima, que nos interpela y nos recuerda que lo que vemos no es más que una pálida sombra del mundo.
El núcleo de esa obra se gestó durante los años cincuenta, época de cuestionamientos de toda una generación respecto a las heridas de la guerra, la persistencia del pasado y la incomodidad de convivir con el presente. Ese atolladero existencial -cuna de la modernidad- se tradujo en Francia en la necesidad de inventar un nuevo idioma (un "nouveau roman", una "nouvelle vague") que superara las limitaciones positivistas y el arte institucionalizado, ya no con el gesto aristocrático de las vanguardias sino como una síntesis de "alta" y "baja" cultura, libertad artística y conciencia política.
Hijo de ese torbellino, Marker tomó tal vez la senda más extrema, optando por ocultarse en una actividad afecta a la exposición y el culto a la personalidad. Dejó que sus películas hablaran por él, y tal vez por eso sus películas hablan tanto. (...) (Álvaro Buela, El País)
Paradójicamente, su film más popular ha sido La jetée, su única incursión en la ficción, un mediometraje compuesto exclusivamente por fotografías que, a través de una trama apocalíptica, resume los temas dominantes en el cine de Marker: la memoria, la confluencia de tiempos, la imagen como entidad fundante y, a la vez, resbaladiza, polivalente, incluso destructiva.
El otro rasgo que La jetée comparte con el resto de los títulos del cineasta es la omnipresencia de la voz narradora. Ficción o no ficción, la locución -por lo general un alter-ego- se conduce por su propio impulso, a veces comentando la imagen, a veces emergiendo de una zona remota, siempre lúcida, siempre evocadora. Por eso, antes que a un discurso, es tentador asimilar la filmografía de Marker a una poética, melancólica y personalísima, que nos interpela y nos recuerda que lo que vemos no es más que una pálida sombra del mundo.
El núcleo de esa obra se gestó durante los años cincuenta, época de cuestionamientos de toda una generación respecto a las heridas de la guerra, la persistencia del pasado y la incomodidad de convivir con el presente. Ese atolladero existencial -cuna de la modernidad- se tradujo en Francia en la necesidad de inventar un nuevo idioma (un "nouveau roman", una "nouvelle vague") que superara las limitaciones positivistas y el arte institucionalizado, ya no con el gesto aristocrático de las vanguardias sino como una síntesis de "alta" y "baja" cultura, libertad artística y conciencia política.
Hijo de ese torbellino, Marker tomó tal vez la senda más extrema, optando por ocultarse en una actividad afecta a la exposición y el culto a la personalidad. Dejó que sus películas hablaran por él, y tal vez por eso sus películas hablan tanto. (...) (Álvaro Buela, El País)
Usted es un testigo de la historia. ¿Sigue
interesado en los asuntos mundiales? ¿Qué lo hace saltar, reaccionar, gritar?
En este momento hay algunas razones muy obvias
para saltar, y las conocemos a todas tan bien que tengo muy poco deseo de
hablar más sobre ellas. Lo que queda son los pequeños resentimientos
personales. Para mí, 2002 será el año de un fracaso que no pasará jamás.
Comenzó con un flashback, como en The Barefoot Contessa. Dentro de nuestro
círculo en los años cuarenta, el único al que todos considerábamos un gran
escritor en el futuro era François Vernet. Ya había publicado tres libros, y el
cuarto iba a ser una colección de cuentos breves que había escrito durante la
Ocupación, con un vigor y una insolencia que, evidentemente, lo dejó con pocas
esperanzas frente a los censores. El libro no fue publicado hasta 1945.
Mientras tanto, François había muerto en Dachau. No me refiero a etiquetarlo
como un mártir – que no es mi estilo. Incluso esta muerte pone una especie de
sello simbólico en un destino que ya era bastante singular, los textos en sí
mismos son de una calidad tan rara que no hay necesidad de buscar razones
distintas a las literarias para amarlos y mostrárselos a otros. François
Maspero no estaba equivocado cuando dijo en un artículo que esos textos
“atraviesan el tiempo con sólo una extrema ligereza de ser como un lastre”.
Porque el año pasado un valiente editor, Michel Reynaud (Tiresias), se enamoró
del libro y tomó el riesgo de reimprimirlo. Hice todo lo posible para movilizar
a la gente que conocía, no con el fin de convertirlo en el evento de la
temporada, sino simplemente para conseguir que se hablara de ello. Pero no,
había demasiados libros durante esa temporada. A excepción de Maspero, no había
una palabra en la prensa. Y así – el fracaso.
¿Fue esa reacción demasiado personal? Por
casualidad, fue emparejado con un evento similar, a la que ninguna de mis
amistades me relaciona. El mismo año, Capriccio Records lanzó una nueva
grabación de Viktor Ullman. Solo bajo su nombre, en esta ocasión.
Anteriormente, él y Gideon Klein habían estado grabando como “los compositores
de Theresienstadt” (para los lectores más jóvenes: Theresienstadt era un campo
de concentración modelo diseñado para ser visitado por la Cruz Roja; los nazis
hicieron una película sobre él llamada El Führer da una ciudad a los
Judíos). Con las mejores intenciones del mundo, [llamándolos] esa era una forma
de ponerlas a ambos de regreso en el campamento. Si Messiaen había muerto
después de que compuso el “Cuarteto para el Fin de los Tiempos”, hubiera él
sido “el compositor del campo de prisioneros”?
Este registro es asombroso: contiene Lieder
basados en textos de Hölderlin y Rilke, y uno queda impresionado por el
vertiginoso pensamiento que, en ese momento, nadie estaba glorificando a la
cultura alemana más que este músico judío que estaba a punto de morir en
Auschwitz. Esta vez, no había silencio total – sólo unas pocas líneas
aduladoras en las páginas de arte. ¿Acaso no valía la pena un poco más? Lo que
me vuelve loco no es que lo que llamamos “la cobertura mediática” que se
reserva generalmente para las personas que yo personalmente considero más bien
mediocre – es una cuestión de opinión y no les deseo ningún mal. Es que el
ruido, en el sentido electrónico, sólo se hace más y más fuerte y termina
ahogándolo todo, hasta que se convierte en un monopolio, al igual como los
supermercados fuerzan la salida de los almacenes de barrio. Que el escritor
desconocido y el músico brillante tengan el derecho a la misma consideración
que el portero del almacén de barrio puede ser mucho pedir. Y mientras usted me
entregue el micrófono, me gustaría añadir un nombre más a mi lista de las
pequeñas injusticias del año: nadie ha dicho lo suficiente acerca del libro más
hermoso que he leído durante mucho tiempo, cuentos breves de nuevo – La
Fiancée d'Odessa, por [el director] Edgardo Cozarinsky. (Entrevista
a Chris Marker, de Samuel Douhaire y Annick Rivoire, Descontexto)
"Contrariamente a lo que la gente dice,
usar la primera persona en el cine es un signo de humildad: `Yo soy todo lo que
puedo ofrecer`" Chris Marker
FA 4991
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