Olivier es un famoso escritor de novelas de misterio con pasión por los juegos y las adivinanzas. Caine es el propietario de una cadena de salones de belleza con pasión -correspondida- por la mujer de Olivier. Ambos mantienen un encuentro en la mansión del primero, el cual ofrece a su rival un estudiado plan para resolver sus diferencias beneficiándose mutuamente.
Existía una óptica inicial que prejuzgaba los resultados finales de esta película. Podría pensarse que se trataba de un encargo profesional, a partir de una conocida y exitosa obra teatral, respetuosa en extremo con los cánones tradicionales de la dramaturgia clásica y también de la novela policíaca; un vehículo comercial y de prestigio para dos actores consagrados. Sin duda tal apreciación no tenía en cuenta ni la fuerte personalidad ni el momento creativo que atravesaba Mankiewicz, en una fase de su carrera donde ya no necesitaba demostrar nada y mucho menos revalidar su capacitación profesional. Por consiguiente, el "tour de force" que suponía su realización (Dos únicos personajes en un solo decorado, durante más de dos horas y cuarto) no constituía tampoco un reto en sí mismo. Aunque ese reto fuera de tal calibra que hubiera echado para atrás a muchos otros experimentados directores...... Mankiewicz vuelve a plantear en su filmografía un tema que ya sacó a la superficie en La condesa descalza, haciendo suya la convicción de Oscar Wilde, de que la vida imita al arte. Si a propósito de aquella ocasión, Bogart pensaba que la vida echaba a perder el guión, lo que ahora nos dice el autor es que Andrew Wyke ha hecho de su propia vida una prolongación de sus novelas policíacas. O de otra manera, que hemos asistido a una representación teatral de un texto de Wyke, poniéndose a sí mismo en entredicho en tanto que demiurgo, y reflexionando, como todo creador en su madurez, sobre su función como artista y sobre las relaciones entre la vida y el arte... La huella tiene la apariencia formal de ser solamente una inteligente y bien urdida intriga policíaca, pero lejos de funcionar en torno a un solo eje temático, su estructura va desarrollando, de forma dialéctica, numerosos motivos, reflexiones y sugerencias que se van implicando los unos en los otros en un vertiginoso torbellino creativo. el crítico francés Alain Garsault[Le petit clown rouge, Posifif, nº 154] ha descrito con acierto la compleja estructura dramática del film. "Cada elemento se integra en un sistema, cada componente remite a otro, toda relación es la metáfora de otra relación. El espectador no puede interrumpir el encadenamiento de significaciones, como ni Wyke ni Tindle pueden interrumpir el juego. El movimiento íntimo del film repercute en el espectador. La ilusión deviene realidad". Ajeno a todo reduccionismo de talante unívoco o unilateral, ni siquiera en esta ocasión, forzado por la competitividad del juego o por la rivalidad enconada de ambos personajes, Mankiewicz se deja guiar por los mecanismos tradicionales de identificación entre personajes y espectadores que sólo permite de forma relativa, accidental o esporádica. El juego dialéctico de Mankiewicz, que alcanza aquí un sorprendente virtuosismo, implica tanto a los personajes como al espectador, retomando los temas de la ficción y de las relaciones de poder, en un reducido microcosmos de simbiología universal. Verdadera antología del juego como perversión y como instrumento de dominación, La huella no recurre al infantilismo de forzar exteriores innecesarios, y las escasas salidas fuera del único decorado no hacen más que redoblar el espacio cerrado (caso del laberinto). La dificultad del empeño obligó a Mankiewicz a multiplicar su capacidad de invención en todos los terrenos. En el aspecto técnico, fue necesario utilizar un procedimiento especial, consistente en una gran bola redonda y transparente, con la cámara dentro y que se podía dirigir a distancia. Así se pudo seguir a Michael Caine en el interior del laberinto y sacar incluso un primer plano en lo más intrincado del mismo, lo que no hubiera sido posible con una grúa o con un zoom... Pero la película suponía ante todo un desafío para forzar al público a escuchar nuevamente en el cine, lo que condicionaba sobremanera la estilística de la puesta en escena y el carácter de la planificación, dictada por el contenido dramático de cada secuencia y por la buscada repercusión en los espectadores. Sobre un torbellino de palabras, con sólo dos actores para toda la historia, constreñido a un único decorado, todavía consiguió Mankiewicz evitar toda tentación por buscar ángulos extraños, golpes efectistas o rebuscados, ópticas distorsionantes o florilegios decorativos. La nitidez y la transparencia de su estilo, la armonía de todos los registros y el firme pulso narrativo que mantiene todo el relato terminan por hacer de La huella una limpia, lúcida y compleja obra maestra. Sorprendente comprobar de nuevo como este cineasta de mujeres vuelve a dejar fuera de juego la presencia femenina, al igual que ya ocurrió en El día de los tramposos. Circunstancia que el propio Mankiewicz no dejó de lamentar: "En la película, la mujer ausente está mucho más presente que en la obra. Y hubiese preferido tener sobre la pantalla a dos mujeres mejor que a dos hombres. Una de las razones por las que he utilizado tanto las muñecas es debido sin duda a que mis dos personajes eran hombres. Con dos mujeres no hubiese podido sentir esta necesidad de las muñecas ya que hubiera encontrado un número suficiente de complicaciones y contradicciones"[Entrevista realizada por Michel Ciment, Positif, nº 154 y publicada en España por Dirigido por nº 10, 1974] Palabras que deben entenderse en añoranza de la mayor riqueza y complejidad que para el autor de Eva al desnudo tienen las mujeres. Las brillantes interpretaciones de Laurence Olivier y Michael Caine acertaron a crear la alquimia buscada por el director. Recelosos al principio el uno del otro y mutuamente acomplejados por la respectiva categoría de su compañero, cada uno en su campo (teatro y cine respectivamente), lograron finalmente conjuntarse con acierto. Mankiewicz ha relatado que a L. Olivier le fallaba un poco la memoria para recordar las largas y complicadas parrafadas de Anthony Shaffer, lo que llegaba a mortificarle y a ponerle nervioso, pero lo cierto es que su interpretación nunca se resiente y que la altura de ambos es verdaderamente excepcional.La huella alcanzó una repercusión pública y un éxito comercial que Mankiewicz no conocía desde sus primeros tiempos de la Fox. Parecía como si de nuevo hubiera vuelto a producirse esa feliz conjunción entre las expectativas comerciales del público y la expresión rigurosa de su mundo interior; algo que sólo es patrimonio de un determinado tipo de cine, de una escuela a la que, sin embargo, siempre perteneció este singular creador.Esta obra amarga y profundamente escéptica, que bien puede constituir el resumen de toda su filmografía, lleva el camino de convertirse en el verdadero testamento cinematográfico de Joseph Leo Mankiewicz (...) (Extracto de la monografía de Carlos F. Heredero: Joseph L. Mankiewicz, Ediciones JC, 1985)
FA 3924
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