David, recién salido de la cárcel, y Maggie, que ignora quien es el padre del hijo que espera, deciden unir sus destinos cuando tropiezan el uno con el otro en una estación ferroviaria.
Si algo llama la atención de un film como Llueve sobre nuestro amor es la profundidad que alcanza el mecanismo autoreflexivo que tan tempranamente aparece en el cine de Ingmar Bergman -ya insinuado, de hecho, en su primer largometraje, Crisis (Kris, 1945), inmediatamente anterior a éste- y que en el futuro devendrá uno de los motivos de indagación más productivos de su obra. En Llueve sobre nuestro amor Bergman inscribe en el relato diversas instancias que nos distancian del mismo y que delatan su naturaleza de construcción ficcional, que ponen de manifiesto que estamos ante una representación: además de unos dibujos que van marcando los momentos más destacados en la evolución de la pareja que protagoniza la película, destaca la presencia de un personaje que desempeña simultáneamente las funciones de narrador y de un personaje más dentro de la historia, ejerciendo desde dentro su papel demiúrgico. De las numerosas tensiones que articulan la obra bergmaniana, probablemente una de las más decisivas es la que enfrenta a clasicismo y modernidad, muy presente en sus películas de los años cuarenta y principios de los cincuenta, y que progresivamente se irá decantando por la segunda vía. Más allá de esos mencionados recursos distanciadores que eran por esas fechas muy habituales en el teatro más inquieto y que por supuesto Bergman conocía sobradamente -es conveniente recordar que sólo unos años después de esta película el director sueco dirigiría para el teatro una adaptación de La ópera de tres peniques, de Brecht, y un poco después de Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, obras que comparten con la de Bergman similar preocupación por desvelar los resortes de la ficción, por no hablar de su prolongada vinculación con la renovadora obra de Strindberg-, la particularidad de donde extrae su principal interés Llueve sobre nuestro amor reside en encarnar esta tensión en el interior mismo de la trama. El film narra las múltiples dificultades a que tienen que enfrentarse dos jóvenes que se han conocido en una estación de tren y que, a pesar de todos los problemas y el irremediable escepticismo sobre el futuro que ambos arrastran, inician una relación amorosa. David acaba de salir de prisión y Maggi pretende regresar a casa después de haber fracasado en su deseo de ser actriz y después de quedar embarazada de un desconocido. El objetivo que ambos se marcan al poco de conocerse es el de "llevar una vida normal", integrarse completamente en la comunidad. Hacerse invisibles, podríamos decir. En fin, trasladado a términos estilísticos, al fin y al cabo ambos están expresando una aspiración de clasicismo. Pero para Bergman, ya a estas alturas, el corolario de este afán sólo puede ser una serie de repetidas frustraciones. Es un anhelo que resulta ya imposible. Prácticamente todo y todos en la película se confabulan para que estos deseos de la pareja no se hagan realidad, y de hecho las apariciones de ese personaje-narrador se dan en los momentos en que este propósito parece haber sido finalmente destruido, para infundir en ellos, aún así, la fuerza suficiente para seguir adelante. El mayor atractivo de una película como Llueve sobre nuestro amor, pues, reside en este carácter simbólico que incorpora su historia, en el hecho de que, paralelamente, el film está hablando -como en realidad hace toda la obra de Bergman; podríamos decir que cualquier película que merezca verdaderamente la pena- de la dolorosa e incierta aventura de la creación. (Texto de José Francisco Montero)
FA 3897
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